Sangre Blackblair

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La noche se hizo presente. Las campanas marcaban el punto álgido de las estrellas y de la oscuridad. No había dormido, no podía dormir. No conté ni una palabra a mi amado hermano ni a mi mentora sobre todo aquello, pues la única persona en quien podía contar con esto es la misma sobre las que tenía visiones: mi madre.

Tomé la daga en mis manos, un diamante morado era mejor atrayendo magia que un candelabro, bastaba iluminarlo en frente de ella para sentir aquella presencia y recibir respuestas a mis más grandes inquietudes.

—Madre... He venido de vuelta a tí —dije en voz alta, sin sentir un cambio en las cosas a mi alrededor, sin sentirla a ella—. ¿Qué me muestras? ¿Por qué me muestras a Lord Padre en esas situaciones?

Mi duda no tuvo solución, pues a pesar de tener en sus ojos el brillo de luz violeta más poderoso que jamás había creado, su escencia se desvanecía. Sin dar respuesta alguna, sólo me quedé frente al cuadro sin mediar una palabra. Quería romperlo, romper a aquella persona que ahora no me ayudaba a pesar de sus continuos llamados. ¿Qué me quieres decir con todo eso? Me senté frente a la pintura y dejé un largo suspiro.

—Supongo que... Sólo hablas cuando quieres —dije en queja, buscando fuerza en mi interior para retirarme, hasta que escuché su voz en mi cabeza una vez más.

—No te he abandonado, hija mía —comentó.

En poco tiempo, volví a encender la luz y verla allí. Aunque varias partes del cuadro se iluminaban, no podía verla allí. Me quedé en silencio, cerré mis ojos e intenté ver lo que ella me había mostrado ya tres veces...

Abrí mis ojos, y ella no estaba allí, su presencia en el cuadro había desaparecido, pero había alguien que la pintaba poco a poco en ella. Un hombre que por sus ropas, reconocí como miembro del gremio de artistas, y ahora me pedía mantenerme en la misma posición donde pudiera pintar mi cuerpo y plasmarlo en aquella obra.

—Le falta algo, es imposible hacerla como usted mi Lady —dijo el hombre, a lo que yo me levantaba y caminaba lentamente hacia el cuadro.

—Pero es exactamente como yo... —dije, y con un toque de mis manos en el óleo, sentí mi magia pasar a través de mí hacia aquel lugar, y con ello, los ojos de la pintura se iluminaron...

—¡Señorita Alessandra! —escuché gritar a Rozen, abriendo mis ojos una vez más. Había vuelto a mi casa, o al menos el presente de ella. Ahora podía notar lo que sucedía, lo mismo que en el cuadro, yo estaba siendo poseída por la magia de mi madre, y ella trataba de guiar mis pasos como se lo pedí—. ¿Está bien? —me peguntó Rozen.

Me mantuve en silencio, interpretando los mensajes que me habían enviado hasta ahora. Ella buscaba decirme algo, algo que no podía sólo hablar, algo que debía ser mostrado. ¿Pero qué era? ¿Por qué con esas visiones? ¿Qué relación tenía con mi hermano? Miré a Rozen y asentí levemente, separándome del cuadro una vez más.

—Lord Padre tiene razón... El cuadro guarda la energía de mi madre —dije, sonriendo levemente—. Pero...

—Señorita, está alucinando... Debo prepararle algo para eso —insitió Rozen, tratando de tomar mi mano, pero me alejé.

—Rozen, tú y yo somos Arcanistas. Ambas sabemos de magia... No soy una niña tonta —le reclamé, elevando la voz ligeramente, sintiendo en mis pies la presión de cada paso que daba para alejarme—. ¿Qué hizo ella? ¿Por qué me muestra esto desde...? —me silencié a mí misma. Todo empezó desde que visualicé a mi hermano. Desde aquel llamado que me hizo, estoy empezando a ver cosas que no estan allí. A verme desde los ojos de mi madre, y a ver a mi hermano en ocasiones. Algo sucedió esa noche, y sin saber qué era, me dejaba sin respuestas satisfactorias.

—Mi niña... Señorita —la escuché corregirse, tratando de acercarse a mí.

Noté lo preocupado que tenía su semblante, como al ver a una persona enfermar justo frente a tus ojos. Pero esa frase... «Mi niña». Algo tan impropio de ella, algo que ella nunca habría soltado. Siempre tratándome como «Señorita», dejó salir aquella forma cariñosa de referirse a mí, y que en voz, sonaba igual a la voz de mi cabeza, la voz que mi madre me daba al hablar en el cuadro.

—Rozen... ¿Por qué siempre estás despierta de noche? —le pregunté.

Empecé a recordar cada noche, tanto las que me escabullí donde Christopher como aquellas donde hablaba con mi propia madre. Siempre lograba hallarme, cruzarse conmigo de un modo u otro, aconsejarme sobre algo, y tenía siempre la misma idea que mi madre a través del cuadro. Le miré directamente a sus ojos, notando algo especial en ellos. Su color era marrón, ligeramente claros como la miel de abejas, pero brillando ante la luz mágica frente a ella. Un color común, pero más allá de ello, un brillo que se reflejaba al conjurar, una especie de rasgo único. Volteé a ver el cuadro de mi madre, viendo aquella misma reacción en la visión. Los ojos cambian al hacer hechizos, de formas extrañas. Y ella siempre tuvo sus ojos brillando.

—Rozen... ¿Qué magia estás haciendo? —pregunté, esperando una respuesta honesta de su parte.

—Señorita, sólo es una luz... —me respondió, pero la volví a ver de frente, manteniendo mi postura ante ella—. Sólo... Quise ayudar a su padre, y él le dijo a usted.

Me mantuve firme, viéndole a los ojos por completo, en ningún momento parpadeé ni corté aquella conexión. No tuve que preguntar más nada, pues sabía que lo que estaba haciendo iba a revelar todo.

—Ayudo a su padre a superar el duelo, le ayudo a usted con su hermano, yo... ¡No me gusta que use magias contra mí! —gritó, cerrando los ojos con fuerza y cortando la mirada cruzada.

Magia, como dije hace mucho, no se aprende en libros, simplemente nace de las emociones. Sin tener que cantar, sin tener que expresar, sólo con ver el alma de mi mentora pude notar que es tan susceptible a la magia como todos nosotros, y que ahora revelaba la verdad. Sin mentiras sobre mí, sin ocultarse ni protegerse en palabras.

—¿Desde cuándo? —le pregunté, manteniéndome en la misma posición.

—Desde que ella murió... —admitió, y al levantar su mirada a mí, respondió la misma pregunta sobre mi hermano—. Desde que él llegó.

—¿No pudiste decirme de frente?

—Su padre tiene que creer que ella aún vive, estaría devastado si supiera que su escencia se desvaneció por completo, señorita. —su explicación fue razonable, pero ya no quería que dijera esas mentiras sobre nosotros, que siguiera con aquello.

—Rozen, vé a dormir. —le ordené, suspirando para soltar todos mis sentimientos de un golpe—. No tienes que hacer esto nunca más, mi padre debe saber que has estado mintiendo...

—Señorita, le recuerdo que... —al parecer iba a interrumpir, pero al igual que con aquel sirviente, tuve que enfrentarla

—Que yo soy la señora de esta casa, o lo seré pronto. Aunque valoro tus enseñanzas y te tengo aprecio, no puedo dejar pasar esto... —en un último parpadeo, sentí como mi energía se agotaba, perdiendo un poco mi compostura a pesar del esfuerzo que le tenía para quedarme firme.

—Señorita, está haciendo esfuerzo, debería... —me dijo, pero me negué, no me iría si ella no se iba primero—. Disipe su magia, permítame llevarla a su habitación para que descanse...

—¡No! —le grité, sintiendo como caía al suelo, con mi brazo como apoyo—. Llévame donde Christopher... Ahora.

Aquellas fueron mis últimas palabras de la noche, para cuando sentí que mi fuerza se agotaba por completo. Cerré mis ojos y sentí un gran dolor en mi cabeza, y volvía a tener esa visión de mi madre...

Estaba embarazada, lo podía notar, las últimas semanas antes de dar la vida. Esta vez, no me sorprendí, acababa de estar en esos sueños, podía controlarme un poco. ¿Este era mi hermano, o era yo? No podría saberlo por completo, pero había algo que noté en mis acciones. En mi cuarto, a espaldas de mi esposo, hacía leves magias sobre mi vientre, contínuamente, dejando que el bebé dentro de mí se impregnara de mi escencia. Estaba pasando pequeñas partes de mí a él, y lo hacía con toda la intención y el amor del mundo...

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora