Felicidad Efímera

4 1 0
                                    

Volví a despertar, esta vez en mi cuarto, en completa soledad. La noche había terminado de forma modesta, y todos se retiraron a sus hogares. Nadie mencionó nada sobre mi canto, fuera de halagos de lores, barones y caballeros. Nadie dijo nada sobre la magia que se plasmó en todos por ese corto tiempo. Sólo fuimos separados en completa soledad.

Caminé despacio hasta la habitación de mi hermano, aún era temprano, y los sirvientes hacían sus labores cotidianas como si nada hubiese pasado. Así se sintió, como si toda la fiesta hubiera sido un largo sueño, uno lleno de pesadillas y monstruos por doquier. Ahora estaba despierta, feliz, de vuelta en mi único hogar y en la compañía de mi amado Christopher. Ya no necesitaba tocar su puerta para entrar, sólo debía ir y acercarme a él entre sueños, colocarme a su lado y despertarlo con un suave beso en su mejilla. Así era la vida de casado, así sería para toda la vida, o eso creía, hasta que ví aquella dragonita en su mesa.

Lo recordé perfectamente, él aceptó una promesa matrimonial con alguien más, ¡con mi mejor amiga! Como si no importase en lo más mínimo lo que teníamos, y aún con su temor. ¿No podía enfrentarse a nuestro padre tal como yo me le he enfrentado? Lo ví allí, plácidamente, podía intentar golpearlo en sueños, reclamar su actitud para que viese el dolor que me causaba, pero aquello no iba a cambiar nada.

Suspiré y me alejé de la cama, caminando despacio hacia la estantería de libros que aún guardaba ese cuarto. Por un momento, la voz de mis sueños parecía hablarme, me guiaba a seguir lo que durante este tiempo había visto. Cada mensaje de mi madre era una pista sobre Bluend, y esta vez no pude quedarme más tiempo en visiones. Si consiguiera volver a hablar con ella, pedir ayuda ahora, quizá...

—¡Kira! —exclamó mi hermano tras de mí, empezando a moverse con fuerza por su cama. Aún con la ira quemando mi corazón, no podía dejar que sufriera de ese modo.

Me acerqué a él, y le acaricié levemente su azul cabello. No estaba inspirada, ni tampoco con ganas de entonar la más mínima canción, por lo que mi magia se hacía inútil para ayudarlo. Sólo lo escuché repetir ese desconocido nombre una y otra vez, hasta que abrió los ojos para verme allí, frente a él.

Sus ojos eran dracónicos, tal como fueron toda la noche. Excusas fueron puestas por mi padre para sacarlo de allí, pero ni un sólo regaño o conflicto nació de eso, sólo la orden de descansar. Lo escuché susurrar mi nombre con lentitud, sonriendo dentro de su confusión, y llevando su mano a la cabeza.

—¿Qué sucedió? —preguntó, incorporándose levemente— La fiesta...

—Eso te preguntaría yo a tí —le dije, fijándome en la gema a su lado y en los detalles de su rostro. No habíamos tomado tanto vino, ninguno de nosotros lo había hecho, como para que su respuesta hubiera llegado a ser esa pregunta extraña.

—No, recuerdo hasta tu canto. Desde entonces sólo... Estaba perdido —dijo, mirando el anillo a su lado, y luego viéndome a los ojos—. Perdóname

—¿¡Por qué!? —quise gritar más fuerte, pero mis labios no deseaban herir a quien una vez sanaron, aún cuando él me había herido del mismo modo.

—Lord Merchant... Sabe —dijo, bajando la mirada antes de cerrar los ojos—. Karen no.

¿Eso era todo lo que diría? ¿Esperaba que tragara su traición más grande con sólo señalar a Lord Merchant? Me alejé de nuevo, suspirando con fuerza, aunque no importaba cuanto soplaba mi aliento, la ira tras de mí no se iba. Aquel escudo era inútil, pues el daño venía de dentro de mi ser. La misma daga que me regaló fue la que sentía apuñalarme por la espalda cada segundo que pasaba. El mismo fuego cálido que me acercaba a él ahora incendiaba mi cuerpo de forma dolorosa. Y si única excusa era que Lord Merchant sabía algo...

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora