Un incipiente beso interrumpido por el villano

28 12 5
                                    

Desperté con los rayos del sol iluminando mi rostro, con mi corazón presionando fuerte contra mi pecho. Había tenido un magnífico sueño, una fantasía que, aunque hermosa, deseaba que no hubiese ocurrido. Todo fue para perder el temor y la incomodidad de besar a mi hermano durante la práctica de la obra, pero ahora me daba pavor verlo a los ojos. ¿Qué pensaría de mí después de esto? Deseé no haber hecho nada, deseé que no lo hubiese notado, pero no podría saberlo hasta verlo a los ojos y confrontarlo. Salí de mi habitación y frente a mí estaba uno de los sirvientes, con la bandeja de comida en su mano y la disposición de entrar a mi cuarto.

—Señorita Hannaghan, veo que está despierta. La señorita Rozen le estaba esperando, se le ha hecho tarde —señaló, guiándome hacia el comedor para servir su plato de comida. Christopher no estaba en ningún lado, asumí que fue a la academia a entrenar, como era su costumbre.

—Veo que está despierta señorita Alex —dijo Rozen. Su mirada exclamaba molestia y su caminar hacia mí era amenazante—. Espero pueda explicar ante su padre lo ocurrido.

Me sentí descubierta. Habían visto que besé a mi hermano. Rozen tenía mejores cualidades mágicas que yo, era seguro que estuvo vigilando. Tragué saliva, e iba a levantar mi mano para explicar, cuando uno de los sirvientes interrumpió.

—He sido yo, señorita Rozen. Lo tomé de la bodega... —admitió. Supe que hablaban del vino, suspiré con algo de alivio. Estaba en mi posición de autoridad para despedir al sirviente, era mi deber hacerlo, pero me quedé paralizada, aliviada. Rozen me observó y tomó la iniciativa para llamar la atención del hombre, redirigiendo hacía mi la potestad al final.

—Está despedido. Tome sus cosas y márchese —dije tras un fuerte respiro.

Si así me sentía en tan sólo el día siguiente, no sabía que esperar para los demás días. Podía sentir a cada momento que las palabras iban a salir, que iban a señalar ese detalle, que alguien sabía, que me delatarían. No podía concentrarme en los hechizos de hoy sin pensar en aquello una y otra vez, más cuando el hechizo a practicar era uno para mandar un mensaje privado entre dos personas a menos de diez metros. ¿Y sí lo estaban usando para hablar de mí? ¿Cómo podría saberlo? no estuve tranquila durante toda la mañana.

Para cuando mi hermano volvió, evité mirarlo a los ojos, aún si quisiera no hubiera podido. Simplemente estaba ahí, guardando sus armas y quitándose su armadura. Lo veía y él estaba de espaldas. ¿Por qué estaba tan callado?

—¿Estás bien Alex? —preguntó, tratando de cruzar su mirada con la mía.

—Sí —no, no lo estaba, te besé y tú no lo notaste—. Estaba... repasando las conjuraciones y el libreto —expliqué. No había escrito nada en todo el día, mi mente no lograba tener ninguna idea sobre cómo continuar la historia de Salis y Trois; apenas y pude levantar la mirada para verlo. Su mano tocaba mi frente.

—Estas roja, debes estar enferma —afirmó, volviéndose para buscar a Rozen, pero lo detuve del brazo.

—Estoy bien... sólo dormí mal anoche —admití, aunque intentaba ocultar lo que sucedió. Mi corazón palpitaba demasiado rápido, quería confesarle la verdad pero temía que se sintiera extrañado.

Ví por la ventana y una lluvia ligera empezaba a caer, no daba señales de ser una tormenta, pero lograba enfriar un poco el ambiente. Mi tiritar se hizo notar, y recibí un fuerte abrazo de mi hermano, preocupado. No sentía frío, no, sentía temor; la sensación de su abrazo que siempre me agradaba y protegía, ahora parecía una maldición que me debilitaba la mente. No quise separarme, no quise decir lo que me sucedía, sólo pude esconderme en su pecho unos instantes e intentar olvidar todo lo que había sucedido.

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora