Día del Titán Eros VII - Adolescencia

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Traición, decepción, engaño. Un dolor en mi pecho, como una punzada fuerte de la misma daga que traía conmigo. Y una ira que cargaba en mis hombros desde el momento que escuché esas palabras, palabras que jamás creí escuchar bajo ningún motivo dirigidas a alguien que no fuera yo.

—Acepto —decía.

La voz era de mi hermano, sus ojos eran azules, pero no era él quien aceptaba. No era Bluend el que aceptó aquella unión, no podía serlo, tuvo que ser mi padre a través de él, el hombre que hasta ahora me crío y aún trata de alejarnos. Mi amiga era inocente, era él, Raphael Hannaghan, quien movía las piezas entre nosotros para alejar al Dragón de su única domadora.

Sentí las manos de Beck sostenerme, pero fue en vano, nada iba a cambiar, no cambiaba el aplauso ensordecedor recibido por la cumpleañera de parte de su público, ni iba a retirar el anillo protector que ahora cargaba en su dedo anular. Necesitaba una razón para gritar, plantarme en medio de ellos y revelar que ya él es poseedor de una joya de compromiso, la mía, el diamante púrpura que era mucho más valioso que aquella dragonita amarilla. Sólo las manos fuertes de mi amiga, junto con lo que obviamente eran conjuros, me impedía causar un escándalo allí mismo.

Mi padre tenía su mirada clavada en mi hermano, y tan sólo notar lo que sucedía le hizo cambiar su curso hacia mí, tomándome de los hombros con una falsa sonrisa y diciendo unas palabras que sólo dañaban más el leve hilo que cuidaba nuestra relación.

—Deberías alegrarte por tu hermano, ha conseguido esposa —mencionó, guardando emociones que pude sentir sólo con su mirada. Me engañaba, me mentía, me ocultaba algo.

Por primera vez en mi vida maldije a mi familia, aunque el hechizo me impedía ejercer mi voz, lo expresé con claridad. «Maldito miserable», fueron las palabras hacia mi padre, las más fuertes que jamás le dediqué, y las que jamás me arrepentiré de haber entregado. Me retiré entre la multitud, seguida únicamente por mi mejor amiga quien trataba de llamar mi nombre, pero era en vano, ya no podía detenerme. Aunque yo misma no sabía a dónde me dirigía, sólo me quedé en los jardines para llorar la derrota en la pelea que estuve teniendo por todo un año.

Las lágrimas se sentían frías, pero hervían mis mejillas al pasar por mi piel. Mi maquillaje debió arruinarse con aquella mezcla de tristeza y odio que mis ojos dejaban brotar. No tenía idea de qué hacer, y la única persona en todo el mundo que podría comprenderme sólo se quedaba en completo silencio, en el mismo shock que estaba yo. La miré, y ella sólo tomaba mi rostro para limpiar con cuidado esas gotas de mal que caían al suelo.

—Sabes que no significa nada, tu padre manipuló todo. Tiene sus razones —expresó, tratando de normalizar el asunto.

—¡Sé que es así! —repliqué, sintiendo mis uñas clavarse con fuerza en la palma de mi mano—. Pero ahora es difícil, ¿cómo voy a enfrentar a Karen con esto? ¡Más cuando él mismo aceptó!

—Ten paciencia Alex, por favor... —me decía, aunque aquello me era imposible.

El día siguiente estaba marcado, era la fecha límite para estar juntos. Yo volvería al Castillo Hannaghan, a Güldengrub, lejos de cualquier amistad fuera de Karl. Él volvería a Speer, y era claro que no era una mentira con la presencia de la propia Marquesa en la fiesta. Tenía que tomar decisiones en el momento, aceptar mi posición noble y enfrentar a mi padre con ello. Debía hacer algo drástico.

—Beck... ¿Cómo se sobrevive a una ordalia? —pregunté, viéndole a los ojos con la mayor decisión de mi vida.

—¿¡Qué!? Alex, eso es... —ví su expresión de asombro, pero insistí con mi pregunta.

No había tiempo de esperar, ni si quiera me daba el lujo de pensar, pues el banquete sería servido pronto, y era mejor expresar mis ideas en el momento.

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