De Vuelta a la Realidad

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La puerta de la casa se abría, dejando ver a Rozen junto con una caravana llena de sirvientes al servicio de mi padre, hombres de sus tierras que han venido a cuidar de la casa y servir en imposición al Rey, junto con quien sería mi mentora y su mágica líder. Christopher y yo esperábamos con paciencia en el salón, pero la recepción de Rozen no fue cálida al notar mi presencia allí.

—¿¡Sabe lo peligroso que fue lo que hizo, señorita!? —fue lo primero que salió de sus labios, un regaño por mi huida repentina.

—Lo sé, Rozen. Pido disculpas a Lord Padre por ello... —dije, bajando la mirada un poco, aunque no sentía verdadero arrepentimiento, pues valió la pena cada segundo de ello, sí pude sentir el peso de sus palabras con la fuerza de mi padre en ellas. Tras una pausa, la escuché hablar de nuevo.

—Me alegró saber que estaba a salvo, tendré que evitar darle ese conjuro de nuevo... —dijo, en una leve sonrisa ordenando las cosas alrededor y asegurándose de que las cosas se mantuviesen en orden—. Continuaremos con sus clases a la brevedad posible, tanto de canto como de magia, ha estado atrasada. —tras ello, habló con mi hermano y le dedicó una leve reverencia—. Gracias por cuidar de la Señorita.

Chris desestimó con modestia el agradecimiento, y me observó durante ese breve momento. Su mirada me hizo entender que debía irse, y que en efecto, me había cuidado bastante estas pocas noches que logramos compartir. Con un beso en mi mejilla, se despidió y se encaminó a sus deberes diarios, que pronto terminarían. Ahora que había más personas en la casa, y que teníamos la presencia de Rozen con nosotros, ya no podríamos disfrutar de noches durmiendo juntos, ni de momentos a escondidas; o eso parecía ser, si yo no lograba idear un plan para ello.

El resto del tiempo, Rozen y el Maestro Stein se dedicaron a mis enseñanzas más profundas, y surgió el tema del canto mágico una vez más.

—La señorita tiene prohibido tener una relación amorosa, por lo que aquello no puede ser su musa... —comentó Rozen—. Aunque ha logrado hacer algo mediante esa misma idea...

Al decir aquellas palabras, sentí como me incitaba a cantar para ejecutar una de mis magias, en lugar de usar la palabra de componente, pero no había canto alguno actual que pudiera simular lo que ellos me pedían, la sugestión y la hipnosis de una orden sobre alguien. Sentía sus miradas sobre mí, como si todo este tiempo debió ser usado para entrenarme, y no lo había hecho. En mi mente sólo tenía lo sucedido con Karl y con Christopher, ¿Qué hechizo podría lanzar mediante cantos? El único que he hecho...

—Hay algo... —admití, tratando de ocultar el leve entusiasmo que obtuve al tener aquel recuerdo—. Sé que es un encantamiento sencillo, pero puedo adormecer con el canto.

—¡Maravilloso! Para una madre... Pero no sirve en una obra —señaló el Maestro Stein, denotando con sarcasmo lo inútil de mis capacidades—. Todo el invierno, y no has mejorado más allá de tu talento natural, Mesos me había hablado bien de tí.

Crítica. Crítica y más crítica. ¿Quién se creía? No puedo mejorar tanto en un tiempo tan corto, menos cuando tengo ocupaciones dentro del ámbito noble. La magia no era mi único talento, y ser señalada de ese modo era inapropiado. Si pudiera, hace mucho que habría hecho aquellos hechizos, pero seguían insistiendo con la necesidad de una musa. ¿Era necesario una inspiración? Es como si más que sentirlo, siguieran siendo técnicos en el aprendizaje.

—Pues eso es lo que es mi magia, talento. Sólo se hace, no se estudia, y así es como la he logrado, señor —dije, con un pie a frente y dispuesta a retirarme, a seguir un camino propio con aquel aprendizaje.

—¡Si tanto desea lograrlo así, hágalo Lady, pero no será conmigo! —replicó, tomando sus cosas para retirarse.

Una parte de mí sonreía, a diferencia de Mesos, aquel hombre era muy exigente, y no podía forzar a mi magia a funcionar. Si tenía alguna musa, era ella la que me impulsaba a aprender a un ritmo tranquilo y con magias que yo misma decidiera. Miré a Rozen, quien en cambio, no tuvo la misma expresión, sino una mirada de juicio hacia mi persona.

—Señorita... Esa no es una forma cortés y diplomática de mantenerse firme —dijo ella, haciendo un movimiento con sus manos para mostrar una pequeña luz que emanaba de ella—. La magia es más de lo que haces, es lo que sabes hacer, y como usas eso a tu favor.

—Pues sé cantar, y sé dedicar mis magias a... Alguien —le dije, causando que la luz de su mano se apagase y se fijara en mis palabras por un momento.

—Dijo que podía hacer un encantamiento adormecedor... ¿Cree que pueda hacer más, señorita? —mostró interés, un interés nuevo y legítimo, en cómo desarrollaba mis habilidades.

—Pues... lo he hecho con Chris desde que llegó —admití, tratando de pensar en otros hechizos que podría hacer para él, usando el canto que me pedían—. Puedo intentar sanarlo, si tiene heridas.

—La sanación de heridas es compleja... —dijo ella, pensando momentáneamente en algo—. Su hermano... Señorita, creo que él es la musa de la que habla el señor Stein.

No había que ser un Arcanista para descubrirlo, él era la razón de que mis magias fueran más fluidas, que salieran con cada deseo que tenía, a mi propia voluntad. Él era el encantamiento sobre mí misma que me lleva a mejorar, y así es como yo me veía, cantando sobre un escenario con magias dedicadas a él. Sí. Él era la musa para el canto mágico, y sólo era cuestión de trabajarlo.

—Aunque parece que sólo ciertas magias sirven con él... —decía, entre varios comentarios que evaluaban la situación—. Él también tiene sangre mágica, ¿No es así? puede que se esten complementando...

—Bueno... —mi mente trajo a flote los recuerdos de cada beso, abrazo y caricia que le dí durante los días que dormimos juntos. Un complemento, era mucho más que eso, era el compañero ideal, y cada cosa mejoraba. Ni si quiera sacaba magia sin control como solía escuchar en leyendas y libros, no; éramos sólo dos personas juntas. Yo sanaba sus emociones y él mis necesidades...

—Señorita, hablaré con su padre. Creo que vendrá bien a ambos que él practique con usted —mencionó, sonriendo y dispuesta a juntar las clases en una.

Traté de protestar un poco, pero no me fué natural. Lo único que impedía la práctica de magia era su continuo deber en la Iglesia, con la Orden de Caballeros. Tenía suerte de poder estar con nosotros al final del día por vivir cerca, y eso no ocurrió hace tiempo... Él ya me comentó que no era mágico, pero no era lo que parecía ser. El escudo cálido alrededor mío, esa llamada mental, ese rayo que soltó en el festival. Posiblemente pudiera aprender a mi lado, y más que mi musa, yo podría ser su maestra.

Acepté la sugerencia de Rozen y yo misma escribí a mi padre sobre ello, trazo a trazo, la línea de cada palabra se convertía en una carta de amor, y una vez más, mis manos y mi cuerpo se sentían ajenos a mí misma. Por tercera vez, me veía en una situación distinta a la que realmente estaba, una visión extraña de sucesos con mi padre.

Solté la pluma y corrí a un espejo, no era un sueño, podía verme allí, era yo, cada aspecto de mí. El pelo largo, los ojos violeta, pero mi ropa era distinta al igual que mi cuerpo. No era realmente yo. Miré con cuidado la carta que escribía, iba destinada al mismo castillo, y en ella había palabras que yo no había escrito, sobre un amor próximo a manifestarse entre nosotros.

En un parpadeo, volví a leer, la carta era de. nuevo informativa, sólo un aspecto de mi relación con mi padre, todo rasgo de la visión había desaparecido, pero ahora era más fuerte. Un sentimiento de asco recorrió mi garganta, y tuve que tragar para soportar el flujo que pasaba por allí. ¿Sentía enamoramiento hacia mi padre? No. En todos estos años, a diferencia de Chris, nunca sentí algo similar, pero en tres ocasiones distintas, tuve esa sensación de una mujer enamorada, una chica que estaba siendo cortejada poco a poco.

Tomé la pluma de nuevo, y al leer con detenimiento, ví algo en ella, algo que sólo yo podría leer; no era tinta la que marcaba las palabras, sino letras brillantes visibles sólo al ojo mágico. «Sigo a tu lado»...

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