Regreso a Casa

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¿Podía llamar hogar al lugar donde me reencontré con Christopher, donde me crié con Rozen por once años, y donde habita mi madre; en lugar de aquél castillo donde viví mi infancia? Pues así lo sentí.

La servidumbre, la poca que había y vigilaba el lugar como guardias se sorprendieron de mi súbita llegada en medio del invierno. No había forma de justificarlo más allá de explicar esa sensación de llamado de mi hermano hacia mí. Como un Felino Vorname, o como un encantamiento compulsivo, me llevaba a sus brazos. Y así fue como traté de buscar respuesta a mis sentimientos y terminé de nuevo en la casa de mi madre.

Karl me veía sorprendido, y si no fuera por su aspecto de noble, los guardias habrían atacado con tal de defenderme. Aquel hombre nunca había ido más lejos que los jardines y planicies de Güldengrub, y ahora se encontraba en la capital junto a mí.

Parecía curioso, pero aún con nuestras ropas abrigadas, el frío en la casa señorial era mucho mayor, y las chimeneas del lugar que permanecían encendidas se volvieron recurrentes. La calidez que yo deseaba, la que conseguiría junto a mi hermano, no la conseguí en ese día, sino al contrario, el calor de una discusión con mi amigo.

—¿Por qué lo hizo, mi Lady? —preguntaba después de descansar un poco, manteniendo la compostura y protocolo, aunque acariciando su anillo de forma más obvia— Lo ví en sus ojos, no quiso escucharme...

—No lo entenderías... Él me estaba llamando anoche, y yo... —quise explicar, pero era confuso hasta para mí.

—Usted sólo fantaseó con él, y vino a perseguir la fantasía como una niña... —su tono de regaño estaba acompañado de temblor en su voz, algo que llamaría comprensivo, aún en medio de su leve insulto—. ¿Por qué me pides consejos si no me seguirás?

Me senté en la silla de la mesa, justo frente a él y suspiré tras escuchar eso. Todo el día estuve preguntando por las sensaciones que tuve, y no noté que me había obsesionado de forma enfermiza con aquello. Definitivamente algo infantil, aunque el amor de mi hermano lo valiera, tuve que haberme preparado para aquella decisión. Ni si quiera estaba en mis planes traer a Karl conmigo, y ahora lo tenía frente a mí en esta situación, escuchando un injusto aunque válido regaño.

El silencio se apoderó del momento, y con un suspiro acepté sus palabras, sabiendo que para efectos prácticos, Karl y yo habíamos desaparecido del castillo sin mediar palabra con nadie. Para ese momento, Rozen u otro Arcanista estaría buscando nuestro paradero, y sabrían de mi regreso a la capital. Una excusa era necesaria, y más que eso, prepararnos para vivir el resto del invierno en el lugar.

—¿Dónde está mi Lord, Christopher? —preguntó Karl, sentándose a mi lado en frente de la chimenea del lugar.

—No lo sé, si supiera lo habría buscado —admití—, con esta nevada no debería estar fuera...

Ví por la ventana después de esas palabras, no era una nevada fuerte, pero realizar trabajos se hacía imposible en esa situación, incluso mi voz de canto se disminuía con el frío aliento, y así era para los pocos habitantes de la casa. Quienes se suponía eran guardias y vigilantes, preferían estar cerca de sitios con fuentes de calor y moverse de un lado a otro y haciendo sus propios servicios. Sólo Karl y yo estábamos siendo servidos, y no se acercaba a la servidumbre a la que estábamos acostumbrados. Un té y la chimenea encendida era lo único que nos distinguía de los demás que servían sus propia diversión.

A pesar de la compañía de Karl, todo alrededor se sentía en extremo solitario. El hogar que anhelaba tener en mi hermano no existía sin él cerca...

—¿Te sientes bien? —preguntó Karl, notando más de cerca mis expresiones anhelantes.

Negué, pues lo obvio era innecesario de preguntar. Mi decisión me había dejado varada a kilómetros de otra persona conocida, aunque aún podía tener a Beck y a Mesos para pasar un tiempo antes de intentar buscar a mi hermano. Después de todo, que mi amigo y mi amiga se conocieran era una buena idea. Sonreí para mí misma y tomé la mano de Karl.

—Saldremos, vamos a buscar algo que hacer —le ofrecí, halándolo hacia fuera.

—¡Ah! Mi Lady, deberíamos buscar forma de volver...

Lo ignoré por completo, llevándolo a traves de las calles y tierras con pequeños charcos de nieve y hielo hasta la biblioteca del lugar. Tuvimos que caminar, pues los caballos habían sido llevados todos al castillo, pero poco me importó, aunque Karl se notó cansado tan pronto habíamos llegado. Estando allí, un hombre mayor, que reconocí como Aufgang Byblos, el padre de mi amiga y bibliotecario como su apellido indicaba. Pregunté por mi amiga, quien estaba sentada leyendo.

—¡Alex! No creí verte a mitad del invierno... —admitió, dejando su libro y guardándolo en el estante usando un movimiento y magia— ¿Quién es el caballero? —su reverencia hizo saber que reconocía el estatus de mi amigo, quien desestimó su acto.

—Lord Karl Greenfield zu Güldengrub, amigo de la infancia de la señorita Alessandra... ¿Usted? —su respuesta mostró un lado tranquilo, al parecer sin nada que ocultar.

—Sólo Beck, bibliotecaria —admitió, con una leve sonrisa.

Al terminar la presentaciones, hice un resumen a mi amiga de nuestra llegada al lugar, la cual fue rápida en regañarme por gastar un conjuro de forma tan irresponsable. Ni si quiera pude expresar correctamente mis razones, teniendo que mentirle a ella sobre lo sucedido, y preguntar tanto por mi hermano como por el caballero que me cortejaba.

—Sir Guillaume sigue practicando con el Maestro Mesos, aunque no sé nada de Chris... —al decir eso, pude notar como Karl se ponía ligeramente inseguro por su modo de tratar a los nobles, sin protocolo alguno; aquello era algo que me agradaba de mi amiga y no la iba a forzar a cambiar por nada.

Tras tener la información que quería, me quedé un momento en pláticas con ella, disfrutando de la compañía silenciosa en lectura de libros, a pesar de tener la constante presión de tener que salir de allí por parte de quien fuera mi amigo; estuve pocos minutos allí debido a ello, y tuve que depender de mis mensajes secretos para despedirme correctamente de Beck.

—No es momento de distraerte con tus amigas... ¿Vinimos por tu hermano no? —me hizo recordar.

Si, mi objetivo es y siempre ha sido Chris. Ni si quiera me importó la mención de Sir Guillaume en la conversación, aún cuando supiera que él estaba allí, pero poder distraerme sin pensar en él era una cosa necesaria para mí. Pienso en él cada segundo de mi vida, y poder sacarlo de mi cabeza por unos segundos al practicar magia me permite aprender para poder usar esa magia con él. Después de todo, así fué como llegué aquí.

Le indiqué que volviera a la casa de mi madre y que reposara, que yo misma me encargaría de buscar a mi hermano. Aún escuchaba negativas y deseos de protección, resguardados en la nada, pues más armada estaba yo con mi daga que él, y confiaba en las personas de mis cercanías para evitar un problema. Entre ellos, mi antiguo maestro de artes y, aunque me pesara un poco verlo, el caballero de mi cortejo.

¿Realmente estaba lista para ver a alguien que abandoné en plena planicie? Más si sólo era para preguntarle por alguien más, mi hermano no había aparecido cerca, y hubiera sido inútil estar allí si no iba a conseguir ninguna información. Por primera vez, asentí a la sugerencia de Karl y me dirigí con él a la casa.

Vacío, eso es lo que podía decir de aquel lugar. Tan sólo llegar y no ser recibida por Rozen, no tener una taza de té lista para mí, a mi hermano en uniforme y armadura esperando para salir o a mi padre hablando con los trabajadores y súbditos de negocios; era como si la casa fuese distinta. Más allá del frío de las paredes, había frío alrededor.

—¿Sabes? Puedo... escuchar a mi madre —le dije a Karl, esperando que no me viese como una loca con las situaciones recientes.

Le expliqué y lo llevé hasta donde estaba el cuadro, mostrando ante él a aquella mujer que aún cuando no conocí, admiraba. Mi amigo no dijo nada al respecto, más que un leve bostezo que intentó ocultar inútilmente, y del cual me dió señales de la hora que se acercaba.

—Creo que deberíamos dormir... —le dije, aunque aún fuera temprano en la noche, no quitaba los comienzos de oscuridad que se hacían, y que sólo se detenían por las velas y chimeneas alrededor.

—No tengo ropas, o una cama —se excusó, indispuesto a continuar.

—Puedes usar las de mi hermano, hablaré con él luego —le dije, sonriendo—, mañana buscaré forma de contactarlo; lo prometo.

Noté las caricias de su anillo una vez más, pero contrastaban con un leve «si» acompañado de la expresión de su rostro, que nos llevaría a descansar ese día.

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