TARDE

188 17 11
                                    


Mientras apresuraba el automóvil hacia su destino, trataba lo mejor que podía de no enojarse de más; ya tenía suficiente con los problemas con los distribuidores, que justo ese día parecían haberse puesto de acuerdo para joderle la escasa paciencia que tenía por las mañanas, el proveedor de vinos del bar & lunch Takato de Times Square había llegado con una partida de muy bajo nivel, que el encargado tuvo que rechazar y por lo cual se llevó la bronca del repartidor, siendo él quien tuvo que lidiar con el problema por teléfono, terminando por amenazar al encargado con buscar un nuevo proveedor, pues no era la primera vez que pasaba lo mismo; en Christine estaban teniendo problemas con la red de agua, lo cual era gravísimo para un restaurante al que le había costado casi una década llegar al nivel de 5 tenedores, y en Sakura no había llegado hasta la hora en que tuvo que salir, casi las diez de la mañana, ni una sola lechuga ni un corte de queso, pues los proveedores no se habían presentado ni dado ningún tipo de explicación, por lo menos hasta el momento en que le tocó salir corriendo.

Y allí estaba, golpeando el volante de su automóvil con el puño para quitarse un poco la rabia con la que iba, pues, como si no tuviera suficientes problemas con los que lidiar, su hija había tenido una pelea en el colegio, y al parecer había sido más grave que las anteriores. Dejó de golpear el volante una vez que el atochamiento avanzó, dándole la oportunidad de meterse al estacionamiento del exclusivo colegio en el que estudiaba su hija; le quedaba a casi una hora de casa, y era un verdadero dolor de muelas en cuanto a aranceles, la matrícula era ridículamente cara, pero la infraestructura y el nivel estaban como el cielo por encima del resto de los colegios privados de Nueva York. Y lo que más agradecía en momentos como ese, era que tenían personal de primer nivel, no sólo los mejores profesores, sino también personal de apoyo académico, psicológico y social del más alto rango cubriendo cada una de las necesidades del alumnado.

Le habían dicho cuando le llamaron que su hija había tenido una pelea bastante fuerte con otra niña, pero no imaginaba el panorama con el que se iba a encontrar; apenas llegó a la oficina del rector tuvo que subir sus defensas, pues los padres de la otra chica estaban furiosos, y con justa razón. Zen Kirishima tuvo que escuchar una larga diatriba de reclamos acerca del comportamiento de su hija en los últimos meses, pero no tenía una mejor disculpa que la única verdad con la que tanto él como su hija habían estado teniendo que cargar.

Hiyori había perdido a su madre; la habían asesinado seis meses atrás, sin motivos, sin explicaciones, sin testigos, sin nada que pudiera explicar por qué. Alguien simplemente le había atravesado la garganta con un cuchillo y la había dejado tirada cual trapo viejo en un basurero de un callejón a pocas calles del colegio; se suponía que esa tarde tenía que retirar a Hiyo para llevarla al dentista, pero jamás llegó. Él estaba en Rhode Island atendiendo un servicio de banquetería para un mitin del alcalde cuando le llamaron.

Después de eso, nada fue igual. Al estrés diario de manejar tres restaurantes de alto nivel, dos de ellos con servicio de banquetería a domicilio, había tenido que sumarle el convertirse en viudo y tener que lidiar no sólo con su propio dolor, sino también con el de su pequeña hija, el de sus padres y el de sus suegros. Todos esperaban un millón de cosas de él, y él no tenía a nadie en quien apoyarse, la única persona que solía escucharlo de vez en cuando y aliviar un poco sus tensiones yacía doce pies bajo el suelo en el cementerio de St. Michael.

Escuchó en silencio los reclamos de los padres de la otra niña, y cuando éstos se hubieron explayado lo suficiente para sentirse importantes, les ofreció pagar los gastos médicos que se hubiesen originado debido a la pelea, además de darles unas cuantas invitaciones de cortesía para cualquiera de sus restaurantes, con lo cual quedaron bastante conformes, después de todo, no cualquiera podía pagar lo que salía hasta la cena más económica en el Christine o el Sakura, y que él recordara, jamás había visto a esas personas en alguno de sus locales.

AMOR EN PELIGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora