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Le miro con un poco de incertidumbre ante la vastedad de la promesa que me ha hecho y las palabras que ha pronunciado con tanta resolución, con tanto conocimiento

—Llámame Eyra, Lecabel—digo con un hilillo de voz.

La gran sonrisa que ilumina su rostro me embarga de reminiscencia, otra vez. Con más fuerza. Mucha. Y sin embargo no logro aferrarme a los nublados recuerdos en mi cabeza.

—Será un honor angelito obscuro— contesta tomando mi mano y depositando un suave beso en mi dorso.

Su postura ha abandonado toda la gravedad de hace tan sólo unos segundos, y en cambio en su semblante se puede apreciar candidez, travesura.

—Estoy muy lejos de ser un ángel, celestial¬— Le contesto con una viperina sonrisa.

Chasquea la lengua divertido, sus ojos parecen brillar de emoción. Vaya que es una criatura extraña, hace poco estaba casi llorando por preocupación y ahora está sonriéndome como si no existiera la amenaza de su gente sobre mi cabeza.

—Desconocéis mucho de vuestra existencia, Eyra. Pero yo me encargaré de que eso comience a cambiar, incluso puede que vuestro duquecito sea de ayuda para empezar a desvelar la verdad sobre tu ascendencia.

¿Mi duquecito?

¿Bael?

No, el aun no accede al ducado. Ese aun es uno de los títulos que engrandecen a su padre.

—¿Abigor? —pregunto, pero algo me dice que estoy en lo correcto.

El duque infernal sabia el nombre de Caliel. Quien sabe que otras cosas más sabrá.

—Muy suspicaz

Dice mientras asiente.

—Pero por ahora dejemos para después estos temas. Por ahora lo mejor que puedes hacer es darte un baño y quitar la sangre seca de tu piel. Hazlo mientras yo voy a conseguir algo digno de la realeza.

Menciona juguetón. Me señala la puerta del baño y con un guiño confiado se marcha de la gran estancia. Dejándome sola.

Con un suspiro abro de par en par las puertas conteniendo un jadeo al apreciar el exquisito gusto que hay en el lugar, las blancas baldosas combinan con la fuente de agua natural que escurre hasta una enorme bañera donde estoy segura podrían caber más de cinco personas sin problema alguno, ni siquiera en mi habitación en el alcázar infernal he tenido acceso a un baño con tal lujo.

Me desprendo de mis ropas con premura, el desprendimiento del vaho del agua caliente me hace bullir de ansias para quitar el olor metálico de la sangre de mi piel. Una vez desnuda me interno poco a poco en el agua caliente que mis músculos contraídos agradecen infinitamente, un satisfecho suspiro escapa de mis labios. Enjabono mi cuerpo con diferentes barras y me deleito al agregar distintos frascos con esencias que se adhieren a mi piel, suavizándola. Cierro los ojos y me permito olvidar por un tiempo en donde me encuentro, con quien estoy.

—¿Eyra? —la voz de Lecabel me trae de vuelta del relajado estado que había conseguido. Abro los ojos encontrándolo dándome la espalda, agradezco en silencio la consideración del aquel gesto.

—¿Sí?

Me acomodo mejor en el agua, moviendo la espuma que cubre mi desnudez de vistas indiscretas.

—Te he traído algo de ropa, consideré que la tuya estaba en mal estado y no seria adecuado volver a ponértela— indica con un carraspeo incomodo, cambió el peso de un pie a otro, lo cual detona su nerviosismo—Lo dejaré aquí y te esperaré afuera para comer.

Deja la ropa en un montículo lo suficientemente apartado y se retira en paso apresurado.

Salgo del agua ya más relajada y tomo entre mis manos la ropa que me dejó el celestial, una túnica blanca parecida a las que usaban las féminas en Grecia es la que me espera. La observo con una mueca contrariada antes de ponérmela. La suave tela blanca se envuelve a mis femeninas formas de manera delicada y sensual, el largo escote en v termina casi en mi ombligo dejando poco de mi anatomía a la imaginación, el ultimo complemento de la prenda es un cinturón de oro con diferentes rubíes entretejidos en la pieza.

Sonrío sin poder evitarlo. Es tan sencillo como hermoso.

Me encamino con gracia hasta la estancia donde espera Lecabel quien me esta dando otra vez la espalda, sumido en un papiro que sostiene entre sus manos.

Carraspeo suave para llamar su atención y doy una vuelta para que aprecie el final de su atinada elección de prendas.

Escucho como jala aire de forma abrupta mientras que su mirada brilla con intensidad para después apagarse en un gesto lleno de seriedad.

—Luces— se queda sin palabras por largos segundos, haciendo que nazca en mi interior algo de lo que jamás había sido participe. Inseguridad.

—¿Hay algo mal? —pregunto con los dientes apretados. Alisando con mis dedos imaginarias líneas en la tela blanca. Muerdo con fuerza mis labios, esperando la respuesta de Lecabel.

El celestial niega con intensidad y después traga saliva, dispuesto a hablar.

Sus ojos tienen un increíble brillo de reconocimiento.

—Eyra, ¿Quién es tu madre?

Preguntó con dificultad, la perplejidad esta grabada con fuerza en su gesto.

Su cuestionamiento me descoloca completamente.

Niego con clara desazón.

—Yo, yo no lo sé— le contesto con sinceridad. El tema de mi madre es tabú dentro de la corte infernal y nunca nadie se dignó a darme la información pertinente acerca de ella. Y yo no pregunté lo suficiente. No lo vi necesario, ni pertinente. —Sólo se que murió al darme a luz.

Murmullo con desconfianza.

Cierra los ojos con fuerza y agacha su mirada mientras sostiene su nariz entre sus dedos. Cuando vuelve a abrir los ojos me mira distinto. Titubeante. Camina de un lado al otro con el cuerpo entero en tensión antes de dignarse a sacarme del estado de estupor en el que he caído tras su extraño cuestionamiento y la sensación de que puede decirme algo que no me gustará. O que lo cambiaría todo.

—No sólo eres increíblemente igual a tu padre Luzbel, princesa. —empieza, haciendo mención del nombre por el que se le conoció a mi padre mientras estuvo en el cielo. Sus ojos me recorren entera— Sino también eres admirablemente parecida a mi señora Haziel. Uno de los querubines de mi padre.

Dijo soltando todo el aire que retenía.

Haziel.

Haziel.

Ese nombre crea grandes vuelcos en mi pecho.

¿Podría ser, que mi madre sea un alto mando del cielo?

¿La necesidad de mi padre por alcanzar el firmamento tendrá algo más de trasfondo que su venganza?

La duda nace en mi pecho con una fuerza abrumadora.

¿Quién es mi madre?

—Tal vez perteneces más a mi reino de lo creí en un principio, Eyra —Susurra el ángel con inusitado aprecio.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora