XXVI

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Minghao vio cómo Wonwoo desapareció delante de él, y luego atravesó el portal. Se sentía igual que un baño de agua fría. Moverse en ese lugar le costó cada gota de energía en su cuerpo, y tuvo que hacer grandes esfuerzos por avanzar. Salir del otro lado fue tan difícil como salir de una pared de goma de mascar, y cuando al fin llegó a destino, su cuerpo estaba cubierto de lo que parecía una pegajosa y maloliente melaza. Con sus manos, quitó la capa de sustancia que cubría sus ojos y nariz, y pudo ver parte del lugar. Lucía exactamente igual que el exterior del bosque, sólo que estaba cubierto de lo que parecía cenizas, el frío calaba sus huesos y olía enormemente a huevos podridos. Podía oír sonidos a la lejanía: gritos que le recordaban a animales en una lucha y lamentos desgarradores. Sin embargo, no había rastros de Wonwoo ni de los demás. Estaba completamente solo.

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—¡Mierda! —gritó Mingyu.

No oyó la alarma y acababa de despertar. Ya pasaban de las cinco de la mañana y aún no se vestía. Definitivamente llegaría tarde al trabajo. Se bañó en menos de dos minutos, se enfundó la ropa como pudo, y bebió media taza de café. Cogió las llaves, y condujo hasta el hospital lo más rápido que pudo.

—¡Doctor Kim! Buenos días —saludó la recepcionista —. Creí que no tendría turno hoy.

—Hola —saludó Mingyu, con una sonrisa —. Tengo programada una cirugía a las seis y media —dijo, encogiéndose de hombros.

—Ya veo —comentó la chica —, aunque creo que debería descansar un poco. Uno de estos días terminará durmiendo en medio de un procedimiento.

Mingyu soltó una carcajada.

—¡Tienes razón! ¡Tendré que beber el triple de café! —dijo divertido, antes de marcharse.

Sin embargo, las palabras de la recepcionista no se alejaban de la realidad. Porque lo cierto era que Kim Mingyu trabajaba dieciocho horas cada día. A veces incluso más. Su desayuno y almuerzo siempre consistían en café o bebidas energéticas y proteínas, y su cena, algo de té de hierbas y más proteínas. No tenía amigos ni novia, y jamás salía a fiestas. Incluso apenas veía a sus padres. Su vida estaba cien por ciento dedicada a su trabajo, e incluso cuando no estaba en el hospital, seguía pensando en su siguiente caso. Todos los días eran exactamente iguales, incluyendo los fines de semana: despertaba a las cinco de la mañana para estar a las seis puntuales en el hospital. Trabajaba hasta entrada la noche, volvía a casa y luego, repetía todo de nuevo. Y ese día no fue la excepción. La cirugía se extendió hasta medio día, apenas comió algo y luego fue hasta el servicio de urgencias. Allí atendió a un par de chicos que cayeron de un barranco tras perseguir a un tercero en medio de una riña adolescente; una bebé de dos años que se había metido un juguete en la nariz; un borracho que intentó abusar de su esposa y fue frenado con una botella en la cabeza, y muchos otros pacientes similares. A las siete de la tarde volvió a entrar al pabellón y no salió de allí hasta pasada la media noche. Llegó a su casa a las una de la mañana y a las cinco estaba en pie nuevamente. Al día siguiente, la rutina fue muy similar igual que al siguiente día, y al siguiente, y así, eternamente.

—¿Realmente quieres vivir de esta forma? —dijo el paciente sobre la camilla —Creo que es momento de detenerte y regresar.

—¿Qué has dicho? —Mingyu abrió los ojos como plato al oír la voz del chico.

Se suponía que estaba sedado, pues su vientre estaba abierto de par en par mientras Mingyu suturaba sus entrañas.

—Exactamente eso —respondió el paciente —. Si sigues así, jamás volverás a verme.

Mingyu se detuvo en lo que hacía y observó al chico. Sus ojos profundos le devolvieron la mirada. Algo en ellos le llamó la atención: de alguna forma, le resultaban enormemente familiares.

—Es tiempo de que te detengas y regreses —repitió el chico —. Por favor... regresa conmigo...

De pronto, la sangre comenzó a burbujear en el vientre del paciente, y se escurrió hasta el suelo. Las manos de Mingyu se hundieron en las entrañas hasta el codo y luego algo tiró de él.

—¡Ahhhh! —gritó, hundiéndose cada vez más en el cuerpo del chico.

—¡Mingyu! ¡Mingyu!

Una voz resonó a su lado. Intentó abrir los ojos, pero algo pegajoso se lo impedía, así como también le impedía respirar. Una mano se deslizó sobre su rostro, quitando la melaza maloliente que le cubría, y una bocanada de aire fétido pero revitalizante entró a sus pulmones. Frente a él, se encontraba Minghao.

—¿Dónde... dónde estamos? —preguntó Mingyu, confundido, cuando al fin recobró el sentido.

—Creo que en el Infierno —dijo Minghao, ayudándole a incorporarse.

—¿Y los demás? —dijo Mingyu.

—No lo sé —respondió Minghao —Creo que somos los únicos que han logrado salir.

—¿Qué haremos? —preguntó Mingyu, preocupado.

—Esperar —dijo Minghao —Si tu saliste, ellos también lo harán.

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DEVIL SIDE [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora