Celos y Protección

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Desperté una vez más a mitad de la noche, ya sus brazos no me rodeaban y sólo escuchaba ese nombre repetirse una y otra vez.

—Kira... —decía mi hermano, gritando cada vez más fuerte, temblando en diversos ataques sin ninguna explicación.

Como cada noche que eso sucedía, le tomé del rostro y empezaba a cantar. Me dolía ver como su sueño era interrumpido por esa tal Kira, y como sus temblores me despertaban y lo alejaban de mí. Continué mi arrullo y le acariciaba el pelo, retocando el tinte mágico de la primera noche y acercándolo a mi pecho. Pude ver como sus brillantes ojos se iluminaban al abrirse, y llevaba su mano suavemente hacia mi rostro; seguía temblando, y su respiración se agitaba, pero yo no dejaba de cantar.

—... Y siempre estaré junto a tí, bebé —culminé. Era una canción infantil, pero era uno de los pocos arrullos que conocía y su melodía ayudaba a que él se relajase. Me sonrió y volvió a dormirse, esta vez en mi pecho, y yo acompañaba su sueño con leves caricias hasta el amanecer.

Como todos los días, él se levantaba primero y se retiraba a cambiarse su ropa; yo me quedaba en la habitación poco después, observando la pequeña figura religiosa del cuarto e inclinándome ante ella para agradecer, siempre agradecer por un nuevo día. Aquella vez mi hermano me miró, como si quisiera decir algo pero se abstuvo. Teníamos un patrón distinto, eso lo podía notar, pero él no entendería las razones por la cual le rezo a la diosa de la vida. Me levanté para esperar sus palabras, pero no fue del tema esperado.

—Oye, puedo saltarme algunas lecturas matutinas y acompañarte —ofreció, bajando un poco la mirada. Yo sólo sonreí alegre, aunque detrás de él, la mirada de Rozen parecía apuñalarlo repetidas veces.

—¿Sucede algo Rozen? —pregunté, esperando aliviar la tensión que ella misma construyó.

—Nada señorita —replicaba ella—¿Considera seguro llevar al joven Christopher a sus clases? Le recuerdo que necesita concentrarse, y puede ser una molestia para el maestro o sus compañeras.

—Oiga, sé de etiqueta e historia. Podría ser de utilidad —replicó mi hermano, empuñando su mano y retando directamente a los ojos de Rozen. Allí había una pelea de voluntades, la cual una vez más era yo quien podría detener, aunque sabía que Rozen tenía un punto a favor.

—Sólo espero que no cause problemas a la señorita Alessandra —dijo ella en su tono seco, y con una reverencia, se despidió.

Llevé a mi hermano por la casa de mi Maestro, era amplia aunque menos lujosa que la nuestra, su característica más resaltante era el jardín central donde Beck, Karen y el mismo Maestro Mesos ya se hallaban reunidos. No sostuve su mano durante el trayecto, intenté mostrar una faceta profesional y dedicada, al menos para los demás, aunque por dentro, me sentía como una niña, llevando a alguien a estudiar conmigo.

—¡Miren quien viene con un chico guapo! —exclamó Karen, siendo la primera en saludar, deteniendo su danza con la lanza y haciendo una leve reverencia—. Karen Merchant, encantada.

Aunque su reacción fue exagerada, al menos para la situación en que nos encontramos, mi hermano devolvió la reverencia. Quizá era la comodidad de encontrar a alguien con una armadura ligera y armamento igual que él, pero se hizo amena su relación en sólo un intercambio de palabras.

—Cristopher Hannaghan, el gusto es mío —respondía él.

Beck levantó la mirada de su libro al escuchar su apellido, y el Maestro Mesos detuvo la melodía de su arpa al mismo tiempo.

—Trajiste a tu hermano —notó Beck, suspirando como si fuera un problema—, bueno, hacía falta alguien más.

—¡De hecho, de hecho! —prosiguió mi maestro, sonriendo y dándole la mano a Chris—. Venid con nosotros, todo estudiante es bienvenido, más si es un artista nato. Estábamos preparando una obra de teatro, una actualización pequeña, y un actor masculino es lo que faltaba.

Pude ver en mi hermano una cara de confusión, y en parte molestia, pues él no estaba preparado para esa situación. Me reí y dejé que se presentara con ellos adecuadamente, retomando las prácticas de cada arte.
Dentro de las enseñanzas, el Maestro Mesos quería que yo aprendiese a tocar un instrumento, pues decía que mi canto no bastaba para mantener en pie una carrera. Aunque como era de esperar, eran complicados de manejar. Se supone me habrían dado el más simple, uno de una sola cuerda y de toques finos, pero comparándome con Beck, la cual sabía en teoría y práctica el uso de varios de estos, yo me quedaba atrás. Mientras intentaba tocar, podía ver a mi amiga y mi hermano danzar al compás de la música del Maestro Mesos, ambos con un arma en la mano, como si la misma formase parte de sus cuerpos y como si una pelea entre ellos se estuviera librando. En varios momentos, él perdía el balance o bien intentaba golpear a Karen directamente, y ambos le corregían la forma de bailar, reí un poco más y eso llamó la atención de Mesos, quien procedía a corregirme a mí.

—No pareces interesada en aprender Lady Alex —me dijo, tomando mis manos y colocándolas en la posición correcta para tocar, guiándome directamente de los brazos a cada momento; era tedioso, pero necesario para mi aprendizaje. Mientras me corregía, pude observar a Chris, quien ahora empuñaba su arma personal con fuerza y se acercaba a mí.

—Oiga, suficiente ¿no? —exigió hacia mi maestro, retirándolo con un empujón. Yo detuve mi práctica y mis amigas sólo se quedaron viendo la escena.

—¿A qué se debe esa insolencia, Sir? —preguntó él, tan confundido como nosotras tres. Me levanté y solté el instrumento para sostener a Chris del brazo, mirándole directamente a los ojos. Sentí furia, sentí como si las cosas se hubieran salido de control, cuando nada malo había sucedido.

—¡Deja de tocar así a Alex! Y dígale por su nombre completo, no es una niña, es una Lady y su superior— demandaba él.

Me aferré a su brazo, halándolo lejos de Mesos y apartándonos del grupo, lo empujé y arrastré casi hacia la entrada. Por un momento, juraría que sus ojos ya no eran azules, se habían vuelto amarillos y sus pupilas estaban dilatadas; ¿las mías? pues si reflejaban el alma, debían estar en llamas, a punto de quemar a Chris con fuerza.

—¿¡Se puede saber qué te sucede!? ¡Es mi maestro! ¡Estas actuando como un idiota! —le reclamé, impidiéndole el paso al interior de la casa.

—¡Te estaba manoseando! —esas palabras no me sorprendían, al contrario, avivaban la llama que crecía en mi interior—¿No lo notaste? ¿O es parte de las prácticas?

Una cachetada. Fue mi única y necesaria reacción, zafarlo de ese mundo de fantasía y paranoia salido de la nada.

—¡Sólo guíaba mis movimientos! ¡No puedo creer que pienses así de él o de nosotras! —continué, empujándolo hacia afuera de la casa de una vez— Hablaremos en la casa, tengo clases que atender.

—¡Alex, espera! —intentó detenerme, pero cerré la puerta en su cara, aprovechando el poco tiempo para hacer un hechizo que protegiera la cerradura con magia. Me apoyé de la pared y suspiré, intentando apagar esa llama, pero no podía, la ira sólo crecía y no podía desviarse a ningún lado. Al poco tiempo, Beck vino a mi lado y callada, sólo tomó mi mano para hacerme notar su compañía.

—No lo volverás a traer ¿no? —preguntó, aunque era una respuesta obvia, asentí con la mirada, y ella me llevó de vuelta al jardín interno—, tranquila, muchas personas son así, más con los comunes o con nobles de menor rango.

Asentí de nuevo, pero esta vez dudé. Él no era así, nunca lo fue. Cuando lo encontré estaba trabajando en el muelle, trabajaba para un común y ha ido a visitarlo varias veces. Él no era clasista, había algo más que lo impulsaba a actuar, como si quisiera protegerme de una amenaza imaginaria. Suspiré y me senté de nuevo a practicar, aunque el Maestro Mesos me dijo que no sería necesario.

—Prefiero que compongas un poema hoy, o durante estos dos días, estoy seguro que tendremos un buen material para algunas partes de la obra —decía sonriendo, dándome la pluma y el pergamino, como si supiera de lo que iba a escribir.

Y escribí. Escribí líneas tras líneas de palabras disonantes, palabras dirigidas hacia Christopher, hacia su actitud. Lo que antes era una tragedia del destino, ahora se volvía una decisión de un personaje. El asesinato de Salis a Trois no era una defensa, era premeditado, y el Angel fue quien lo manipuló.

Mesos sonreía tras de mí al leer lo que escribí, y posaba orgulloso, sentía que logró un objetivo que de algún modo me involucraba a mí. No le dí importancia y seguí escribiendo, cientos de palabras más.

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora