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—¿Tú? ¿Harías eso?— pregunta conmocionado. Me mira anonadado.

Es la primera vez que me mira así.

Le siento abrazarse a mi de tal manera intensa que siento a mi corazón martillar contra mis costillas como nunca lo había hecho.

—Necesito que primero me muestres cómo es ella. Solo así podré encontrarla.

Deshace el férreo agarre que mantenía en mi cuerpo y lentamente me aparta de su lado.

—Te mostraré uno de nuestros momentos como si fuera una visión. Necesito que cierres los ojos y te relajes. Esto podría dolerte.

Hago de mis labios una fina línea, por qué infiernos me pongo en una situación como esta. No tengo la necesidad de hacerlo y sin embargo aquí estoy, anhelando que la criatura a la que dice amar carezca de todas las virtudes de las que alardeo Caliel a su favor.

Cierro mis ojos y suelto el aire de forma pasiva, esperando a que suceda algo. Pasan segundos antes de que un zumbido atronador me haga soltar un aullido de dolor. No me mintió.

Esto duele.

Y de pronto ya no estoy en los suelos de la celda donde me encontraba, siento bajo mi cuerpo la mas fina hierba, me quedo inmóvil eternos segundos en los que me preparo mentalmente para lo que estoy a punto de ver.

Frente a mí se encuentran dos figuras. Una no tardo en reconocerla, su imponente espalda y sus cabellos rubios que ahora parezco reconocer pon una facilidad insultante me dejan saber que es Caliel a quien tengo delante. Estamos en un hermoso bosque, el frio me cala los huesos y escucho a los pajarillos cantar suaves melodías. Sin duda un ambiente de lo más cálido y romántico.

Chasqueo la lengua contrariada y porque no decirlo, también algo molesta.

Me acerco poco a poco con pasos lentos, retrasando el momento de encontrarme cara a cara con el doloroso amor del ángel. Las risas de ambos me sacan de mi renuencia de acercarme por lo que aumento mi ritmo. Una vez justo atrás de la espalda del celestial tomo aire y doy un paso a su costado.

El aire se me atora en la garganta al contemplar a la mujer.

Es preciosa

Su piel es la mas blanca e impoluta que he visto en toda mi existencia, su rostro en forma de corazón esta enmarcado por una cortina de risos tan obscuros como el carbón, tienes unos grandes ojos obscuros ensalzados por unas tupidas pestañas que cada ves que cierra los ojos le acarician los pómulos y por si fuera poco sus rozados labios tienen la forma perfecta con un pronunciado arco de cupido. Sin duda alguna la diosa de la belleza le dio su beneplácito a esta bella criatura.

Su belleza rivaliza con la mía propia, y eso, ya es mucho decir.

Veo movimiento en los labios de ambos, pero no puedo escuchar nada, recuerdo donde estoy y para lo que vine sin embargo no puedo evitar que mi corazón de un doloroso vuelco al ver al rubio alzar una de sus manos y acariciar el rostro de la joven con una devoción que nunca había visto.

—Ya se cómo es ella, Caliel— digo en susurro que sin poder controlarlo suena lastimero, cierro los ojos sin querer ver más nada de esto.—Sacadme de aquí.

Una vez susurro eso al aire cuando vuelvo a abrir los ojos me encuentro de nuevo en el estrecho cuarto.

Él me mira ansioso y esperanzado.

—¿Eso es todo? ¿Es suficiente para que la encuentres? — aferra a mis hombros sacudiéndome con insistencia.

Al verle tan emocionado me escuecen las comisuras de los ojos.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora