La Primera Noche Juntos

164 27 18
                                    

La larga mesa dividía físicamente a las dos personas que discutían acaloradamente por mí, de un lado, mi hermano mayor, quien afirmaba que era su derecho decidir en qué habitación quedarse a dormir en la casa, y por otro lado, mi ama de llaves rechazando con bases en la moral. Los ojos de ella se cerraban casi por completo al verlo, pero la mirada de él seguía fija hacia su rostro, indispuesto a flaquear en su decisión. Miré a Rozen y por mi propia iniciativa tomé la mano de mi hermano, estableciendo con calma mi autoridad sobre ella.

—Mi hermano puede dormir donde quiera, y puede ser conmigo si lo desea —expliqué.

Su réplica de que ya no eramos niños fue repetitiva para mí, yo ya sabía que eramos, pero sólo íbamos a dormir. Era algo que por años me había negado, mientras él entrenaba lejos para volverse caballero, yo nunca pude experimentar el ser cuidada por los brazos de alguien más al dormir ni mucho menos pasar tiempo con él. ¿Por qué ahora que estaba aquí, tenía que dejar que se alejara? Tomé su brazo con fuerza y le llevé a mi cuarto, dejando a la criada sin nada que hacer, mientras colocaba llave a la puerta, suspirando para soltar cualquier molestia. Entendía sus razones, sólo no las compartía, pues nada malo iba a pasar porque Christopher y yo durmiesemos juntos.

Me volteé a verlo, su cara expresaba confusión por todo el tema, seguramente sin esperar que lo trajera casi a rastras. Reí un poco ante aquella ternura y lo abracé, aferrándome con fuerza a su cintura y luego viéndole a los ojos

—Esta vez no te volverás a ir... ¡Prométemelo! ¡No puedes irte sin mí! —le exclamé, no... le ordené, apretando mis brazos para asegurar su cuerpo con más fuerza.

—Lo prometo —fue su única respuesta, irguiéndose y sosteniendo mi rostro, de forma que sentí en sus ojos sus palabras.

Sonreí con suavidad y tomé su mano, guiándolo por el resto de la habitación. No era tan grande como para perderse, y podíamos compartirla sin mucho problema. Noté como se quedaba observando la biblioteca, revisando cada libro lentamente. Me senté en la cama para dejarlo acostumbrarse a sus alrededores, sonriendo por dentro. No recordaba mucho de la última vez que estuvimos juntos, si quiera compartiendo la misma casa, él se marchó a entrenar cuando cumplió los siete años, y desde entonces no ha vuelto a vivir con nosotros. Lo ví pasar hacia el escritorio, y rápidamente cubrí sus ojos con mis manos.

—Eso no lo puedes ver, es mi composición personal —le indiqué, evitando cualquier vistazo hacia lo que escribía. No tenía nada malo, pero no dejaba que nadie, ni mis compañeras pudieran verlo. Apenas se lo mostraba a mi maestro, y eso porque estaba obligada a hacerlo para sus correcciones.

—¡Vamos Alex! —replicó él, volteándose para tomar mis manos y descubrirse— a tí te he contado sobre mis entrenamientos, mis técnicas de espada, mi arco... ¿Por qué tú no me muestras tus estudios?.

—Es distinto —respondí, desviando la mirada—, es como si me contaras lo rico de una comida... pero leerme es como dejarte ver la receta —intentaba explicar, cuando él simplemente suspiraba sin comprender.

—Si te muestro una de mis técnicas ¿Me mostrarías algo de tu música o tu magia? —pidió, sentándose en la cama justo al lado mío.

No sé qué había pasado en mi rostro, pero se quedó observándome, con unos ojos suplicantes por ver cualquier pequeña acción mía.

—Tu estudiaste magia también ¿No? —pregunté, negándome a su petición.

—Me alejé de esos estudios. Sólo estudié el dracónico —explicaba, como si aquello fuera algo común. No podía creer que para él eso fuera algo simple, y sin ser mágico, estudió un idioma antiguo.

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora