Festival del Fuego III: Tragedia y Canto

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«¿Qué deseo he de cumplir, si tú no sientes lo mismo?
¿Qué sentimiento puedo tener estando al borde del abismo?
Donde noche tras noche te observo dormir.
Y noche tras noche te quiero sentir.
Estar a tu lado y arrullar tus sueños mas profundos en canción.
Besar tus suaves labios y dejarme sentir tu corazón.
Pero de tus labios emanan excusas y desvíos.
Tu corazón nunca hace sincronía con el mío.
A pesar de aquello que compartimos, para tí no soy más que un amigo.
Y aunque lo pida diez veces, jamás te casarías conmigo.
Despierto muchas noches antes del amanecer
Desearía que me dejaras tu cuerpo tener
Acariciar cada centímetro de tu piel dormida
Al despertarte conmigo haciendo tu comida
¿Qué puedo desear? Anhelo de mi corazón
¿Qué puedo pedir? Suspiro nocturno
Si te burlas de mí cuando dedico una canción
Y si te alejas de mí en cuanto es tu turno
Podré pedir ver tu cuerpo desnudo muchas veces
Y tener un deseo carnal que a medida que te veo sólo crece
Pero mi deseo más grande es el de compartirte mi vida
Aunque la rechaces, siempre seré yo el único que te cuida.»

—Fue uno de mis primeros poemas, espero les guste, mientras funciona como apertura a la historia de mi siguiente poema: un Ángel Enamorado —dije soltando mis últimas palabras antes de comenzar otro verso, viendo a las pocas personas que me rodeaban y con unas monedas alentaban mi actuación.

El lugar no estaba tan lleno como la noche anterior, era un ambiente incluso distinto, pero no podía evitar sentir una ligera presión por ser el entretenimiento de los asistentes del día. Poemas e historias que desde niña había escrito y poco a poco mejorado, y ahora por primera vez mostraba de forma personal a un público de desconocidos. Intentaba mirar a los pocos que estaban allí a los ojos, para empezar a contar la historia que desde hacía meses escribo. La historia del hada, el ángel, el guerrero y la ladrona y de como se protegen entre sí. Entre los asistentes, podía ver a Beck escuchando atenta, apoyándome silenciosamente.

«Tranquila, joven niña. Pues yo te cuidaré.
Tu ángel guardián invisible seré.
A donde quiera que tu vayas yo estaré.
Y contra mil demonios te protegeré.

¡Oh! Mi joven guerrero, cuya espada blandes ante mí.
Que has sufrido la pérdida de los cercanos a ti.
Tu estúpida guerra te ha traído hacia mí.
Y ahora enfrentas un dilema sin fin.

Ambos ángel y hada cuidan de dos mortales. Ambos los miran desde su hogar.
La ladrona que se hacía inatrapable y entre casas se escabullía.
El guerrero que diariamente por protección divina iba a rezar.
Sin saber que sus protegidos eran enemigos. El ángel y el hada prometieron que siempre los cuidarían.»

Ví a las personas alrededor, esta vez se mostraban más interesadas, escuchaban con mayor atención. Beck daba una ligera inclinación en su cabeza como señal de aprobación mientras yo continuaba aquella historia. Esta era menos personal, al contar, era como decir uno de los muchos cuentos que mi hermano solía contarme antes de dormir. Era un desahogo de cada experiencia que me llevó a escribir y componer ese poemario. Sonreí a mitad de mis palabras, justo en la parte en que se enamoran el ángel y el hada sin nombre.

«Trois ahora escapa, de una ejecución en la guillotina.
Es Salis quien la persigue, y dispara sus flechas dispuesto a matar.
Ella huye a las montañas, escondida en una mina.
El llama perros y caballos y la buscará capturar.

¡Oh! Niña de las arenas, sola y hambrienta algún día tendrás que salir.
¡Oh! Ángel de sus ojos, la rodeas con tus alas para dejarla dormir.

El hada no lo veía, pensando que ha faltado a su cita.
Y al ver a Salis en peligro corre y aleja el mal de su vista.
El guerrero no se detiene y sigue en su búsqueda sin final.
No pensó que a su guardiana y protectora le haría un mal.

—¿Por qué me abandonaste? —preguntó la niña al ser alado.
—Porque por un momento, me había enamorado
—¿Es ella bonita? ¿Se van a casar?
—No, porque ahora te debo cuidar

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