¿Quién eres?

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Lucy abrió sus ojos sólo para descubrir que había empezado otro día dentro del palacio del emperador. Miró hacia la parte inferior de un dosel de terciopelo púrpura sobre su gran cama. Se sentó y echó hacia atrás el edredón de plumas de terciopelo junto la capa superior de sábanas de seda dorada.

Miró su largo vestido rosa con varios detalles blancos. Nunca comprendió la razón por la cual tenía que vestirse tan formal, pero las sirvientas tampoco le daban algo para escoger.

Ni siquiera su pijama.

Puso sus pies descalzos sobre la exuberante alfombra púrpura que cubría el frío suelo de mármol.

Estaba pensando en cuánto tiempo había estado allí.

Al principio, había recuperado su consciencia en una habitación desconocida y con personas con las que juraba que no eran cercanos a ella. Luego, conoció a Zeref y a Invel. El primero parecía ser demasiado amable con ella mientras que el muchacho de pelo celeste... no tanto.

Los días se habían convertido en semanas, y estas, en meses donde ya se había familiarizado con la mayoría de las cosas y de las personas.

Aparte de esos dos magos, había conocido a August, quien también parecía demasiado amable con ella. Pero no rechazó esa parte suya ya que a pesar de su apariencia, había veces en la que actuaba como un niño pequeño a su lado.

Luego a Irene, con quien al principio no se había llevado bien. Pero con el tiempo, se había vuelto agradable el acompañarla en sus horas de té. Sobretodo si también invitaba al resto de las chicas como Brandish o Dimaria. A veces desprendía una sensación de maternidad.

Tampoco se había llevado tan bien con Larcade cuando este le estaba insinuando que era una zorra al conquistar a su padre. Claro que después de un par de hechos que ella preferiría no recordar, se habían vuelto algo mejor que enemigos.

Suspiró mientras empezaba a caminar  por su habitación. El tiempo había pasado rápido.

Un ejemplo de ello, era su cabello, el cual ya no le caía justo por debajo de los hombros. Ella comenzó a recoger sus largos pelos dorados en una hermosa trenza de costado mientras se dirigía a la gran puerta de cristal que daba hacia el balcón de la solitaria habitación. 

Miró su reflejo a través del vidrio con una pequeña mueca. Parecía una princesa salida de un cuento de hadas, pero algo solitaria.

¿Tenía un príncipe que la estaba buscando allá afuera? Si era así, estaba tardando bastante.

Abrió la enorme puerta para salir hacia el balcón, cubierto de mucha vegetación. Todavía era temprano como para que las sirvientas viniesen a su habitación.

Se notaba que alguien había hecho el trabajo de arreglarlo. Llena de diminutas y sencillas, pero hermosas, flores blancas, que lo cubrían todo.

Se apoyó sobre el barrancal, que también estaba cubierto por la hiedra, viendo la hermosa naturaleza. Llena de árboles, arbustos y muchos flores que juntos formaban algo maravilloso por su diversidad.

- se siente raro..- murmuró por el extraño contacto entre su piel y las hojas.

Suspiró aburrida de estar atrapada en el palacio de Zeref. No era que la tratasen mal o algo parecido, ni que el azabache no le diese atención. Sólo se sentía como si faltara algo, que algo no estaba bien en todo esto.

Sacudió su cabeza pensando que tal vez era su imaginación mientras empezaba a arrancar pedazos de hoja o flores que estaban a punto de marchitarse.

- sí... yo también me marchitaré si me quedo aquí para siempre- la rubia suspiró mientras examinaba una en sus manos.

Algunas veces, se sentía como si todos en el castillo le estuvieran ocultando algo.

El ángel del demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora