¿Dormirías conmigo esta noche?

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En poco tiempo la cama había sido colocada en la habitación, oficialmente había dejado de ser mí habitación, pasaba a ser nuestra, de Christopher y mía, y sólo para nosotros dos. Rozen igual mantenía una estricta rutina para evitar que nuestra privacidad se viera rota y lograr que ambos cumpliésemos nuestros respectivos estudios. A pesar de su promesa, mi hermano se inscribió en la academia local, un lugar famoso por entrenar esgrima e historia; y yo no podía alejarme de mis clases particulares de música con el Maestro Mesos y de magia con Rozen. A pesar de eso, no tuve problemas porque por fin podía tener un tiempo especial para mí, después de leer mis libros y estudiar, él llegaba y ambos podríamos estudiar juntos y apoyarnos. No sé si era su ayuda o simplemente la felicidad, pero el poemario que construía estaba creciendo poco a poco, mi modo de cantar salía con mayor naturalidad, al punto que mis amigas señalaban que ya no pareciera que me dedicaba a la tragedia, sino a la balada trágica, como si su presencia me permitiera escribir un poco de felicidad en mis historias.

Aquella noche la lluvia caía con fuerza en la ventana, era tarde y mi hermano aún no había vuelto. Temblaba sola, no era el frío, era el miedo. La lluvia me recordaba aquel momento del pasado, los truenos y relámpagos sólo resonaban aquel recuerdo en mi memoria y el choque de las gotas en la ventana golpeaba mi ser. Una niña pequeña, arrastrando a su hermano por el campo pidiendo auxilio, las gotas tapando las lágrimas y ahogando cada grito de ayuda que ella pedía, sin saber si cargaba un hombre moribundo o un cadáver.
La puerta del cuarto había sonado, y Rozen entró sin esperar respuesta, acompañada de dos tazas de té de hierbas, sentándose a mi lado.

—Gracias Rozen... he estado peor —admití, bebiendo de la taza con lentitud, dejando que el calor llegase no sólo a mi garganta, sino a mi corazón.

—Lo sé señorita, pero ni su padre ni yo moriremos esta noche —dijo, tomando del suyo. Aquello solía calmarme, pensar en que ninguno de mis seres queridos sufriría de nuevo por un rayo, mi padre estaba lejos y mi hermano también... pero ahora no, ahora él estaba en la ciudad, afuera bajo la lluvia.

—¿No crees que es infantil? Digo... temerle a los truenos —le pregunté, insegura de mi propio ser, empuñando la taza con fuerza—, después de todo no ha pasado nada.

—Sí pasó señorita —dijo con la misma voz estoica de siempre—, casi muere allí —me hacía recordar. Temblaba al pensar en ello, y ella rápidamente cambió de palabras—. Sabe que la acompañaré de ser necesario.

—No, esta vez quiero... —tragué saliva para decirlo—. Demostrarme que puedo soportarlo sola.

—¿Segura, señorita?— preguntó ella, insistiendo en hacerme compañía.

—Sí— aseveré.

Terminamos nuestras bebidas y volví a encerrarme, recurriendo a la tinta para escapar, escribiendo más de esa nueva historia. Serían un ángel y un hada, enamorados durante la guerra santa, protegiendo a la humanidad juntos. El ángel, un guerrero, protegía con recelo a una niña llamada Trois de los demonios que le atacaban diariamente. Mientras el hada, cantante por naturaleza, celebraba el crecimiento del bosque donde un chico llamado Salis cazaba bestias salvajes. Me inventé incluso un tipo de demonio nuevo para el enemigo. En prosa y tragedia, contaba y terminaba la historia en el momento en que Salis asesinaba a Trois y el ángel y el hada, en su conflicto, tuvieran que alejarse y separarse para siempre, olvidando el amor que alguna vez marcó su vida.

—Es una hermosa historia —escuché, volteándome con sorpresa para ver a mi hermano.

—¡Hermano! ¡No entres así! —exclamé con fuerza, cerrando el libro y golpeándole en el pecho con suavidad— ¡Te he dicho que toques!

—Eso hice, pero tú no contestabas —explicó, sonriendo como un tonto, casi como si se burlase de mí. Suspiré, molesta, pero guardé mis cosas e iba a hablar con él, hasta que sentí su aliento. Podía reconocer el olor del vino fácilmente, y no ví interés alguno de su parte por intentar ocultarlo.

—¿En dónde estuviste? —pregunté, intentando no sonar exigente o regañona.

—En el Club Blitz, un amigo me había invitado —expresó, sin preocupación alguna, era absurdo que lo dijera con esa calma.

—¡Mientes! —le reté. El Club Blitz era un lugar exclusivo, la membresía solían tenerla condes o personas de más altos rangos que mi padre, además que lo que importaba, era que se había ido a tomar y me dejó abandonada—. Si es verdad, ¿Cómo te dejaron pasar?.

—Sólo dije que era un sobrino de mi compañero, ellos lo tomaron como si nada. Recuerda que a sus ojos sigo siendo un niño —explicó sin emoción, como si aquello hubiera sido rutinario o incluso aburrido— Hubiese preferido ir a Sales de Mar.

Mi molestia no se iba, y me mantuve señalando sus inconsistencias.

—¿Vas al Club Blitz a tomar con esa gente y no pasa nada? —reclamaba— ¡Vamos! no eres humano si no te gusta.

—Sólo prefiero estar con treinta amigos que estar como niñero —admitió, encogiéndose de hombros— Al menos pude tomar, pero no es divertido sentarse con los hijos, sobrinos y nietos de los nobles mientras tú estás allí, pidiendo que alguno te entrene luego.

Me mantuve cruzada de brazos, pero no podía evitar imaginar la situación en la que él estaba. Claramente, no fue a disfrutar tanto como pensé que lo haría, y solté una pequeña risa que alivió la situación. Él continuó contando su anécdota y yo le escuchaba en silencio, o al menos, hasta que un fuerte estruendo rompió el momento. Me sostuve fuerte de la almohada y la abracé con fuerza, incapaz de soltarla y cerrando mis ojos. La casa estaba cerrada, pero se sintió como si el trueno hubiera sido justo en frente de mí. Abrí un ojo sólo para asegurar que mi hermano siguiera con vida, que no siguiera atrayendo los rayos hacia él. Sí, había sobrevivido a uno, pero esa no es una suerte que se repita o que si quiera comparta. Intenté murmurar una canción para mí misma, relajándome con ese sonido.

No sé en qué momento había sucedido, pero sentí sus brazos rodeándome, retirando los míos de la almohada y acariciándolos con sutileza; llegó hasta mis manos y las sostuvo con ternura, delicadeza pero determinación, no podía soltarme por accidente. Dejé de temblar, aunque el frío de su ropa húmeda por la lluvia llegaba a mi piel, la calidez de sus brazos me hacía sentir viva, que yo vivía, que él también, me hacía saber que él estaba justo al lado mío y que no moriría esa noche. Me apoyaba de su cuerpo y abría mis ojos con lentitud, cruzando su mirada con la mía. Sus ojos azul profundo reflejaban la poca luz que había, como si unas estrellas guiaran el camino a su alma.

—Duerme conmigo hoy —Susurré al volver en mí.

No dijo nada. En su silencio sólo se acercó para besar mi frente, volviendo a causar ese hechizo en mí. Una capa de calor y protección ahora me cubría, invisible, irreal, intangible, pero existía. No era magia real, no, él no podía hacerla; no hubo conjuro, no hubo movimiento, sólo un beso que calmó mi miedo.
Pero el miedo crecía, al sentir como me soltaba. Como un niño hacia un juguete, me aferré a él.

—No te vayas... —le pedí, aunque sonó como una orden de mi parte.

—Tengo que cambiarme —explicó, señalando la ropa que seguía húmeda por la lluvia.

—¡No! —exclamé, sosteniendo su mano con fuerza—. Cámbiate aquí, donde pueda verte... —Me tomó unos segundos notar lo que había dicho, y me corregí tan pronto pude— Me voltearé para no verte pero no te vayas.

Si se iba, la capa iba a ser destruida, todo el esfuerzo sería en vano y el miedo volvería. No iba a dejar que esa magia muriera, pues era poderosa, pero frágil. Él se levantó y yo volví a aferrarme a la almohada. Quise voltear y mirarlo, saber que estaba allí, no importaba si lo veía, sólo necesitaba asegurarme, además quizá...

No, estamos hablando de mi hermano, tenía que respetarlo. Sentí las luces de las velas apagarse y volteé cuando quedó todo a oscuras, sintiendo su abrazo una vez más. La magia se hacía más potente, y no iba a morir, no en sus brazos. Me escondí en su pecho, sabiendo que mientras estuviera durmiendo a su lado, ningún rayo me lo iba a quitar.

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