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Un obsequio...
Uhmmm, que deleite.
Me dispongo a cambiarme por el uniforme negro sobre la cama cuando siento la caricia de Bael en mi hombro.

Giro mi rostro para encararle, sonríe de esa forma tan suya que me desarma.
Me giro completamente entre sus brazos para besarle, siento a sus labios ir al encuentro de los míos con ferocidad, con necesidad.
Poso mis manos en su cuello, profundizando el encuentro. Nos movemos lentamente hacía la cama y no paro de besarle hasta que la parte de atrás de mis rodillas choca contra ésta.

— Espera, Bael. Tenemos que ir donde Valefar. Quiero ver ese obsequio suyo.

Los hermosos ojos obsodianas de mi demonio relucen de inconformidad, pero no dice nada. Simplemente asiente  y empieza a ponerse el uniforme, así que le imito. Una vez listos salimos de la habitación al mismo tiempo que lo hace Abigor, que interesante coincidencia. Juntos me escoltan hasta la planta baja, dónde nos encontramos con el demonio con piel de ébano controlando todo.

— Mi señora —hace una profunda reverencia, veo en sus ojos un brillo insistente que me hace querer ver aún más aquel regalo.— Síganme por favor. Estoy seguro que les encantará.

Su susurro malicioso me eriza los vellos del cuerpo y me llena de incertidumbre y excitación.
¿Qué podrá ser?
Un demonio no se emociona con facilidad.

Nos guía por la enorme construcción hasta una puerta metálica, la cual está siendo escoltada por dos corpulentos demonios que lucen peligrosos, mortíferos.

— Su excelencia pasará para ver, chicos. Muevanse — tras la orden del moreno los dos grandes guardias se miran entre sí. Uno saca de su bolsillo una tarjeta que desliza en una pequeña terminal, se escucha un click y la enorme puerta metálica se empieza a abrir con lentitud pasmosa. Estoy a punto de entrar cuando Valefar me detiene, sostiene en su mano una daga que conozco muy bien, es conocida como la asesina de esperanzas, tomo con cuidado su mango, su hoja de acero infernal brilla de forma fría, letal.— Por seguridad, su excelencia.

Asiento hacía el demonio y nuevamente trato de avanzar, sin embargo la mano de Bael detiene mi andanza en seco.

— ¿Qué hay allá? —sisea con peligrosidad.

— Tendrán que verlo por ustedes mismos, mi señor —susurra el demonio.

Mi prometido solo tensa la mandíbula, es él quién da el primer paso al interior.

Le sigo de cerca, con Abigor y el otro demonio a mis espaldas. Empezamos a recorrer un enorme corredor lleno de humedad, la única luz que nos permite seguir nuestro camino sin tanta dificultad proviene de una enorme lámpara parpadeante que le da al lugar una sensación de escalofriante calma.

Caminamos por lo que me parecen tortuosos minutos hasta detenernos frente a otra puerta, esta se ve oxidada, descuidada, y aún así, impenetrable.

— Permítanme —nos dice Valefar. Se nos adelanta y posa su mano sobre la chirriante superficie. Se empieza a sentir el calor de su poder, un hechizo para mantener cerrada la puerta. Esto pinta cada vez mejor. Abre lentamente, haciendo el sonido aterradoramente excitante.— He aquí vuestro obsequio, mi suprema.

Mi boca se abre de la sorpresa y la sangre de mis venas parece congelarse.
Atado con enormes cadenas al final de la habitación se encuentra un ser celestial. 

Abigor y Bael se posicionan rápidamente a mis costados, listos para cualquier ataque de parte de nuestro prisionero.

— ¿Qué es esto? ¿Qué hace uno de ellos aquí?— ruge Bael.

Yo me mantengo en silencio, analizándolo, se encuentra desplomado sobre el suelo con la mirada gacha. Enormes moratones cubren su espalda, y sus alas, sus majestuosas alas se encuentran en ángulos poco naturales y sangrado en demasía. Su respiración profunda hace que sus largos cabellos rubios le cubran el rostro. Por lo cual, no puedo verle.

— ¿Cómo lograron capturarle? ¿Estaba sólo? —hablo por primera vez, su rostro se alza con lentitud tras escucharme.

Su mirada luce desenfocada.
Enormes moretones que deberían haber desaparecido ya por su naturaleza le cubren su ánguloso rostro, tiene el labio partido y nos observa a todos con cólera y aún a pesar de su expresión, es simplemente hermoso. 

Sus preciosos ojos azules me taladran, me analizan. Volteo hacia mis acompañantes pues su intensa mirada me insta para acercarme, sin embargo no puedo, no debo.
Es un celestial que me mataría con gusto, si puede claro.

Bael le mira con odio, sin embargo Abigor le observa con determinante reconocimiento...

— Estaba únicamente en compañía de una humana cuando los interceptamos excelencia, estaban en el bosque— comienza a relatar el demonio contestando a mi pregunta.— No entendemos cómo la humana podía verle, creemos que era un humano especial. Éste de aquí, era su ángel guardián. Queríamos traerlos aquí juntos para analizar a aquella joven, sin embargo luchó tanto contra nosotros que tuvimos que deshacernos de ella.

Un rugido detrás de mí me pone la piel de gallina. El sonido de las pesadas cadenas agitándose me hacen girar el rostro para encararle, a pesar de su deplorable estado está dispuesto a luchar.

Chasqueo la lengua con diversión, ya recompuesta de mi impresión inicial. Me acerco lentamente a él, con una cínica sonrísilla.
Todos se tensan a mi alrededor, incluído al ser que tengo delante. No debería estar tan cerca pero algo me mueve a hacerle sentir mal. Y a la vez, a acariciarle.

— ¿Furioso, ángelito? —siséo.
Acerco mi mano a su rostro y me permito apartar de su cara cabellos que se quedaron allí grácias a su sudor, y a su sangre,— Me decepcionas, sabes. Mi padre siempre me habló de que eran criaturas poderosas, capaces de acabar con muchos de los míos.— me encuentro muy cerca de él, sólo me mira furioso mientras trata sin éxito de acercase a dañarme— Pero mírate, no pudiste ni siquiera proteger a un repugnante humano.

Le doy la espalda dispuesta a regresar con mis acompañantes cuando el estruendo de las cadenas me arranca una sonrisa extasiada.
Se mueve tan rápido que no les da tiempo a reaccionar a ninguno de los que me acompañan. Envuelve mi cuello con las cadenas que envuelven sus manos, atrayéndome hacia sí con descomunal fuerza.
Me río como histérica, es justo la reacción que esperaba de un ser como él. Al escuchar mi risa aprieta más mi cuello, haciendo que escupa mi propia sangre por la fuerza empleada.
Todos dan un paso en su dirección con sus armas listas para acabar con él en cuanto sea posible.
Sonrío con soberbia, ésto no me intimida lo más mínimo.
Levanto mi mano hacia ellos, dándoles la silenciosa orden para que no le hagan nada. Esto es divertido.

— Vamos, ¿acaso es lo único que puedes hacer? —le provoco. Siento las cadenas ajustarse aún más a la ya sensible piel de mi garganta.

Bael me observa con preocupación mientras que Abigor levanta la mano para intentar calmar al  inquieto celestial.

— Cállate, demonio —ladra furioso.

Rebusco en mis bolsillos la daga que me dió Valefar antes de ingresar. La levanto ante sus ojos y se la ofrezco.
Ladeo mi rostro lo más que me permite su agarre para observar su reacción, su gesto me arranca una nueva carcajada.

La toma con ímpetuo y la coloca en mi cuello.

— No sea imprudente, Excelencia, por favor.— La súplica de labios de mi prometido acaban con mi diversión con el hermoso y despechado ángel.

Cuándo estoy lista para liberarme de las zarpas del ser, la daga se incrusta en mi piel haciendo que caigan hilillos de sangre. Esta daga podría bien causarme la muerte pero vamos, el ángel es débil.

— No creo que quieras hacer eso, Caliel.— grita Abigor. La daga cae de manos de mí apresor al mismo tiempo que las cadenas de mi cuello.

Observo a Abigor con profundidad antes de mirar al descolocado ángel. Luce vulnerable.

Caliel

Repito el cómo le llamó en mi mente.
No es la primera vez que escucho ese nombre. 

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora