Perdón por Abandonarte

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Abrí el cajón de mi escritorio, buscando allí la pluma y el papiro, con la tinta justo a un lado para comenzar a escribir. Tenía que tener algo, avanzar en esa interminable historia donde el Ángel y el Hada se mantenían separados. La noche se sentía fría, señal de que el verano estaba terminando, y la misma señal de que el tiempo había pasado sin la calidez que esperaba de otra persona.

No sé qué hora era, las campanas de la Diosa del tiempo habían dejado de sonar hace varias horas, y mi sueño estaba irreconciliable. ¿Qué era lo último que había escrito? Repasé mis propios poemas, pero los veía con otros ojos. Estaban bien hechos, agradables, e incluso podría cantarlos, pero la musa que me hizo escribirlos desaparecía lentamente. No era por Guillaume, no. A él dejé de verlo desde el día del paseo, y Rozen se aseguró de que no pudiera visitarme de nuevo para no molestar más a mi padre.

Lo que me tenía así, era la distancia que tan rápido se hizo entre mi hermano y yo, cuando esa misma distancia se había acortado desde su llegada. Rechacé todo por estar a su lado, pero se hacía difícil buscar incluso una simple excusa para ir a verlo. Cada mañana él saldría al cuartel, estaría rodeado de caballeros e incluso desaparecería por días completos. Y yo me quedaba encerrada en estas cuatro paredes en completa soledad.

Hoy no sería así, solté la pluma y me miré en el espejo, con apenas la tenue luz de la vela iluminando mi rostro. No podía darme el lujo de esperar por él; él no era como el otro caballero, no iba a caer fácilmente hacia mí. Debía luchar por lo que sentía, debía buscar construir esa barrera alrededor de nosotros para cuidar y proteger nuestra relación. Miré mi sonrisa, leve. Mi camisón suave y mis ojos. Podía acercarme a él esta noche, y al menos dormir a su lado. Guardé cada papel y herramienta y me encaminé hacia la puerta de mi hermano, dispuesta a llegar más allá esta vez.

Mis pasos eran temblorosos, y mi cabeza daba vueltas de lo rápido que iba. ¿Realmente invadiré la habitación de mi hermano? No tenía ninguna excusa, el único miedo de mi corazón era el ser rechazada, no el ser descubierta ni tampoco a rayos o lluvias que no caerían hasta el año entrante. Sólo tenía mi decisión, mi idea de ser aquella hada que buscaría su ángel para arrullar sus sueños, no por necesidad, sino por deseo...

A cada paso que daba, logré escuchar una voz en mi interior. La reconocía lentamente, pero se sentía extraña, como si de un hechizo se tratara. Me detuve a escuchar con claridad, intentando descifrar sus palabras. «Chris te necesita», decía. ¿Acaso era mi madre? El cuadro ya me había hablado antes, pero esa clase de llamadas para detenerme parecían extrañas ahora que no uso el hechizo de Luz para alumbrar mis pasos.

Miré hacia el cuarto de mi hermano, y también hacia las escaleras que llevaban hasta el cuadro de mi madre. Si me estaba llamando, podía ir con ella sin ningún problema, una leve charla antes de entrar con Christopher. Eso haría. Caminé con cuidado y bajé cada escalón, apresurada, algo dentro de mí quería terminar todo eso tan rápido como había llegado. Mi corazón palpitaba con fuerza, y al acercarme, podía ver una figura familiar, apoyada justo debajo del cuadro, abrazándose a sí misma.

Me acerqué con cuidado, y al iluminar su rostro, ví allí el tesoro que estaba buscando. Mi hermano, durmiendo al lado de nuestra madre. Parecía temblar, y sus palabras en medio de los sueños se hacían más regulares, murmurando el nombre de aquella mujer «Kira» de la que tanto desconocía. Me acerqué lentamente y traté de despertarlo de su profundo sueño.

—¿Kira?... —respondió, abriendo los ojos lentamente. Su cara cambiaba lentamente, y sus ojos eran esos ojos de felino que sólo pude ver en esos momentos de celos que me mostró antes—. No, Alex...

—Estás durmiendo en el recibidor —le hice notar, acercándome a sostener su mano y acariciar suavemente su rostro.

—Yo... Te estaba buscando —dijo. Su voz sonaba insegura, cambiada, como si estuviera diciendo algo distinto a lo que yo esperaba—. Ocho años buscando...

—Aún estás dormido hermano, vamos a la cama —le ofrecí, tratando de levantarlo. Fue más difícil de lo que pensé, y tuvo que apoyarse él mismo de aquella pintura inmortal de nuestra madre.

Con dificultad, lo ayudé a caminar por las escaleras, dejando la vela a un lado, y guiándome únicamente por sus pasos y su mirada que podía penetrar la oscuridad. Pensé por un momento en llevarlo a mi habitación, dejar que mis sábanas se llenaran de su escencia y que se impregnase de magia mi propio cuarto, pero preferí seguir lo normal. Él no estaba en un buen estado, y era mi deber cuidarlo. Llegamos al lugar y cerré la puerta, sintiendo como él se sentaba en la cama y suspiraba con fuerza.

—Perdón por hacerte verme así —exclamó, y con el sonido de su voz me guié hasta su lado—. Me estaba sintiendo... Solo.

—¿Solo? —cuestioné, confusa. ¿Era posible? ¿Había la más mínima posibilidad de que él también extrañara todo lo que habíamos dejado atrás hace más de sesenta días?

—Karen está de Viaje... —dijo, mencionando a quien sería mi mejor amiga. Bajé la mirada entendiendo lo que él quiso decir. No me buscaba a mí realmente, pues no era su objetivo... Posiblemente nunca lo fuí.

Me dediqué a calmarlo, con suaves palmadas en su espalda y un fuerte abrazo. Aunque odiaba que fuera Karen la que viniera a su mente, odiaba más verlo sentir mal, y estaría dispuesta a hacer lo que fuese necesario para quitar esos sentimientos de soledad de su cabeza. Sentí sus brazos rodearme lentamente, y subí la mirada para ver la suya. No estaban los ojos azul profundo que esperaba, sólo aquella línea negra rodeada de un color amarillo y sin una aparente iris. Estaba viendo algo distinto, alguien que no era Christopher, pero a su vez era mi hermano. Lo podía ver justo en frente de mí.

Aquella mirada fue eterna, pero aún en el mismo silencio, él no se soltaba. Sólo mantenía encadenados nuestros ojos sin decir ni una sola palabra, y yo continuaba así, ni mis pensamientos eran pasados hacia él, todo era tranquilo, callado, una especie de secreto.

«Yo seré tu compañía» fué lo que cruzó mi mente, y llevé mis manos hasta su cara. Era suave, mucho más que la última vez que la había acariciado, no parecía tener rastros de vello facial en ningún lado, y su mirada seguía clavada en mí. ¿Debía cruzar esa línea? La del secreto oculto que prometimos no repetir. Deseaba hacerlo, quería saber si él aceptaría aún cuando se mantuvo a distancia por tanto tiempo. Acerqué mis labios a los suyos, y cerré mis ojos para disfrutar por momentos aquel mágico encuentro de nuestros cuerpos. Sentí como él se movía, sentí a la perfección sus labios buscar los míos y unirlos cada vez que eran separados, pero aquello no fue lo más impactante.

Su lengua, buscaba entrar en el lugar donde nunca antes lo hizo en otros besos, buscaba la mía para jugar y entrelazarla en una unión que, más que un fuego ardiente en mi pecho, me hacía electrificar cada centímetro de mis huesos. Rodeé su cuello con mis brazos, quería más de esa sensación, era atrayente, adictiva, como una dulce cucharada de miel en el té; era ambiciosa, desesble.

Me separé poco después de aquello, y sentí cómo su cuerpo se movía y me empujaba a la cama. Mi corazón empezó a palpitar con fuerza, recordé muchas de las enseñanzas que Rozen me había dado sobre estar a solas con otra persona, y aquello parecía el comienzo de una situación de la cual no podría escapar. Cerré mis ojos, y lo único que sentí fue su cabeza reposar levemente sobre mi pecho. Haciendo que incluso yo notara el fuerte y apresurado palpitar que él debió escuchar con esa misma intensidad.

—Perdóname... Por abandonarte —susurró, aferrándose al lugar donde reposaba, abrazando mi cuerpo con bastante fuerza, más no suficiente para incomodarme.

Suspiré, en parte agradecida porque aquello no pasara a más en tan poco tiempo, y preocupada por lo que sucedía con mi hermano. Acaricié su cabello lentamente, cerrando mis ojos para disfrutar de su estadía en medio de su almohada personal. Le aseguré que no había nada que perdonar, y cerré mis ojos con calma.

El sueño me vencía lentamente, pero había algo que no podía salir de mí, incluso al dormir de forma tan perfecta como esa. Él no me buscaba a mí, buscaba a Karen...

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