DESORDEN

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Takano abrió la puerta de su departamento, entró, cerró y encendió un cigarrillo; mientras batallaba con el temblor de sus manos, tomó aquella fotografía y se puso a mirarla sin pensar en nada, solo mirarla y nada más. De a poco sus manos fueron dejando de temblar mientras fumaba y miraba esa fotografía, pero tuvo que dejarla cuando el cigarrillo se le acabó y la luz comenzaba a menguar.

Hacía tiempo que no llegaba temprano a su departamento, casi siempre llegaba cerca de medianoche y se iba apenas se despertaba, y su día libre lo pasaba fuera desde temprano, por lo que poco y nada le tomaba en consideración el estado de su vivienda, siempre estaba lo suficientemente cansado como para querer hacer algo al respecto, así que esa era la primera vez en meses que estaba allí antes del atardecer, y no le gustó, nada. Al levantar la vista el panorama era desolador, desalentador y deprimente a partes iguales, se preguntó qué tan mal estaba como para llegar a ese extremo, se volteó a mirar de nuevo esa fotografía y se preguntó qué dirían su primo y esa persona si vieran cómo estaban las cosas allí dentro, y no le costó imaginar sus caras de asco y pena.

No tenía que preguntarle a su primo, Takano también era psicólogo, así que sabía bien lo mal que debía estar por dentro para que su departamento luciera como un vertedero, después de todo, el lugar donde uno vive y donde pasa más tiempo es el reflejo del estado emocional de una persona, lo sabía bien. Su casa era un asco, y su escritorio en la jefatura también, llevaba quizás cuánto tiempo comiendo chatarra, tanto que ya no recordaba cuándo fue la última vez que comió algo decente o la última vez que cocinó, y sólo llevaba la ropa a la lavandería cuando ya solo le quedaba una muda más, al menos se bañaba todos los días, pero no recordaba cuándo fue la última vez que se lavó los dientes o se limpió los oídos, y menos de la última vez que hizo su cama.

Tampoco recordaba la última vez que le gustó o que salió con una chica, y ni hablar de tener sexo, de hecho, ni siquiera recordaba cuándo fue la última vez que tuvo una erección o que se masturbó. No recordaba tampoco cuándo fue la última vez que salió a beber con sus compañeros, bebía, sí, muchísimo, pero siempre en casa, solo. Mientras apoyaba su espalda en la puerta de entrada y se dejaba caer hasta quedar en cuclillas, tuvo que aceptarlo, demonios, estaba mal, por Dios que lo estaba, y ni siquiera podía pensar en cuál era la raíz de su problema.

Pero también sabía que podía elegir entre una de dos opciones: podía quedarse allí arrumbado en la puerta como un mueble viejo e inútil hasta terminar de hundirse, o podía poner manos a la obra y al menos tratar de hacer algo, aunque fuera momentáneo. Se decidió por lo segundo.

Se puso de pie tan rápido que sus rodillas sonaron como bisagras viejas, pero el pequeño dolor de su rodilla derecha lesionada hacía un tiempo no sería impedimento al menos esa tarde; fue a la cocina, recordaba que en uno de los cajones tenía bolsas de basura, y después de revisar un poco, las encontró. Decidió que al menos sacaría una cosa del departamento esa tarde, así que empezó por lo primero que tenía a mano, las botellas; para cuando terminó de recogerlas todas, después de recorrer todo el departamento hasta sacar la última, había llenado cuatro bolsas y media de las grandes.

Antes de salir a dejar las bolsas al contenedor, rellenó la bolsa más liviana con el contenido de su abarrotado cenicero de la mesita de la sala, dejó abierta una ventana que daba hacia la calle y salió; como si el cielo se hubiese apiadado un poco con él en su intento de levantarse, se encontró con un vecino al que hacía un tiempo había ayudado a encontrar un familiar, y el hombre, consciente de que Takano había tenido esa lesión, le ayudó a bajar las escaleras con las bolsas más pesadas y lo acompañó hasta el basurero.

Después de tirar la basura se dio cuenta de que muchas cosas habían pasado mientras él se miraba el ombligo, entre ellas, que su barrio se había vuelto un tanto más cosmopolita; el callejón estaba más iluminado, habían instalado una barbería latina en la esquina y un pequeño restaurante de pastas cruzando la calle. Quizás no se había dado cuenta por el simple hecho de que solía llegar muchas veces después de medianoche, cuando ya estaba todo cerrado, pero, aprovechando la novedad y el hecho de que se sentía con un humor un poco más renovado por el pequeño avance que había hecho, decidió probar un poco de esa comida del nuevo local.

AMOR EN PELIGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora