Promesa Luciferina

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Repasaba las canciones de aquel libro, varias que contaban historias, algunas trágicas, otras inspiradoras, siempre una forma de llevar historias sobre jóvenes aventureros, o nobles en una vida. Me llegué a preguntar si alguna vez mi vida estaría en alguna de aquellas baladas. Entre esas, una llamó mi atención más que las demás, una que reconocí como la historia de los gemelos Davies; los mismos que Luna tenía en su lecho protegiéndolos después de profesar su amor. La música del Reflejo de Adolescencia, como se titulaba, era contada por ellos y como lograron ese amor. ¿Quizá sería esa la canción que pudiera cantar en el cumpleaños de Karen? Podía ser reveladora, pero me hacía recordar a él...

—¿No es un poco tarde, hermana? —dijo, sorprendiéndome como ya antes había hecho, y causando que por reflejo yo cerrara el libro—. No te ví salir para la cena.

Al voltear, ví que cargaba en sus manos una bandeja de té, una que usualmente cargaría un sirviente. La sirvió al lado mío, y se sentó junto a mí. A pesar de todos los conflictos sobre cómo me sentía, él seguía igual de cariñoso, igual de atento conmigo. ¿Cómo no podría enamorarme? Me sentía segura a su lado, realmente sentía que él sería quien me complementaría. Tomé en mis manos el té que sirvió y bebí con cuidado.

—¿Irás a la fiesta, no? —le pregunté, algo que era más que obvio, pero buscaba una conversación más normal a su lado.

—Es algo importante para ella, claro que iré —me respondió, añadiendo algo que me sorprendía un poco—. Al parecer Lord Padre vendrá, tiene algo que decirnos.

—Nos separará —murmuré, soltando mi taza y suspirando—, más de lo que tú ya lo haces.

Él me miró, abriendo su boca para hablar, pero decidí ignorarlo. No valía la pena creer que no lo haría. Un encantamiento bastaría para minar su moral y que volviera a ser como los pocos días que tuvimos solos, aunque...

—Chris, tengo que preguntarte de nuevo... ¿Amas a Karen? —esta vez decidí no mirarle a los ojos al hacer mi pregunta, quería que fuera capaz de decirme la verdad.

—Te dije la otra vez, tengo sentimientos y... —lo interrumpí, colocando mi mano entre nosotros, no tenía que seguir con ello.

—¿La escoges a ella? —me giré para verlo a los ojos, para escuchar atentamente su honesta respuesta. Aún tenía sus ojos azules, no cambiaba, era él, y él era sincero con sus sentimientos.

Un prolongado silencio llenó la habitación, hasta que su tímido «si» fue murmurado. No necesité escuchar más, no quería razones ni tontas decisiones. Guardé el libro y toda tonta idea, no valía la pena usar magia para algo que ya estaba logrado y decidido, sólo iba a herir a las personas que amaba. Al menos, a mi amiga, pero Chris... ¿Por qué seguías dudando tanto?

—Porque no quiero perderte... —respondió, como si leyera mis pensamientos. Lo entendí, estaba usando magia en ese momento, de nuevo sin lograr notarlo—. ¡Te amo! No soportaría ver que la iglesia me obligue a...

—¡Entonces ámame en serio! —le ordené, viéndole de frente—. Escógeme a mí, aprende a ocultar, tengamos secretos, confianza. ¡Deja tu miedo! —le tomé de la mano con fuerza, usando mis dos manos para sostenerla— no me pasará nada mientras tú estés conmigo...

—Alex... Esto está mal... —su moral seguía siendo fuerte, pero no me importó, no en ese momento. Era un momento mágico para ambos, o podía serlo, sólo debía dejar de lado todo aquel pensamiento.

—Christopher, en nombre de Ágama, si nuestro amor es prohibido, que me parta el rayo que debió matarte —le dije, llevando su mano a mi pecho. Quise que sintiera mi corazón, que me siguiera, que sintiera lo mismo que yo sentía—. ¿Me escoges a mí?

—Sí —repitió, sin pensarlo, pero con un temblor en su voz.

No había que ser Arcanista o leer su mente para entenderlo, él si me amaba, más que a ella, pero no quería seguir el camino de algo maligno. Pero si me creí capaz de herir a mi amiga en su cumpleaños por él, soy capaz de algo tan leve como ocultárselo a mi padre. Después de todo, aquí en nuestro cuarto no existe nadie más, no había un padre que nos juzgara, un clérigo que nos sentenciara, una sociedad que nos aislara. Aquí, eramos sólo él y yo.

Me acerqué a él para entregarle un siguiente beso, con el que sellé la magia que había tenido preparada. Sin malicia, sin control, sólo calmar sus emociones, que su corazón palpitase lento y al ritmo del mío, que olvidase por completo el mal de nuestra unión, y sólo entregase su corazón al alma unida que debíamos ser.

—Alex, no —dijo, separándome de su cuerpo. Sus ojos habían cambiado a ese amarillo bestial de antes, y lo ví, noté su deseo en la mirada—. Rozen nos escuchará, los sirvientes, padre...

—¡Todos lo saben! —le expliqué, sosteniendo su rostro—. Si realmente fuera malo, Rozen nos habría detenido. Ella misma me ha dicho que escuche mi corazón, y él me dice que es a tu lado que yo debo estar.

Lo noté inseguro, quería alejarse de mí, pero lo sostuve con mis manos. Rodeé su cuello en un abrazo que me hacía colgar levemente de su cuerpo, y me quedé mirando a esos ojos de bestia deseosos que llamaban por mí. No temas, no pienses en el daño que podría hacer, no hará daño alguno amarnos. Le volví a besar y sentí la conexión que hacía mucho había perdido, por fin se dejaba llevar por mí, por su amor, sin nada que lo detuviese. El fuego de mi interior avivaba y se extendía a lo largo de todo mi cuerpo. Me separé apenas unos pocos centímetros para verlo, esta vez decidida.

—Deja de amarme como tu hermana... —le pedí, sintiendo el temblor de sus labios—. Chris, a partir de ahora seamos pareja, sé mi prometido.

Al decir esas palabras, extendí mi mano hacia el escritorio, donde guardé la daga con la que él prometió protegerme. La que ya ambos poseemos en conjunto. Su joya, del color de nuestra alma, era la prueba de la unión ante Ágama.

—Christopher Hannaghan, en nombre de Ágama, con la Luna de testigo, bajo el nombre que mi padre me ha otorgado, prometo cumplir mi promesa luciferina hacia tí —dije, arrodillándome ante él y entregando aquella reliquia en sus manos—. Dilo.

—Alex, yo...

—¡Dilo! Si de verdad me amas, si de verdad me escoges, dilo... —repetí, viendo desde aquella posición a sus ojos.

—Alessandra Hannaghan, en nombre de Luxos, con la Luna de testigo... yo... —no parecía terminar la frase, y algo en mí me pareció creer que no lo haría—. Lo haré, prometo cumplir mi promesa luciferina hacia tí. —tan pronto dijo esas palabras sonreí, y salté a abrazarlo, sintiendo sus reacias manos rodear mi cintura—. ¿Por qué me haces decir eso? Sabes que...

—Lo sé, y quiero entregarte mi más pura prueba de amor.

Lo miré a los ojos, él sólo bajaba la mirada, no quería afrontar ese hecho, no quería aceptar hacer aquello conmigo. Suspiré, suponiendo que algo así tomaría su tiempo, y dejé que se apartara un poco.

—Será mi regalo, pero sólo se lo entregaré a un caballero que decida desposarme —le dije, sonriendo y volviendo a guardar la daga—, uno que en su corazón decida que, sin importar los lazos de sangre que nos unan, sí podremos ser entregados como hombre y mujer.

—Gracias... —dijo, sabiendo que aquello era porque necesitaba pensarlo—. Alex, esto está mal... —me volteé para volver a covencerlo, pero no detuvo sus labios—. Y me siento peor como futuro caballero, cometer un pecado de este modo, y que los Titanes se apiaden de mi alma. Pero... —una pausa, prolongada, en la cual se acercó a mí y me sostuvo por los hombros— te amaré, como hermana, como alma gemela y como mi mujer.

Sentí como se acercó a mí por primera vez, sin yo tomar iniciativa, y me dió un suave y cálido beso que marcó su verdadera decisión.

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