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—Tal vez podamos hacerle preguntas

—O torturarla para sacarle información

—Matémosla para que todo acabe de una buena vez

Cuando vuelvo a abrir los ojos estoy nuevamente rodeada de ángeles, suelto un involuntario quejido llamando su atención.

Se encuentran Caliel, Mehael y el maldito pelinegro que me abofeteo con tanta saña. No hay ningún rastro de Lecabel. Me regaño a mi misma por sentirme insegura ante su ausencia.

—Justo a tiempo—ronronea con malicia la rubia.

—Tal vez debamos divertirnos un rato a su costa. En fin, nos deben muchas muertes desde que atacaron nuestra cabaña. Sangre por sangre—Dice con vehemencia el sádico que me abofeteó. Tal vez le quedaría mejor el papel de alguien de mi clase que el de un maldito ángel.

Observo a todos con una actitud plana. No pienso darles la satisfacción de verme igual de desesperada. Acomodo mis manos atadas en mi regazo y los observo a todos con una ceja alzada.

Soy la hija del infierno. Mi padre moverá la tierra, incluso tal vez los cielos para recuperar a su adorada hija. A su más valioso activo para sus planes de destrucción.

Solo espero que no llegue tarde.

—No podemos solo acabar con su vida Reifiel—. Interviene el rubio con una calma que me hace rechinar los dientes, hablan del tema como si matarme fuera cualquier cosa. Como si no valiera nada—Hay que mandar una misiva a nuestro creador. Una vez que tengamos ordenes procederemos.

Reifiel he.

El pelinegro se ve inconforme por largos minutos hasta que una maquiavélica sonrisa ilumina su rostro.

—Que así sea entonces Caliel, pero no nos negarás tener alguna clase de compensación por nuestros caídos. Podemos cobrárnosla sin llegar a matarla, y tal vez sacarle alguna información jugosa—dice con la voz llena de venganza, y avaricia.

Veo la duda que embarga al rubio. Camina de un lado al otro por largos segundos mientras rasca su barbilla, sopesando la oportunidad que le ofreció el pelinegro. Siento en el estómago una bola de nerviosismo ante su futura respuesta, contengo el aire esperando a que se niegue, pero una vez mas me decepciona.

Asiente escueto y da un paso atrás.

Dándole pase libre a los otros para que hagan de mi lo que crean conveniente.

Busco por unos segundos sus ojos con la incertidumbre bailando en los míos, me sostiene la mirada brevemente, veo una sombra de duda ante la libertad que dio, pero pronto aparta la mirada y su figura.

Dejándome a merced de criaturas que tienen un brillo sanguinario en su mirada.

—Nos vamos a divertir mucha princesita demoniaca. Pronto descubrirás lo que es el dolor a manos de un justiciero celestial— me susurra Reifiel en el oído. La piel se me pone de punta ante la promesa de una non grata velada en sus manos y puede que también en las de Mehael.

Me mantengo en un profundo silencio en mi firme promesa de no darle gusto. Simplemente le miro directo a los ojos. Retándole.

No pude matarme. No aún.

—No vas a estar así de callada cuando empiece preciosa. Vas a gritar y a suplicar para que te tenga piedad.

Le sonrío.

Yo no suplico.

Nunca.

Me pone de pie de la esquina del cuartucho en donde me encontraba tirada y me sienta con brusquedad en una silla en la que no había reparado antes. Ata mis manos a mis espaldas y hace lo propio con mis pies. Inmovilizándome con nudos fuertes que empiezan a cortar con rapidez el influjo de sangre a mis extremidades. Cuando se pone de nuevo frente a mi me ve con perversidad que no logra amedrentarme ni un poco.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora