El Derretir del Hielo

3 2 0
                                    

Los días pasaban de forma lenta, bajo la única compañía cercana de Karl y de los pocos sirvientes, los cuales gracias a las reservas en la bodega de mi padre es que podían comer y brindarnos de aquel alimento para nuestra supervivencia. Me dí cuenta en aquellos momentos de lo difícil que era para ellos sobrevivir al invierno, y tener que esperar a la primavera para poder realizar mejor sus labores y para recibir a los demás. Se sentía incluso solitaria la situación, sin un amigo cerca, me habría ido desviando de mis casillas y habría entrado en desesperación. Por suerte para mí, aquello no pasó, y pude vivir día a día, de la compañía de Karl y Beck hasta el final del invierno y el comienzo de la transición.

Vientos cálidos que señalaban la marcha del Titán Cryo, y la llegada de Gea a nuestras tierras. Y con ello, el anuncio más preciado el día que dediqué mis rezos a la Diosa del amor: el regreso de los caballeros de la misión invernal que les fué encomendada. Lo escuché en la mañana, mientras me mantenía arrodillada en el símbolo del corazón dorado de Ágama, pidiendo por el deseo que se habría de cumplir en poco tiempo. El amor que esperaba se manifestaría frente a mis ojos en cuanto menos lo esperase.

Afuera, Karl me esperaba, con algunas prisas por hablarme y explicar su marcha. Las vías estarían despejadas, y era momento de ver a su amada luego de más de cinco semanas lejos de casa.

—Ha sido un honor compartir contigo, luego de nuestra distancia —comentó, tratando de sonar formal pero, al mismo tiempo, fallando en ello—. Os espero el siguiente invierno, mi Lady.

—Y yo igual, Lord... Karl —agregué al final, perdiendo algo de protocolo.

Ambos tuvimos una leve reverencia y con ello, lo ví retirarse hacia una carreta que empezaba a hacer viajes entre ciudades. No iba a negar que extrañaría esos momentos, leves, generalmente sólo de charlas, pero de apoyo único y suficiente que me hacía olvidarme de mi hermano durante mucho tiempo. Fue gracias a él que pude sopesar el pasar de los días, y gracias a su compañía que dormí tranquila.

Ahora, era momento de esperar, esperar por la llegada de la compañía que más anhelaba. ¿Realmente lo hacía? Lo que pasé con Karl era similar, sin necesidad de besarlo, pude sentir un leve escudo alrededor de mí; mucho más débil que cualquiera que pudiera construir Chris, pero un esfuerzo lindo que me hacía descansar protegida. Ahora sabía que otro escudo, uno que además crecía una fuerte llama en mi interior, estaba por venir a mí. ¿De verdad es lo que deseaba?

Mis propios pasos en el salón hacían eco, yo misma notaba lo vacío y silencioso del lugar. Pedí ese día que cada sirviente se tomase un momento fuera, que quedaría de manos de mi padre cualquier bebida en tabernas que desearan, que tomasen un paseo y vieran la nieve manchar la tierra de agua al derretirse y quitarse de los techos de las casas. Debía pensar como compensar eso, pero lo que vendría, iba a compensar todo.

¿Tomé otra decisión drástica? No sabía si iba a volver exactamente ese día, sólo que los caballeros iban a volver. Pero... él es un caballero, mi caballero, y si estaba con ellos, debía volver y pasar por su hogar. Cerré mis ojos, justo frente al cuadro de mi madre, y con fuerza pedía por él, llamaba a gritos internos por su llegada, por sentir sus brazos alrededor de mí. Si mis mensajes llegaban a su mente cuando estaba cerca, quizá podría escuchar cada llamada de mi corazón al suyo como yo lo hacía.

Sentí una mirada en mi espalda, y al abrir mis ojos, no me sentía en mí misma. Era la misma casa, pero los sirvientes estaban allí, trabajando incesantes, no eran igual a los de mi padre, ni si quiera podía ver a Rozen en ningún lado, y las puertas de la casa estaban abiertas. Atrás de mí, no estaba el cuadro que esperaba, sólo una imagen heráldica con una rosa púrpura. Me miré las manos, eran más largas, y frente a mí estaba un hombre joven, los mismos rasgos de Raphael Hannaghan se veían, pero con varios años quitados de su ser, y arrodillado ante mí, sólo podía decirme sus palabras.

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora