OSCURECIENDO

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Takano sabía que estaba actuando extraño desde temprano, pero era algo inconsciente y no lo podía evitar, solo esperaba que sus compañeros no se hubiesen dado cuenta de que llevaba casi media hora con la mano sobre el teléfono de su escritorio, pensando en si estaría bien llamar a esa persona o si sería muy raro de su parte hacerlo; al final, pasó diez minutos más con la mano pegada al aparato, hasta que una punzada en su cabeza finalmente le hizo claudicar, y decidió que en realidad sería bastante raro llamar a Ritsu para preguntarle cómo estaba ahora que volvía a su trabajo luego de su licencia médica. "Va a nevar" pensó, mientras miraba hacia una de las ventanas, siempre, desde que vivía en Japón, le comenzaba a doler la cabeza cuando se daban las condiciones para que nevara, pero se le pasaba una vez que, o caía nieve o el clima mejoraba.

A pesar de los años, aún no se acostumbraba al clima de Nueva York, había veces en las que comenzaba a nevar empezando diciembre, y otras veces, como ésta, que no caía ni un copo y eso que el invierno ya estaba por terminar; pero ese día había amanecido bastante menos frío que los anteriores, con un cielo blanco pálido que conforme fue pasando la mañana se fue oscureciendo, mientras bajaba drásticamente la temperatura; "con esta luz ese idiota debe estar echando fuego por las narices" pensó Takano, esbozando una sonrisa, mientras recordaba todas las veces que vio a Ritsu enfadado porque ese tipo de luz le irritaba esos ojos verdes y le hacía doler la cabeza. "Espero que al menos tenga un par de guantes" siguió pensando, lo cual le inquietó un poco, pues recordó vívidamente el cómo a Ritsu se le ponían la nariz roja y los dedos tiesos cuando hacía frío, de pronto le parecía como que casi podía verlo en frente suyo.

"¡Arhg! ¡¿por qué me preocupo tanto por ese idiota, si no lo he visto en un año?!" se regañó a sí mismo Takano, mientras se agarraba la cabeza con ambas manos; para olvidarse de ese asunto, se puso a buscar en sus cajones por si tenía alguna aspirina o algo para el dolor de cabeza, pero como sus cajones se habían vaciado, rápidamente se dio cuenta de que no tenía nada, así que se levantó y se puso su abrigo para salir a comprar algo. "¿A dónde vas, Takano?" preguntó Donovan, su compañero del escritorio de al lado, "a comprar algo para la jaqueca" respondió sin mirarlo, mientras trataba de escabullirse, pues sabía hacia donde iba ese súbito interés, a lo que Donovan replicó rápidamente "¡hey!, ya que vas a la tienda ¿por qué no me traes un sándwich y un café?"; "¡ja! ¡lo sabía!" dijo para sus adentros Takano, pero, a modo de contestación, le extendió la mano abierta mientras se paraba frente a él a esperar, aunque sabía con qué respuesta se encontraría, "¿qué pasa, Takano?" preguntó Donovan, haciendo como que no entendía, "el dinero" dijo Takano, "no tengo efectivo ahora amigo, pero luego te hago una transferencia" dijo el tipo sin siquiera arrugarse un poco, "entonces ve a comprarlo tú mismo" le contestó Takano mientras se daba la vuelta y se iba rumbo a la salida.

"¡Hey! ¿acaso no me crees? ¡si te voy a pagar después! ¡qué te cuesta hacer un favor!" protestó con aire ofendido Donovan, cosa que a Takano le tenía sin cuidado, "ya conozco ese truco y no soy ningún novato, sólo a Williams ya le debes como cien dólares en encarguitos y favores, a mí no me la vas a hacer" le respondió antes de salir, mientras Donovan le gritaba "¡mal amigo! ¡eres un mal colega, Takano! ¡eso no se le hace a un compañero, no te costaba nada!" pero Takano ya se había ido.

En la medida en que bajaba las escaleras hasta el primer piso, esa molesta punzada en su cabeza iba en franco aumento, y para cuando llegó a la calle era una jaqueca descomunal que le hacía ver puntitos de luz a cada paso que daba; caminó a paso lento rumbo al pequeño almacén que había a dos cuadras de distancia, sintiendo que cada paso era una tortura, pues, como si no fuera suficiente con que el dolor le hacía crujir cada hueso del cráneo, también le daba ganas de vomitar y el frío le calaba hasta los huesos, aumentando aún más sus malestares. Por un momento pensó que a lo mejor se habría resfriado, pero estaba casi seguro de que no, sólo era la inminencia de una nevada.

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