El Regreso de la Lanza

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Guardé en mi escritorio todo lo relacionado con Salis, Trois, el Ángel y el Hada. Mi mente iba a estar enfocada en sólo una cosa: en encontrar la forma de tener a mi hermano de vuelta conmigo. Antes de si quiera intentar escribir o componer una canción, tenía que buscar conectarme de nuevo con él, con todo lo que habíamos hecho y enamorarlo de nuevo. ¿Era eso? Más allá de el amor que tendría hacia mí, hacerle saber que no pasaría nada malo por amarnos. Rozen y Karl ya sabían sobre lo nuestro, y aún estábamos bien, nos apoyaban. ¿Por qué temer?

Al recoger las demás cosas de mi escritorio, noté la carta que le había escrito a mi padre, la cual nunca terminé de escribir. Aunque mi enfoque era con mi hermano, aún debía avisar a mi padre sobre nuestro nuevo descubrimiento. Poco importaba que Chris tuviera talento para la magia, pues más allá de ese talento, era la tenencia de nuestra madre en nosotros y que todo lo que había en el cuadro no era más que una mentira de Rozen para protegerlo.

Suspiré y empecé a escribir, tratando de explicar la importancia del asunto, pero sin saber como mencionar aquello. ¿Cómo podría decirle a alguien que lo que quedaba de su amada no era real? Es lo más difícil que alguna vez tuve que decirle a mi padre y comentarle de forma directa podría resultar doloroso, pues incluso para mí lo fue. No me había dado tiempo de pensar en ello, pero realmente era como perder un pequeño trozo de ella, lo poco que pensé que estaba conmigo...

Una lágrima pasó por mi rostro hasta caer en el papel, haciéndome entender lo que sentía. Dolor, dolor que mantuve reprimido, dolor porque lo que sea que fuera mi madre nunca lo conocí, que lo poco que sé de ella es lo que tenía en mis visiones, y que lo único que queda de ella está en mi hermano, el que se alejaba de mí. No había malicia en aquella mentira de Rozen, pero seguía siendo demasiado doloroso.

Cerré mis ojos con fuerza y traté de conectarme con ella; tenía la esperanza de que así pudiera conocer de ella, que poco a poco nuestras almas, siendo una sola, pudieran recobrar sus recuerdos, pero no lograba hacer nada. Era algo que ni mis magias podían lograr aún, y que no sabía hacer. Al igual que Chris, era algo que se alejaba de mí.

Terminé la carta, cerrando los detalles y sellándola como era debido. Esa noche no iba a poder escribir más, no de ese modo, no pensando así. Era una de las muchas noches en las que necesitaba dormir forzada, pues la compañía de mi padre o de mi hermano al dormir hubieran sido la calidez que necesitaba para quedarme tranquila por una noche más. Sin poder conseguirlo, sin si quiera querer intentarlo, tomé del té de aquella hierba que ya medio año atrás habíamos plantado, y que lograba dormirme por completo.

Al día siguiente, fuí directo a Rozen, quien en un sólo movimiento podía llevar las cartas a mi padre. Esa era una habilidad que envidiaba, desde hace mucho yo me escribo con mi hermano y mi padre debido a la distancia que teníamos, pero sólo con mi padre había un canal directo con la magia de Rozen; no sucedía lo mismo con Chris. Aunque ya no era necesario, pues estaba cerca, aún así sentía la misma envidia de la magia que ella tenía.

Aquello me hizo pensar por un momento. ¿Cómo pude hacer un hechizo potente? Nunca preparé una magia específica para ella, ni si quiera sabía qué le estaba lanzando, simplemente funcionó aquella vez; al parecer sucedía con todos, pero es una curiosidad que nunca me había sido saciada. Así se quedaría por más tiempo, pues no preguntaría dado el hecho de que fue una magia directa a la persona que podría enseñarme...

En ese instante, recordé que había alguien cerca de mí con la misma información y capacidad. Una mujer a quien debía una visita desde hace ya mucho tiempo, pues la había ignorado para aprovechar el poco tiempo que tenía con mi hermano. Excusándome con Rozen, decidí ir a la biblioteca y tomarme el tiempo de ver a mi mejor amiga, Beck.

¿Cómo pude pasar por alto a Beck y Mesos? Ambos son una Arcanista y un artista, ambos han de saber formas en que mi magia puede expresarse, especialmente ella que se dedica a ambos trabajos. Caminé hacia la biblioteca donde su padre trabaja, y allí la pude ver, como siempre, ordenando algunos libros con su propia magia.

—¡Alex! Una agradable sorpresa —dijo de forma calmada, dejando el libro con cuidado y acercándose para abrazarme—. No te veo desde el invierno, cuando viniste con tu amigo.

—Lo sé, he pasado... cosas —resumí, explicando luego mi inquietud más próxima—. Necesito tu ayuda con dos cosas.

Comenté acerca de mis emociones y las magias que se basan en ellas, así como los cantos en los cuales se dejaban salir hechizos sin necesidad de tener una palabra de ejecución. Cada magia que mi emoción y mi propia carisma fuera capaz de expresar. A su vez, expliqué por encima lo que me motivó a aquella pregunta, contando la historia detrás de ello, omitiendo las partes sobre el romance con mi hermano.

—Ambas se relacionan, de hecho —dijo, atacando primero el tema de mi hechizo contra Rozen—. La encantaste con una Zona de Verdad, por eso te desmayaste, era demasiado fuerte para controlarlo.

La miré a los ojos, no incrédula, sino curiosa. Conocía acerca de ese hechizo, por encima, nunca capaz de lanzarlo. Junto con ello, vino su explicación sobre las emociones en mi interior. Cada una, duda, celos, miedo, ira e incluso amor, melancolía, calma o felicidad causaban cambios en la magia.

—Aunque en tu caso, son toda tu magia —explicó ella, trayendo consigo un libro del estante mientras hablaba—. Las evocaciones titánicas dependen de la fé, pero las arcanas van con tu fuerza de sangre... ¿Eso ya lo sabías no?

Asentí, recordando sobre mi herencia, prestando mayor atención. Rozen me había contado acerca de esos detalles de forma superficial, pero con las palabras de Beck, sentía una mejor comprensión, más con saber sobre el trozo de alma que poseía dentro de mí.

—Pues tu sangre es poderosa, tienes una doble ventaja Alex —señaló ella, abriendo el libro en sus manos. Era uno de aquellos sobre la genealogía de nobles de la ciudad, empezando por los Collins, la familia reinante hasta llegar a mi familia, la de mi madre, las Blackblair—. Siempre una persona hereda el mayor poder, el apellido y la casa señorial. Y en caso de los Blackblair, un puesto en la corte del Rey como consejero de reliquias.

Consejero de reliquias, un puesto ocupado por mi padre en estos momentos. Toda su explicación de mi familia, cosas que recuerdo que Rozen ya habría explicado.

—¿Qué hay de la parte mágica? De las almas, de mi sangre mágica —pregunté, algo impaciente por tener que  escuchar cosas que ya conocía.

—Pues desde hace ocho generaciones han sido consejeros de reliquias mágicas, tienes ocho generaciones de magia dentro de tí, y más con el alma de tu madre —dijo, cerrando el libro con cuidado y guardándolo—. Sobre tu otra duda, creo que Mesos o tu maestro sabrán más de ello.

Suspiré un poco, no quería tener que enfrentar una disculpa al Maestro Stein, pero era lo correcto por lo que sucedió, era un simple protocolo. Ví a mi amiga despedirse de su padre con una leve sonrisa que denotaba la felicidad de ir a estudiar más allá de sólo libros y teoría, a practicar su arte. Juntas, caminamos a la casa del Maestro Mesos, en espera de conseguir información sobre un canto mágico; aunque yo con un objetivo que comprendía, ella tuvo que explicar que estaba en sus planes usar algo de magia en teatro, pero eso implicaba que alguien además de ella fuese la causante de ello. La caminata, aunque corta, se hizo divertida con sólo tener alguien cerca de mí con quien hablar.

Al llegar, mis ojos se encontraron con una figura femenina, vestida en ropas algo ajustadas, aparentemente para la danza. En su mano, una lanza afilada que mantenía en un leve pero constante movimiento. Un cabello que se notaba que fue cortado por ella misma, y una piel blanca ligeramente bronceada por el sol. Al voltearse, pude confirmar que se trataba de mi otra amiga.

—¡Beck! ¡Alex! —gritó, abrazándonos a ambas y soltando su arma. La expresión de mi compañera bibliotecaria pasó de una sonrisa alegre a una incómoda, pero la mía se quedó con una leve alegría en mi corazón, olvidando mi preocupación por unos segundos.

—¡Bienvenida de vuelta, Karen! —dije, viéndole a los ojos.

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