Ritual de Cortejo

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Antes de marchar de nuevo a Ruhmewig, a nuestros hogares, estuve en la Iglesia de Pyros. El interior no era rojo, sino un negro ceniza con inciensos encendidos y una humareda que mantenía en pie la escencia de una fogata eterna. Al frente, se veía una antorcha encerrada en vidrio, sostenida entre las manos de una estatua cuyos ojos ardían en llamas; y al pie de la estatua, una inscripción sencilla, con el tricentésimo quinto mandamiento de los Titanes, señalado con un símbolo de tres triángulos en punta hacia arriba con la inscripción «CCCV: Fuerza ante el eterno sol de Luxos».

No era distinta a la Iglesia de Miguel en su decoración, fuera de los símbolos naranja y rojo que removían de las paredes. Y como siempre, una sensación de sosiego, alivio y paz al estar en una de ellas. Me acerqué, no a la estatua, sino al círculo en el centro del lugar, aquel con veintiún figuras en torno a su centro, y me arrodillé en la figura del corazón dorado rodeado de dos hilos rojos entrelazados. El símbolo de Ágama

—Diosa del amor, patrona de mis sentimientos y protectora de mis sueños. Vengo a agradecer por tu regalo en mi onomástico —recé, viendo como una mujer pelirroja paseaba cerca mío, provocando que disminuyera mi voz para no ser juzgada—. Lo que desea mi corazón, y anhela, será la unión eterna con el que ya has marcado. Y por favor, os pido que no me juzgues por faltar a tu ordenanza, si has sido tú quien lo ha pedido.

Al terminar mis oraciones, levanté la mirada y pude ver a mi hermano llegar al lugar, buscándome para viajar. Al llegar al círculo, se arrodilló en la figura del sol ardiente atravesado por una daga plateada, símbolo de Luxos. Quizá por sus murmullos, o por magia de privacidad, no pude escuchar sus rezos, pero si pude ver el término de ellos, acercándose a mí y ofreciendo su mano para marcharnos juntos a nuestro hogar.

—Chris, lo que sucedió... —una parte de mí quería disculparse, pero ahora que venía de rezar por nuestra unión, quise pedir más. Pero su mirada me hizo saber que debía guardar silencio.

—Nunca ocurrió, hermana —afirmó, sonriendo levemente para mantener esa promesa de cumpleaños hecha. Acepté ese hecho y me encaminé con él rumbo a nuestro hogar.

Durante la caravana, Beck arreglaba el peinado de todos nosotros, volviendo los tonos y colores a su original, y yo le apoyé en ese hecho, con la excepción de Karen quien no se tiñó el cabello sino que se lo había cortado. Ella se encontraba hablando con Mesos de forma entretenida, casi como si estuviera recibiendo un premio, mientras que Chris se sentaba a mi lado viendo el paisaje. El viaje fue sin ningún contratiempo.

A pesar de que el recuerdo aún seguía fresco en mi memoria, quería volver el tiempo atrás y repetir el momento del mágico beso que nos dimos. Todo lo que sentía durante ese momento era nuevo para mí, y más allá de tenerlo, quería repetirlo, no importaba cómo. Estaba dispuesta a arriesgar un poco más, seguir esas visitas nocturnas sin importar que durmiera en una cama distinta a la mía. Debía planificarme, de ahora en adelante, mantendría ese secreto junto a él.

Al llegar, Mesos nos ordenó volver al día siguiente tarde, como un descanso de nuestras enseñanzas, excepto para Karen, a quien tenía cosas que decirle. Aquello nos extrañó a Beck y a mí, pero no comentamos al respecto.

—Y Sir Christopher, considere su deuda conmigo pagada —explicó, con una respuesta cordial de mi hermano, aunque lo ví suspirar de alivio también.

Juntos volvimos a casa, aunque durante el corto trayecto él mantenía distancia de mí. ¿Acaso le molestó lo que sucedió? ¿O realmente tomó en serio lo del minuto? Aquello ya no tenía importancia, ahora que sabemos que a ambos nos gusta, podemos seguir jugando con fuego...

Rozen nos recibió al llegar, sonriendo por nuestra llegada, al igual que mi padre, que me abrazó de forma sorpresiva, pues él era de poco demostrar su cariño.

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