Me desperté como cualquier día. No tengo despertador ni tampoco pongo alarma en mi celular. Mamá se encarga de despertarme todos los días a las 9 AM. Ese día estaba animada y abrió las cortinas de mi cuarto con un movimiento enérgico.
— Hora de despertar bebé.
Me senté en la cama y la mire con disgusto.
— Deja de llamarme bebé.
Me regaló una sonrisa y luego se acercó a mí para besarme la frente. La deje hacerlo pero nunca le hice saber lo molestos que eran sus besos cuando ya estoy en una edad en la que prefiero no ser mimada como una nenita.
— ¿Qué vas a hacer primero? ¿Desayunar o ducharte?
Ya sabía la respuesta. No entiendo porque me lo pregunta.
— Ducharme.
— Okey, te traeré tu silla.
Pongo los ojos en blanco mientras me siento a los pies de la cama y observo mis blancas y delgadas piernas
— Odio esa cosa y además no la necesito para ducharme.
— Pues no depende de que la odies o no... ¿como te sientes? — Me pregunta mientras trae la silla ruedas hacia los pies de mi cama.
Me puse de pié y comencé a estirarme.
— Bien... Creo que hoy puedo sola. Llevala abajo y me sentaré en ella cuando baje a desayunar.
Mamá asintió mientras se llevaba la silla. La única razón por la que me decía que si, era porque hace meses no sufría un desmayo. El miedo de mamá y papá de caerme era grande pero yo me lo tomo más a la ligera. Por mí, que pase lo que tenga que pasar.
Camine hacia mi baño, que por suerte tengo en la habitación. Abro la ducha y comienzo a desnudarme mientras me observo en el espejo. Empujo mi cabello negro, que me llega a los hombros, hacia atrás y observo a la chica de ojos color miel que me observa con cansancio, como si no hubiera dormido en toda la moche.
Ignoro mis ojeras, prendo mi reproductor de música y me meto en la bañera, debajo del chorro de agua. Comienzo a pasarme jabón por el cuerpo y me permito imaginarme bailando. Artic Monkeys suena a todo volumen mientras el jabón se desliza por mí piel. Esto es una de las cosas que más disfruto porque me siento normal.
Salgo del baño tarareando la música que sigue sonando mientras que me aseguro la toalla blanca sobre mi pecho. Me pongo una remera ajustada blanca de algodón, un pantalón de chándal negro y mi calzado. Casi toda mi ropa parece un pijama, porque no salgo de mi casa. Solo salgo para ir al hospital, para ir a terapia o cuando mis padres deciden que he pasado suficiente tiempo adentro de esta casa. Me sacan al parque o al centro comercial, o tal vez al cine... Me divierto pero si fuera por mi, me quedaría aquí.
No tengo amigos, ni hablo con nadie además de mis padres, la enfermera que se queda conmigo cuando mamá tiene que ir a trabajar, ya que ellos insisten que no puedo quedarme sola, mi prima, que es lo más cercano que conozco a una amiga y mi psicólogo.
Cuando estoy lista, bajo a desayunar. Bajo escalón por escalón con tranquilidad aferrada con ambas manos a la baranda. Ya me acostumbré a hacerlo asi. Miro fijamente mi silla de ruedas. Cuando por fin llego, a la planta baja de mi casa, me desplomo de manera exagerada en mi silla y largo un suspiro. Voy "rodando" hacia la cocina.
— Justo a tiempo. — Sonríe mamá.
Me paso hacia una silla, para poder comer mas cómoda. Miro con ganas los huevos revueltos, las tostadas y el café con leche bien caliente como me gusta. Últimamente mi apetito creció y eso me pone de buen humor. Luego de terminar de comer, siento que me falta el aire. Comienzo a sentir lo que sienten todos luego de haber corrido kilómetros.
Es normal luego de pasar mi rutina de la mañana. Mamá me deja sola por algunos minutos para luego volver con mi oxigeno y una mascarilla colgando del mismo. Me pongo la máscara e intento relajarme. Me paso nuevamente a mi silla de ruedas y mamá no tarda en empujarme de las manijas.
— No te preocupes cariño, pasará en un momento. Es bueno que vuelva tu apetito, pero recuerda que si haces las cosas muy rápido pasa esto.
Asiento mientras dejo mi mano apoyada encima de mi mascarilla. Todo esto es culpa de esos malditos medicamentos. Como era de suponerse mamá me empuja hacia el ventanal. Abre los ventanales, puedo divisar las rejas negras que lo protegen y una brisa fresca entra hacia nuestro living. Me estremezco y ella lo nota.
— Voy a traerte un abrigo. — Me aviso antes de irse.
Las cortinas blancas que cubren el ventanal se mueven con el viento y el sol golpea en el pavimento. No tenemos jardín por la parte delantera de la casa así que las ventanas dan directamente a la vereda.
Es un lindo día. Un lindo día para quedarme en casa. Un lindo día para ver chicas de mi edad pasar e imaginarme que soy yo y voy caminando a un lugar interesante.
Mi vecindario es bastante concurrido, ya que hay una escuela a dos calles y por ende pasa mucha gente siguiendo su rutina de todos los días. Vivimos en un pueblo bastante grande llamado Stowe en Vermont, Estados Unidos. Aunque es más grande que muchos pueblos de cerca, no quiere decir que no sea tranquilo. Al menos eso es lo que yo veo a través del ventanal. Si... ya se lo que muchos pensarán de mi "¿Qué puedes saber tu, mirando a hacia afuera por un ventanal, en tu living?"
Y tendrían razón, pero a mí me gusta pensar que mi pueblo es tranquilo. Corrección, me gustaba pensar que así era...
Mamá me trajo una frazada como casi todos los días y me la puso a lo largo de las piernas. Ya cuando me sentí mejor, me quite la mascara de oxígeno. Mi vecina de en frente salió de su casa y miro descaradamente hacia donde yo estaba. Le da curiosidad la chica enferma del otro lado de la calle. Maldita chusma.
Como todos los días desde que terminé el secundario baje la mirada hacia el pavimento de la calle y me quedé esperando alguna idea de cómo ocupar mi tiempo hoy, cuando de pronto sentí una sensación extraña.
Sentía que alguien me estaba observando.
Levante la mirada y vi de reojo una silueta acercarse por la vereda. Mire por inercia y sentí un cosquilleo en la nuca. Era un muchacho. Lo mire sin disimulo mientras paso a paso se acercaba. Tenía una capucha gris de algodon puesta que era parte de la cazadora negra de cuero que traía encima. Su cabello castaño claro, ondulado, sobresalía de la prenda. Tenía la cabeza gacha y seguramente la vista en el suelo... Así que por ende no pude ver su rostro.
Trague saliva porque sentí que se me secaba la boca. Tenía las manos metidas en los bolsillos de sus jeans negros y justo en el instante en el que pasó frente a mi, una brisa fuerte entró por el ventanal y sentí un perfume que me hizo pestañear. Aroma a colonia, desodorante y ropa nueva... Debo decirlo, era aroma de hombre.
Pasó como si nada, frente a mi, a menos de dos metros y ni siquiera se percató de mi presencia. Generalmente cuando la gente pasaba, solían mirarme, algunos de reojo pero lo hacían ¿Por que él no?
Cuando me di cuenta de lo idiota que debí verme siguiéndolo con la mirada, tape mis rostro con ambas manos, avergonzada pero no pude contenerme y me asomé casi pegando mi rostro a las rejas, para ver como su silueta se alejaba más y más...

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Mi maravillosa creación
Roman d'amour¿Que harías si tú vida, que está destinada a una enfermedad miserable, se ve interrumpida, avivada y corrompida por un extraño muchacho de ojos verdes? Malena ni siquiera quería averiguar quién era realmente él. Su principal objetivo, era convencer...