ESPERANZA

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Habían pasado tres días desde que Takafumi había colapsado en su departamento; estuvo tan solo dos días internado en el hospital, y ya le habían dado de alta, lo cual en un principio le había preocupado cuando se lo dijeron, pero luego, cuando Masamune y Ritsu le fueron a visitar, le habían hablado de la posibilidad de pasar un tiempo en ese centro de rehabilitación.

La verdad, ni siquiera lo pensó, simplemente le dijo a Masamune que hiciera el papeleo y lo llevara cuando le dieran de alta; y es que, a pesar del shock inicial, no tenía que ser muy inteligente para saber que no estaba en posición de dárselas de testarudo y hacer como que no había pasado nada. A decir verdad, apenas podía levantarse de la cama sin empezar a temblar de pies a cabeza, pero no de frío, sino de miedo, así que entendía que, aunque en cualquier ocasión anterior pudo disfrazar su situación con una cara seria, en ese momento no había manera de fingir que estaba bien.

El lugar no estaba para nada mal, de hecho, era casi como un club de campo, sólo que no había barbacoa ni golf o piscina, y las visitas era muy controladas, pero tenía su propia habitación con baño privado, una rutina de actividades, terapias personales y grupales, y hasta podría tener consigo una mascota si quisiera. Había llegado la tarde del día anterior y había pasado su primera noche fuertemente sedado, pero al menos había dormido tranquilo; mientras miraba sus manos, alguien tocó a su puerta; era uno de los auxiliares que había ido a recordarle que antes de su cita con la psiquiatra tenía que pasar a la enfermería para que le hicieran las curaciones a sus manos.

Aprovechando que el auxiliar estaba allí, le pidió que le ayudara a abrocharse los botones del chaleco, ya que con la cantidad de vendajes que le habían puesto en el hospital casi no tenía movilidad en los dedos, aunque no podía reclamar mucho al respecto, pues se había destrozado las yemas y se había arrancado varias uñas en su desesperación por intentar abrir esa maldita puerta; con suma amabilidad Mike, un hombre de raza negra, enorme, que pasaba de los dos metros y muy posiblemente rondaba los ciento treinta kilos, le abrochó los botones y de paso le abrigó con un chal mientras le conversaba sobre lo frío que había amanecido, y mientras se agachaba a arreglarle la basta de los pantalones que se le habían quedado metida dentro del zapato, le preguntaba si tendría visitas ese día, recordándole que solo podía recibirlas después de almuerzo, para que les avisara en caso de que no estuviesen al tanto.

Takafumi le agradeció sus atenciones, pero Mike le dijo que era lo menos que podía hacer por él; al principio Takafumi no entendió a qué se refería, así que lo dejó pasar por el momento, sin embargo, cuando quiso caminar, se tambaleó como si estuviera borracho, pero por suerte, Mike lo alcanzó a sujetar, y mientras bromeaba sobre cualquier cosa, lo rodeó en un gentil abrazo y le ayudó a caminar hasta la enfermería. Para cuando salió, con las manos ya curadas y los vendajes cambiados por unos más cómodos, Mike aún seguía sentado afuera, esperándolo, y de pronto se le hizo muy familiar; tímidamente le preguntó si había estado alguna vez en el centro comunitario de Bedford Stuyvesant, a lo que Mike respondió que sí con una gran sonrisa, y entonces las cosas fueron más claras para Takafumi: aquel hombre era Mike Brooks, lo había estado viendo durante su trabajo en el centro comunitario cuando éste apenas tenía unos dieciséis o diecisiete años, en ese tiempo era un chico callado e irascible, alto y muy flaco que tenía problemas con algunos pandilleros y se metía en peleas constantemente, pero Takafumi se había dado a la tarea de ayudarlo hasta que, cuando Mike cumplió los dieciocho, se metió al servicio militar, y entonces dejó de verlo, pues su familia también se mudó del barrio.

Si bien para Takafumi, Mike era uno más de tantos chicos a los que había tratado de ayudar aunque fuera un poco a lo largo de su carrera, y con los que siempre se sentía en deuda al pensar que podría haber hecho algo más por ellos, para Mike él había sido un guía que le había ayudado no solo a enderezar su camino, sino también a alejarse de los problemas y encontrar una vocación, y se sentía profundamente agradecido con él; en el presente, seis años después de la última vez que se habían visto, Mike era un hombre realizado, en el servicio militar aprovechó para terminar sus estudios y tomó una carrera orientada al servicio, y se había convertido en un excelente auxiliar de enfermería, y gracias a las habilidades adquiridas durante su estancia en la milicia, había conseguido trabajo en ese centro de rehabilitación de las fuerzas armadas, donde se orientaban al tratamiento de traumas psicológicos del personal militar, aunque también abrían sus puertas a civiles, pero eran los menos. Cuando llegó esa mañana y le entregaron sus tareas, Mike se había encontrado con la desagradable sorpresa de ver un nombre conocido en la lista de nuevos ingresos, y nada menos que el de su recordado onii-chan, así que había pedido expresamente el poder quedar a cargo de atenderlo durante su estadía en el centro, a lo que sus jefes no se negaron.

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