Capítulo 37: La marea

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TEMO

Al llegar el hospital parecía más vacío de lo normal lo cual no me tomó por sorpresa pues era casi media noche. Todo parecía más que tranquilo.

La habitación de Aristóteles estaba incluso la más callada de todas las demás. Entré con cautela esperando no hacer ruido. Quizá para este punto Polita se hubiera dado la libertad de dormir un poco.

Pero al entrar me sorprendí al observar a Polita acariciando el rizado cabello de Ari mientras él dormía. Eso no era lo sorprendente más bien eran las lágrimas que salían por los ojos de ella lo que me hicieron preguntarme si había llegado en un mal momento. Estuve a punto de abandonar el cuarto sin que ella notara que había estado ahí pero su voz me detuvo

-Temo...

-No quería interrumpir, es que pensé que tal vez necesitabas descansar

-Temo... Ari ya despertó- me avisó, pero al contrario de lo que parecía ser una buena noticia su rostro reflejaba tristeza

-Esa es una gran noticia, ¿Qué dijeron los médicos? ¿Cuándo le darán de alta?

-Temo...- trago saliva- Mi Aris despertó, pero...- su voz se entrecorto- Ari perdió la vista- sentí mi mundo derrumbarse con esa frase. Mire a Aristóteles que descansaba en esa cama y percibí cierto semblante dolorosamente triste en su rostro como si alguien lo hubiera pausado justo cuando parecía sentir más tristeza.

-Pe... pero ¿Cómo?- pregunté conteniendo las lágrimas

-Despertó hace un rato y ya no veía nada, comenzó a desesperarse y el médico tuvo que volver a dormirlo, dijo que era peligroso que se alterara demasiado- explicó afligida, su voz salía con algunos lamentos entre cada oración

Me senté a los pies de la cama y observe con más detenimiento del necesario cada una de sus facciones. Me gustaría decir que estaba tranquilo y que el miedo no me había hecho ceder ante mi idea de verme fuerte con mi suegra pero mentiría. Abandone la habitación y caminé, caminé por un largo rato entre los pasillos del solitario hospital, en otras circunstancias aquel lugar me hubiera parecido aterrador pero justo en aquel momento era justo lo que necesitaba. Un lugar silencioso donde solo mis propios pensamientos irrumpieran en mí.

Conocía a Aristóteles lo suficiente como para preocuparme, era necio y exageradamente independiente y sabía que esto le afectaría más de lo que él mismo admitiría y esa simple idea me causaba un nudo en la garganta. Recordé su primer accidente cuando quedo a mi cuidado por largo tiempo mientras recuperaba la capacidad de caminar, esos momentos que nos habían unido aún más y solo tenía esa punzada de esperanza en que esto nos hiciera más fuertes, lo cierto es que aún quedaban muchas cosas por hacer antes de hacernos lo suficientemente valientes y enfrentar a este mundo solos.

NARRADOR

Los ojos del rizado fueron abriéndose poco a poco hasta revelar esas pupilas oscurecidas e inútiles ahora. Lagrimas cayeron por el rostro de Aristóteles pues por un solo momento anhelo que todo hubiera sido un pesadilla pero no era así, estaba sumido en aquella oscuridad que le daba escalofríos.

Parecía incluso una burla del destino que la persona que le temía a la oscuridad estuviera condenada a pasar el resto de su vida en aquello a lo que tanto le aterraba.

Una mano amable pasó por su frente y enseguida la reconoció como la de su madre, suave y bondadosa como las caricias que recibía cuando era niño y solo por esos instantes se sintió seguro como un pequeño que vuelve casa después de su primer día de escuela.

-Mamá...- susurró entre sollozos- No puedo verte- pequeñas gotitas de agua salada rodaban sus mejillas

-Mi Aris- sintió un beso en su frente- estoy aquí hijo

TE AMO: Con todos los coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora