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—Su majestad, se necesita de su presencia con urgencia.

Me desperezo apartándome de los brazos de mi hermoso demonio pelinegro.

Valefar se encuentra en la puerta de la habitación con la cabeza gacha, evitando mirar mi desnudez.
Me cubro como puedo con la manta y me dispongo a salir de la cama.
Bael se despierta de golpe al sentirme fuera de su alcance.

Una vez enfoca su vista en el demonio con piel de ébano sus cuernos y garras vuelven a salir.

—¿¡Cómo te atreves a contemplar a tu señora, siervo!?— su voz detona posesividad.

Le miro con gracia, sin embargo nuestro vigilante le mira casi con terror.

—Yo-yo, no preten-día señor. Señora le ruego me disculpe.

Su voz sale en un susurro tembloroso, se deja caer en en suelo y agacha su cabeza, esperando un castigo.
Me río sonoramente.
Bael me mira sin comprender.

Niego y con un chasqueo de dedos me cubro con una elegante y fina bata de seda negra.

—De pie, Valefar. No hay nada que disculpar. E ignora a mi prometido sólo esta celoso.

El pelinegro bufa detrás de mí, pero no contradice mis palabras.

—Es importante que su alteza nos de una orden sobre el celestial, se encuentra en una situación bastante complicada.

Mi cuerpo se tensa momentáneamente.
Bael se levanta como toro encabritado sin molestarse en cubrir su majestuosa virilidad y me sujeta de la cintura fuertemente.

—Vuestra princesa no se volverá a acercar a esa criatura. Matenlo o hagan lo que tengan que hacer con él. Pero Eyra no va a acercarse nunca más.—bufa.

Yo me quedo quieta unos segundos, sopesando la decisión de mi duquecito.

—Dame unos momentos Valefar, tengo algo que tratar con mi prometido. Te alcanzare después para hablar de la decisión que he de tomar.

El demonio asiente y desaparece tan rápido como llegó.

—Bael...— me vuelvo con su mano aún sosteniéndome, me mira con aprehensión por lo que acarcio su rostro levemente.

—No vuelvas a acercarte a él vida mía.
Estuve a punto de perderte por su mano y no estoy dispuesto a facilitarle otra oportunidad.

Me quedo callada intentando entenderle, pero esto es algo que nos sobrepasa a ambos. Si Valefar dice que debo dar una orden con respecto a él es que he de darla.

—Te entiendo, Bael. Lo hago.
Pero por favor entiende que es algo de lo que debo ocuparme.

Aprieta sus labios en una fina línea, veo emociones negativas pasar por sus ojos sin embargo asiente.

—Se hará lo que tú quieras y necesites. Sin embargo no te quedarás en ningún momento sola con él. He de estar presente yo en todo momento y decisión.

Asiento con una leve sonrisa, le doy un leve beso y me dispongo a salir.

—Tápate, te veo abajo.

Salgo a paso apresurado de la habitación, me detengo afuera y cerrando mis ojos me transporto a la sala de reuniones donde me espera un Valefar inquieto.

—Señora— se inclina y evita mirarme directamente, seguro por el episodio de hace unos minutos.

—¿Qué sucede?

—Es el ángel, esta muriendo.

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EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora