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Su mirada gélida llena de intensidad se repite en mi inconciente.
Mi cuerpo se siente pesado y mi cabeza no para de punzar. Aprieto con fuerza los ojos hasta que siento una caricia sutil, suave, una mano cubre una de mis mejillas arrancándome de la inconsciencia. Por unos efímeros momentos mi mente me juega una mala pasada al imaginar a otro propietario de la mano que me acaricia con dulzura. Las hermosas obsidianas de Bael me miran fijamente cuando abro por fin los ojos.

—Gracias a Lucifer —susurra. Sus varoniles manos siguen acariciando mi rostro con veneración. Sus delgados labios están apretados en una mueca llena de preocupación.— ¿Cómo te sientes?

— Me siento bien, Bael. Ya no te preocupes —sostengo una de sus manos y deposito un beso en su palma abierta.

Inhala aire y me sonríe con calidez.

Una vez que soy capaz de mover mis ojos de mí demonio recorro con la mirada la habitación en la que me encuentro, es la misma a la que nos trajo el demonio hace un rato. Estoy completamente envuelta con sábanas que tratan de darme una tibia temperatura.

Valefar y Abigor están detrás de mi prometido en un respetuoso silencio, dándonos espacio.

— ¿Dónde está Agares? ¿Cómo se encuentra? —pregunto. En los ojos de Bael cruza un relámpago de furia, sus fosas nasales se abren e inhala con ferocidad, se ve colérico.

Mi corazón espera por una respuesta, aprieto la mandíbula por la reacción del demonio.

— Mi hermano estará bien, Valefar se encargó personalmente de eso. Si no fuera por sus artes en la medicina obscura le habríamos perdido.—su voz sale como un susurro letal.

Le observo anonadada.

Me gusta su actitud aguerrida para proteger a los suyos.

Asiento en agradecimiento al demonio con piel de ébano. Me permito tantear con mis dedos mi costado, espero algún tipo de escozor por el arma que me hirió pero no siento nada.

Levanto la mirada hasta mis acompañantes, los cuales me observan con una sonrisilla.
Levanto las sábanas que me envuelven con premura y al ver mi abdomen no hay nada, absolutamente nada.
Ni sangre, ni una cicatriz, nada, mi piel se ve tan impoluta como siempre.

—Pero qué ... —no puedo terminar la oración, esto es simplemente imposible.

Les miro a todos en busca de una explicación, en nuestro plano cualquier herida sanaba rápido pues estábamos en nuestro hogar y eran armas demoníacas, sin embargo, aquélla arma lanzada a mi costado había sido un cuchillo celestial, especialmente creado para acabar con los míos.

Abigor da un paso adelante y se dispone a hablar al ver mi rostro lleno de perplejidad.

— Todos sabíamos, y sabemos, que eres una criatura excepcional. Así que si te soy sincero princesa, tu inmunidad a las mortíferas armas celestiales, no me sorprende tanto— inicia. Me observa analizado todo mi cuerpo.— Sin embargo, aún tengo algunas dudas de cómo se dió todo. Al momento en que te encontramos inconciente frente al ángel estabas rodeada de sangre, pero no había ninguna herida en tu cuerpo, solo habías perdido el conocimiento.

Asiento, en acuerdo con sus palabras. Lo último que recuerdo es la fría mirada del celestial cuando caí al suelo.

—Yo sangré, Abigor. Había una gran herida en mi costado. Me sentí débil.
Sin embargo no creo ser yo la responsable de que la herida no haya hecho ningún mal. Mi padre me dió un obsequio antes de venir, un hechizo de protección.

La mirada de todos reluce con calma y orgullo hacia su señor, siempre listo, siempre un paso adelante.

Una vez que veo que todo está en orden me yergo y saco los pies de la enorme cama. El frío cala mis huesos pero tengo cosas que hacer, no soy un vulnerable humano que necesite de reposo.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora