UNA LARGA NOCHE

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Yokozawa llegó a su departamento cuando la tormenta de nieve estaba a punto de comenzar, lo cual le recordó que Ritsu y Masamune estaban fuera de la ciudad, allá lejos en Pensilvania, y que probablemente intentarían regresar esa misma tarde, pero viendo cómo se ponía más y más oscuro y la nevada se hacía muchísimo más copiosa, dudaba que pudiesen lograrlo. Le preocupaba no haber tenido noticias de ellos en todo el día, su relación seguía en un punto frágil, y que estuviesen juntos y solos no era muy tranquilizador, menos considerando el cómo se ponían ambos cuando nevaba.

Mientras ajustaba la calefacción decidió llamar a Masamune, pero se encontró con que su teléfono estaba a punto de apagarse, la batería estaba completamente descargada y tan solo le quedaba un cinco por ciento. Rabiando para sus adentros, buscó en su escritorio el cargador, lo conectó y lo dejó allí encima, mientras iba a la cocina a poner agua a calentar para tomarse un té.

Después de poner la tetera sobre el fuego, Yokozawa se quedó parado frente a la estufa, pensando; aunque en realidad, no estaba pensando, su mente se había convertido en una marisma blanca en donde cualquier pensamiento se estancaba y se diluía con el entorno, no había logrado pensar en nada durante toda esa tarde, no después de lo que pasó en su oficina con Kirishima. Ni siquiera era capaz de elaborar una idea o un juicio con respecto a lo que pasó, de hecho, ni siquiera entendía cómo era que había llegado a su departamento, pues había funcionado en piloto automático toda la tarde, casi como un zombie.

El pitido de la tetera le despertó de su ensoñación, por llamar a ese extraño estado en el que se encontraba de alguna manera, así que apagó el fuego y buscó su taza, echó unas pocas hojas de té en el infusor y lo metió dentro de la taza, y le echó el agua caliente encima. Después de un rato de revolver cadenciosamente la cuchara de infusión dentro de la taza, finalmente la sacó y la dejó sobre la mesada, y se bebió el té allí, de pie en medio de la cocina.

Se bebió la taza entera de té sin siquiera apreciar el sabor, su mente no estaba trabajando, sólo hacía las cosas por hacer algo, lo único que sentía era una amarga frustración y una ciega necesidad de seguir funcionando, sin motivo ni propósito. Dejó la taza sobre la mesada, iba a volver a la sala, pero un impulso ciego, o más bien dicho, una costumbre fuertemente arraigada, le hizo devolverse sobre sus pasos y lavar la taza y vaciar el infusor y limpiarlo también.

Estaba secando la taza con un paño cuando un sonido llamó su atención; era su teléfono, tocó una musiquita extraña que no recordaba de qué era, así que se dirigió al escritorio donde lo había dejado, sólo para encontrarlo completamente apagado. Revisó el bendito aparato varias veces, pero no, al parecer no se había cargado nada; revisó el cargador y estaba al parecer bien, pero por si acaso decidió revisar el enchufe, así que desconectó una lámpara de una de las mesitas de arrimo y la llevó al escritorio, y se encontró con que era el enchufe de la pared el que estaba fallando, pues la lámpara se apagaba y se encendía intermitentemente.

Pero ya era tarde, pasaban de las ocho, a esa hora no encontraría a ningún electricista que fuera a revisar la falla, y solicitar un servicio de emergencia le costaría demasiado caro, y tampoco tenía ni las herramientas ni el conocimiento para hacerlo él mismo, así que decidió que en la mañana le avisaría al casero para que le solucionara el problema, después de todo, si el tipo no le iba a devolver el dinero de la renta para poder mudarse, bien podía mantener el edificio como correspondía, ya que, según él, para eso había ocupado la enorme suma que le habían entregado él y su compañero como renta anual, y que había recibido encantado de la vida.

Tomó su teléfono y lo dejó sobre la mesa de centro de la sala junto con el cargador, decidió que lo pondría a cargar cuando se fuera a su habitación, extendió una manta que descansaba sobre uno de los posa brazos, se envolvió con ella y se sentó un rato a leer en el sofá; desde hacía unos pocos días había logrado cambiar un poquito su rutina dentro de casa, y ya era la segunda o tercera vez que lograba romper su ritual de sentarse frente al escritorio y quedarse allí, así que, si bien su mente aún seguía confusa por lo que había pasado en la tarde, pudo disfrutar de un momento de buena lectura sin sentirse presionado por la costumbre.

AMOR EN PELIGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora