Capítulo 24: La belleza de lo cotidiano

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TEMO

El Sol ya se había posado en el cielo cuando abrí los ojos, una extraña calidez me envolvía y era Aristóteles que me tenía rodeado entre sus brazos, me revolví suavemente para no despertarlo y acurrique mi cabeza en su pecho... olía dulce y no era su perfume era su esencia natural la que me embriagaba en un éxtasis olfativo.

Lentamente me fui liberando de su abrazo hasta quedar fuera de la cama. Pedí el desayuno y lave mi rostro, Aris seguía plácidamente dormido, me detuve un minuto a observarlo... su piel bronceada y su cabello ondulado y rebelde, allí parado fui capaz de capturar cada una de sus facciones. Sus labios rosados, su nariz respingada, su piel liza como la porcelana... era perfecto... el era arte.

Poco a poco Aristóteles fue abriendo los ojos y se incorporó en la cama, me veía fijamente

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Poco a poco Aristóteles fue abriendo los ojos y se incorporó en la cama, me veía fijamente

-Buenos días- salude cariñosamente

-Buenos días- sonrió con dulzura. Seguía con la vista clavada en mi mientras terminaba de arreglarme y cepillar mi cabello, lo podía observar desde el espejo

-¿Qué sucede?- pregunté nervioso

-Nada, nada es sólo que... eres tan perfecto- susurró, aquel comentario me había alagado

-¿Sabes Ari? Creo que ambos somos perfectos el uno para el otro. De eso se trata el amor... aunque claro, se trata de muchas más cosas pero eso lo vas aprendiendo junto a la otra persona- sentí sus brazos rodeando mi cintura con suavidad, me dio un beso casto en la mejilla

-Lo sé tahi, y me alegra que me eligieras a mi para descubrir todas esas cosas maravillosas- hundió su rostro en mi hombro

-Es todo un placer- respondí con una sonrisa.

Frente al espejo observe la felicidad de dos jóvenes enamorados... inexpertos pero con unas ganas enormes de amarse y aprender juntos los retos de la vida.

NARRADOR

Caminaron por un largo rato, la tarde parecía ser fresca y la gente paseaba alegre por las calles, tomados de las manos recorrían los locales de artesanías, era una actividad que el castaño adoraba y su novio disfrutaba inmensamente de observar la felicidad de su compañero.

Temo miraba por el aparador una pequeña caja amarilla y un dije con un girasol de plata reposaba en su interior. Los ojos del castaño brillaban ante la belleza de la joya, Aristóteles que como de costumbre lo miraba se percató de la ilusión que le producía aquel objeto a su novio. Él chico no era materialista pero por un instante deseo tener el dinero para comprarle ese obsequio a Temo. Cabizbajo fingió no haber visto nada.

-Amor, tengo hambre, mejor hay que ir por algo de comer- sugirió Temo frotando su barriga, el rizado asintió. Mientras se alejaban Aristóteles observaba de reojo la pequeña joya en el aparador, en su mente sacaba cuentas... tal vez si no compraba aquella camisa que había prometido comprarse con su sueldo o ese videojuego, podria darse el lujo de darle ese regalo a su enamorado pero aún así las cuentas no le salían y eso le desanimaba bastante.

TE AMO: Con todos los coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora