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Sus ojos transmiten aflicción tras todo lo que acabo de decirle, sin embargo, su orgullo indomable hace que esconda todo lo que haya llegado a sentir tras lo que le dije.

Se aparta un poco de mi para tomar aire y después asiente con decisión.

—Entonces creo que es momento de que te pague como corresponde por lo que hicisteis por mi—dice con tono diplomático.

Se mueve con soltura hasta situarse detrás de mí y desata con pasmosa facilidad los nudos que hizo Reifiel. Ahogo un jadeo al verme liberada de aquellas cuerdas que lastimaron mis muñecas hasta dejarlas casi sangrantes. Muevo de forma lenta las manos para que vuelva a circular la sangre.

Tengo al rubio ahora frente a mí, agachado entre mis piernas desatando mis pies, no puedo contener mi mano para acariciar sus suaves mechones dorados, le siento tensarse por completo ante mi gesto.

Bufo y a parto mi mano, molesta con mis estúpidos actos.

¿Por qué infiernos me comporto así en presencia de este ser que lo único que quiere de mi es verme muerta?

Carraspea incomodo y se pone de pie frente a mí, sus ojos se clavan con pesadumbre en las dagas que adornan de manera macabra mis piernas.

—Voy a sacarlas—anuncia. Inspira hondo y pone una de sus manos en cada empuñadura. Listo para halar de ellas—Cierra los ojos. Trataré de que no sea tan doloroso y usaré mis dones curativos para que se cierren y no dejen ninguna marca.

No hago caso sobre cerrar los ojos. Le observo directamente mientras muerdo el interior de mi mejilla. Preparándome.

Me mira una ultima vez siendo consciente de que no voy a apartar mi mirada y jala con fuerza; el gorgojeo de carne y sangre que se produce cuando las saca de mi piel me revuelve el estómago. Grandes chorros de mi particular sangre obscura empapan mi ropa y empieza a caer hasta las baldosas de suelo. Escucho como Caliel suelta una maldición y trata de poner sus manos sobre las heridas para que deje de fluir la sangre de forma tan poco prometedora para mí.

Cierra los ojos mientras extiende sus manos por mis muslos, habla una serie de palabras en un idioma que no entiendo hasta que éstas se iluminan y empiezan a dejar fluir hilillos de su poder celestial. Esta vez a diferencia de con Reifiel no siento dolor ante su energía. Solo adormecimiento. Alivio.

Después de largos segundos la sangre deja de fluir y el dolor lacerante que me acompañó desde que me vi apuñalada con dagas celestiales remite por completo. Al menos en esa parte de mi cuerpo. Mi rostro aun punza y la sangre de las heridas sigue escurriendo por mi cuello. Perdiéndose en el valle de mis senos.

El rubio sube su mirada poco a poco entreteniendo mas de lo debido sus ojos en los huesos de mis clavículas, en los montes níveos de mi suave carne. Carraspea y agita la cabeza. Despejándose.

Una pequeña sonrisa tira de mis comisuras. No soy la única que parece admirar la anatomía del otro.

Esta vez sus manos toman otra vez con delicadeza mi rostro, en esta ocasión no me aparto de su cálido toque. Sus grandes dedos recorren mi piel desde mis cejas hasta la línea de mi mandíbula mientras que sus ojos observan con intensidad los míos, le devuelvo la mirada con avidez, reteniendo un suspiro.

—Tan suave— susurra tan bajo que parece que habla para sí mismo. Pone sus palmas abiertas en cada una de mis mejillas y empieza a repetir el proceso que hizo con mis piernas. Una vez cesa el dolor también de mi rostro se que ha cumplido con su propósito, pero no se aparta. — Un semblante tan hermoso no debería ser dañado así. Jamás— susurra encandilado.

Sigue con su inspección en mi rostro ahora sanado, deteniendo sus nudillos en mis mullidos labios. Acariciándolos con delicadeza. Baja su mirada hasta ellos y traga saliva mientras remoja los suyos con la punta de su lengua.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora