8

38 7 0
                                    

Los observo a todos inquisidora.

Cómo es que un poderoso duque infernal conoce a un común ángel guardián. Abigor evita mi mirada así que me pongo rápido de cunclillas para recoger mi daga.

Me apresuro a ir al lado de Bael. No quiero estar aquí por más tiempo del necesario.

— Haz que obtenga lo que merece por hacer sangrar a tu futura reina y esposa, Bael.

Observo que asiente así que salgo del lugar. Maldita aura celestial, me pone los vellos de punta. O tal vez sea sólo aquél ángel. Niego, ofuscada con mis propios pensamientos.

Debía tener más cuidado con mis tretas. Tuve una daga ancestral infinitamente poderosa apuntando a mi garganta. Y sólo por molestar a un ángelito.

Camino por aquel pasillo con la cabeza trabajando a mil. Tengo unas cuantas preguntas que hacer y muchas órdenes que dar.

Me encuentro con los dos grandes demonios que escoltan la puerta, asienten mientras abren la puerta para mí. Estoy a nada de continuar con mi camino hasta que siento unas cuantas palabras que pican por salir de mis labios.

— A partir de hoy, yo me haré cargo de todo lo que tenga que ver con el celestial. Una vez que salgan los otros nadie entrará sin mi autorización.¿Queda claro?

— Si, mí señora —asienten los dos al unísono.

Respiro con serenidad. Todo se hará de la forma que yo dicte. Sobre todo con nuestro obligado invitado.

Suelto una profunda exhalación, mi curiosidad me insta a abandonar la casa, estaría bien conocer más el lugar que sería testigo de la última batalla.
Una vez que pongo un pie fuera, el frío me sobrecoge. El clima de éste inhóspito, pero bello lugar me congela los huesos.

— No es buena idea que ande vagando por ahí sola, excelencia. No sería bueno para ningúno de nosotros que algo malo le pasara.— La voz del hermano de Bael me arranca una mueca.

Me giro hacia él, mirándole con perversidad y un poco de gracia.
Pero es qué qué se ha creído.
No debería olvidarse del poder que guardo grácias a mi estirpe.

— No necesito una nana, Agares.
Se te olvida que soy una de las criaturas más poderosas que conoces.

Asiente pero no deciste, me da una larga pasada, analizando mi postura.

— Aún así, necesita compañía a dónde quiera que vaya —me suelta con impaciencia. Sus ojos no dejan de repasar todo lo que nos rodea, alerta de cada sonido,— Se me ha comunicado del prisionero. Y perdóneme la imprudencia mi querida princesa pero yo no le veo armada de ninguna forma.
Y dadas la circunstancias, eso es de lo más imprudente.—me suelta burlón.

Le sonrío con sinceridad, a pesar de que su presencia me ha distraído de lo que quiero hacer, me regocija su preocupación.

Chasqueo la lengua antes de responder.

— Me conmueves, Agares. Pero no soy tan ilusa como crees.

Saco la daga de mi uniforme negro.
El brillo de reconocimiento en su mirada hace que mi sonrisa se  ensanche.

— Vaya que no estás desprotegida,
menuda arma te cargas, Eyra.
¿Quién te la dado?

— Valefar —Le digo con una sonrisa

— Ya veo, debería pasar en algún momento con aquél demonio. Tal vez tenga algo igual de poderoso para mí.
Ahora sigue con tu camino. Yo te acompañaré— solo asiento hacía él, tomándole la palabra.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora