Escencia Perdida

2 1 0
                                    

Su escencia se había ido. Su cuerpo se desvaneció en el aire tras el rayo de luz. No sólo no sentía su mano, sino que no escuchaba su voz ni su corazón. Lo único que quedaba era yo para ser entregada del mismo modo. La enfrenté sin decir ni una palabra, arrodillada ante ella cuando un eco metálico de pisadas atravesaron el salón sagrado con rapidez.

—Su Alteza, ella es inocente... Y está limpia de pecado —afirmó el hombre rubio, quien mostró una carta ante la verdugo que tenía frente a mí. Este extendió su mano hacia mí, pero era demasiado tarde para intentar algo. Ese hombre era tan asesino como la mujer que tenía a su lado, y ya no podría verlos al rostro del mismo modo.

—Joven Lady Alessandra. Es libre de su ordalia —dijo ella en un tono vacío, caminando paso a paso fuera de la iglesia, acompañada de la niña que hacía poco rezó a mi lado. El resto de caballeros abandonó el lugar, con la excepción del hombre insistente en frente de mí.

Esperé que por respeto se marchara, y cuando era dejada en completa soledad, dejé que mi dolor se mostrase en mis lágrimas. Ya estaba en el suelo, al lado del último lugar donde él estaría, donde en segundos su vida había desaparecido. Golpeé el suelo, maldije, solté cada rastro de ira dentro de mi ser. Mis lágrimas caían al suelo creando leves quemaduras de ácido en la piedra, mis golpes dejaban fuego chamuscar el piso, y cada grito era ensordecedor para las personas a mi alrededor. Su escudo protector se había ido, la llama, la belleza de nuestro amor. Todo en tan pocas horas. Creía que podía vivir con esa mentira para siempre, pero mientras más me aferraba a ella, más la realidad me hacía recordar que lo que sucedió era real. Dos personas dejaron que mi amado Christopher muriera, y así había sido. No hay marcha atrás, no hay forma de negarlo, no era posible más nunca. Ninguna magia puede traer de la muerte a otro, sólo un Titán podría hacer algo así.

—Devuélvelo... —pedí, una y otra vez a Mortimer. Lo imploré, lo maldije, le ofrecí mi vida, pero nada cambiaba, sólo era un espacio vacío entre las muchas cosas que podían estar en mi corazón. Sólo quedaba la nada, pues ni sus cuchillos dolorosos en mi espalda estaban, sólo la pérdida de lo que alguna vez creí que estaría siempre a mi lado.

Me quedé allí durante horas, no deseé comer, no acepté que me movieran. Para mí, mi ordalia no terminó porque una verdugo lo dijera, pues continuaría hasta el momento en que nos reunieramos en el paraíso. Ignoré a cada clérigo, acólito y paladín del recinto. Ignoré cada alma que pasaba a mi lado, y sólo dejé que una sensación tocara mi hombro cuando ya el sueño me había vencido.

—Hija... Tenemos que volver a casa —dijo en un susurro, pero lo ignoré. Fue cómplice de ese momento, y sólo debió ser más fuerte. Entregó a mi hermano sin razón alguna, más que su miedo a los Dragones.

—No deberás temer nunca más, Raphael. Tus hijos han muerto, y nadie podrá herirlos —le dije, abrazando mis piernas como podía, y usando lo poco de energía que tenía para causar una magia cálida alrededor de mi cuerpo para dormir aquella noche.

Esperaba ver en sueños a mi madre, pero no logré ver nada. Mis sueños se habían oscurecido por completo, mi madre desapareció al mismo momento en que él lo hizo, y su escencia se desvaneció para acompañar a Chris al eterno descanso. Sólo podía mirar atrás, a cada momento de estos dos días. Era una simple pesadilla, todo lo que debía hacer era despertar y correr a sus brazos. ¡Despierta Alex! Él espera por tí en casa; no importa donde esté, ese será tu hogar...

—Despierta, mi niña... —escuché una voz maternal, abriendo mis ojos con lentitud, pude ver a Rozen frente a mí, sosteniendo mi cuerpo con cuidado mientras rezaba unos cánticos mágicos. Noté que quería curarme, pero a estas alturas, se hacía inútil querer hacerlo—. Perdonadme, señorita... Debí protegerlos más.

Sí, debías, debiste haber evitado su muerte. Entregarle un brazalete como el que yo tenía. Aunque la magia de la verdugo era demasiado poderosa, y el escudo sólo hubiera protegido contra la espada del asesino. Pero algo pudimos hacer ¡Algo debimos hacer! Rozen era una inútil, yo era una inútil...

Me levanté apoyada de su brazo, y lentamente caminé fuera de aquella tumba donde ni un resto quedaba. La iglesia que había jurado protegerme de los males ajenos había ocasionado todo el dolor de mi ser. ¿Cuánto daño podía hacer un Dragón que un Titán no hubiera hecho? Me alejé como pude, sintiendo el peso en mis zapatillas de cada paso fuera del lugar hasta llegar a mi hogar.

Mi padre estaba allí, frente a la pintura de mi madre, murmurando cosas para sí mismo, mientras los demás sirvientes me llevaban de la mano hasta el comedor para servirme una comida que rompiera el ayuno de dos mañanas. Aunque cada cosa de aquel platillo se veía deliciosa, mi alma seguiría vacía aún con esa comida. Era imposible recuperarlo.

Al lado de la comida, ví un té servido, cuyo olor se me hizo familiar: Madre Noble. Lo tuve al frente y me deshice de la taza. No iba a causar la muerte de lo único que quedaba de él en mí, no importaba si aún debía esperar veinte semanas para confirmarlo, bastaba con saber que había una oportunidad de lograrlo, y me aferré a esa idea. Comí lentamente, dejando que mi cuerpo retomase energías del alimento, y pensando en mis próximas acciones.

Mi padre irrumpió mis pensamientos al llegar al comedor junto conmigo, sentándose a mi lado para verme a los ojos. Estuvo llorando. Su cara estaba limpia y seca, sus ojos blancos, pero reconocí el dolor de sus ojos. Había perdido a su hijo, aún cuando lo odiara, no era su muerte lo que buscaba. Lo abracé con fuerza y dejé que mi magia sanara sus heridas mentales, aunque no fuera tan eficaz como los besos que entregué a Chris, sería bueno para él perder esos sentimientos.

Mi alma empezó a sentir culpa. La carga de que la sangre de mi hermano estaba en mis manos, y a pensar en cada cosa que pude haber hecho para que eso no sucediera.

—Alex... Te pedí que no usaras esa magia... Te vas a hacer daño —me dijo, con un tono de voz más calmado, viéndome de frente a los ojos—. La última vez que ví a alguien así...

Su silencio dejó que mi mente crease teorías, y las visiones de mi madre que aún recordaba hicieron su presencia.

—Alexander. Cuando Lady Madre lo perdió, ¿No es así? —dije, causando una expresión de sorpresa en su rostro, antes de asentir levemente.

—Al día siguiente encontramos a Christopher... O ella lo hizo —me explicó, suspirando con profundidad—. Nunca dejé de negarlo como mi hijo, incluso ahora... Le juré que no dejaría que muriese, que lo protegería...

—Fui yo quien lo hizo —admití, sintiendo la carga en mis hombros, junto con el fuerte deseo de buscar algún rastro de su escencia que me lo devolviera.

—Y yo los empujé... —dijo él, sosteniendo mi mano—. No quiero perder lo último que me queda. No dejes que esto te cargue, vé con Rozen, deja que su magia te sane.

Asentí aquello, y con una nueva idea en mi mente, decidí seguir adelante como pudiera. Con o sin mi amado...

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora