Despedida

5 2 0
                                    

Tras días de despedidas, Karen se preparaba para empezar su viaje de un año. Beck y yo no sólo teníamos envidia, sino también tristeza por la separación que implicaba. Aunque ahora yo no estudiaba con Mesos, sino con otro tutor del gremio, aseguraba visitar cuando podía a ellos para recordar los buenos momentos que tuvimos. Karen era uno de ellos, y en su partida, nos dejaba una marca a ambas en el corazón.

—No se preocupen, sólo será un año. ¡Verán a la magnífica Bailarina de la Lanza! —se jactaba, con una sonrisa que creía hacer ocultar sus sentimientos, aunque por dentro yo sabía que no era así.

Ambas la abrazamos, al igual que Mesos se unió a esa muestra de afecto, viéndole a los ojos para dedicarle unas últimas palabras de aliento.

—Recuerda, a donde vayas, habrá más que monstruos en el camino. Habrá público difícil, pero siempre tendrás la bendición de la Musa y la creatividad sobre tí.

El único ajeno a aquello era el joven Francis, quien seguía leyendo partituras en soledad. Pensé por un momento en acercarme a ayudarlo, pero por su concentración parecía no necesitar ayuda alguna. El niño tenía muy marcados los rasgos de su hermano, como si fuera la viva imagen de él en una versión menor, si no fuera por la edad, pasaría como su hijo en algunas ocasiones...

¿Por qué ese hombre seguía en mi mente? Se suponía dedicaría mi vida a Chris, y cada vez que sucedía algo con él, Guillaume volvía a mi cabeza. Era una especie de invasión lenta que se postraba en mí, y deseaba verlo de nuevo. Era la despedida de mi amiga y yo sólo pensando en chicos, algo tenía que estar mal si mi mente tenía espacio únicamente para aquella idiotez. Suspiré, y volteé a ver a mi amiga, escuchando unos pasos lentos de caballo. Solitarios, no era una carreta o carruaje, sino un jinete que se mostraba ante nosotras: el susodicho caballero.

Sentí un ligero golpe en mis costillas, antes de cualquier otra reacción, siendo que mi amiga llamaba la atención de mi mirada.

—Deja de ser tan obvia, o lo alejas —bromeó, causando que el rubor de mis mejillas se sintiera con más fuerza. ¡No alejaba a nadie! Pero no podía evitar sentirme paralizada ante su presencia—. Vamos, ¿No dirás nada?

—Déjala Karen —ordenó levemente Beck, protegiendo la dignidad que estaba en mí todavía.

El caballero se acercó a nosotras, y con una reverencia en saludo, se dirigió hacia Karen. Lyon incluso esperó pacientemente al termino de la conversación con ella. Una vez más, dirigido hacia mi amiga, sentía un fuego, una especie de ácido venenoso que me revolvía la garganta. No sentí necesidad de soltarlo, pero existía allí, deseosa de cortar lo que era un simple ofrecimiento de compañía y protección en el viaje hacia Brot que ella tomaría. Eran... ¿Celos? ¿por Guillaume? ¡Basta! No puedo tener cada chico que se cruce entre nosotras, aunque Sir Guillaume se había ofrecido él mismo.

—Y usted, mi Lady. Lamento haberle ignorado —comentó, observándome y prestando especial atención a mi cabello. Desvíe la mirada y observé al joven Francis, que sonreía.

—Hermano, este no es un palacio, deja eso para luego... —exclamó en un tono de molestia y desespero, recibiendo una caricia en su cabello de parte de su mayor

—Sólo saludo a una dama, no te preocupes —replicó.

Karen y Beck soltaron una risita leve, mientras ambas me veían a pesar del miedo que sentía de lo que pudiera suceder entre nosotros. Mesos interrumpió la charla con instrucciones, dirigidas más hacia los hermanos que hacia nosotras. La distracción que tenían se me hizo necesaria, para olvidar por momentos todo lo que recién ocurría. Me estaba poniendo celosa, y me disgustaba verme en esa posición.

Al poco tiempo, Guillaume se despedía también, dirigiéndose a su caballo para ayudar a Karen a montar, y viéndome a los ojos por un largo tiempo.

—Volveré en dos días mi Lady, con su bendición, visitaré su hogar y le prometo un paseo a usted —dijo, cortando la distancia entre nosotros.

Mi corazón palpitó de terror, deteniéndose por unos momentos cuando él estuvo frente a mí. Su mano se extendía, pero no me tocaba, esperaba un avance y aceptación de mi parte, e incluso retiraba su guante con un leve cuidado. Cordial, romántico, sutil. Por impulso, extendí la mía y dejé que la guiase hasta sus labios para un suave y dulce beso en el dorso. Temblé, pero no de temor, fue un estremecimiento confuso, pero agradable. Quería repetirlo, quería decirle que volviera a hacerlo, pero no había manera de lograrlo, no con el protocolo correcto. Dejé que se separase mientras mi cuerpo seguía en esa extraña sensación.

Y como si un sorpresivo rayo atravesara las paredes, llegó una persona más a la casa, sin advertencia alguna, justo en frente de nosotros.

—Sir Christopher, creo haber dicho que debía comportarse frente a mí. ¿No es así? —replicó Mesos al ver a mi hermano, recibiendo una disculpa de su parte.

—¿Por qué no me lo dijiste? —dijo el al rato, observando a Karen.

¿Decirle qué? ¿Qué era tan importante que él tenía que irrumpir? Lo único que tenía que decirle era sobre su súbita marcha en viaje por el reino, acaso... ¿él tenía que enterarse?

—Lo siento, no estabas cuando te busqué —dijo ella, bajando del caballo con rapidez y desespero.

—Estaba de cacería, vine cuando Rozen me contó... —con esas palabras, un silencio se apoderó del lugar.

Ni una palabra salía de ellos, sólo se miraban a los ojos, esperando al otro. Lo mismo ocurría con mis compañeros, cada uno estaba a la expectativa, no querían interrumpir lo que pudiera suceder. Aunque yo sí lo quería. Ambos estaban cerca, y con una sonrisa coqueta, el veneno de mis labios estaba dispuesto a salir con fuerza, y mi puño me hacía aguantar el soltarlo disparado hacia ellos dos. Murmuraban, al punto que no se entendía ni una palabra, y lo ví a él besando su mejilla. Un acto inocuo, incluso fraternal entre algunas personas, pero ellos no llevaban tanto de conocerse, no merecía esa clase de afecto de él. Un beso tan personal y privado, que ninguno de nosotros cuatro se atrevió a interrumpir en absoluto.

Ella volvió a montar el caballo de Guillaume, y Chris se acercó a nosotros, saludando de forma cordial.

—Cuídela, Sir. Es más que sólo mi mentora —decían sus labios, manchados de la escencia de mi amiga, y con mi vista fija en ellos.

—No os preocupéis, joven escudero —respondió él.

La despedida terminó en ese instante. Bajo un saludo general de parte de todos, sus familiares ya habían sido despedidos en la mañana, y esto era sólo un último adios a sus amigos. Pero para mí... no sólo despedía a mi amiga, estaba desapareciendo por completo el concepto de compañera que solía ver en su danza, ahora era una especie de enemiga por el afecto de mi hermano. No tenía que saber nada sobre ellos, para entender que esa muestra era un suave y sutil cortejo del que eran participes por un tiempo el cual yo aún no conocía. Pero a su vez, junto con ella y dispuesto a regresar pronto, estaba mi perdición, el caballero extranjero que mantenía su promesa en mi cabello, ese pequeño símbolo de afecto que me marcaba como suya sólo ante sus ojos. Lo que sea que estuviese jugando, estaba mal, y Ágama me castigará por mi atrevimiento.

Pero a pesar de todo eso, no quise detenerme...

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora