El arte es una magia

17 10 2
                                    

La llegada de mi padre a la casa trajo consigo un cambio en el humor general. Los sirvientes empezaban a trabajar mejor, y Rozen presionaba más fuerte mis estudios mágicos. Para mí, la casa se volvía más cálida y segura con su sola presencia, era alguien en quien podía confiar y era un tipo de escudo distinto, uno que no me rodeaba a mí, sino a toda la casa. Cuando llegó, no hicieron falta cambios al lugar.

—¿Por qué Chris y Alex duermen en la misma habitación? —fue una de sus primeras preguntas.

—El señorito Christopher decidió no tomar vuestra habitación, y pensó en compartirla temporalmente —explicaba Rozen. Yo me quedé allí sentada, aunque leía el libro de conjuros de Rozen, era obvio que le prestaba atención a la conversación entre ellos dos

—Pues múdenlo al estudio, y pondremos el cuadro de Sara en el recibidor y distribuiremos los libros entre mi biblioteca privada y la de Alex —explicaba a detalle, con órdenes a los sirvientes sobre qué libros distribuir y encargando a Rozen, y sólo a ella personalmente, de mover el cuadro.

El cuadro pertenece a mi madre, la cual murió tras mi nacimiento, aunque nunca llegué a conocerla, siempre oí de mi padre que tenía un gran parentesco conmigo. Por lo que veía del cuadro, su cabello era más largo que el mío, y sus ojos violeta resaltaban por sobre las demás características, al igual que los míos. Según Rozen, era símbolo de nuestra herencia mágica, y que las mujeres de la familia Blackblair debían enorgullecerse de ello. Yo solía ver el cuadro muy poco, pues se encontraba en el estudio de mi padre, y había algo de melancolía en su mirada; parecía una especie de profecía, saber que estaba destinada a morir, viendo a través de la ventana y sentada con un libro en manos. Mi padre se ha rehusado a realizar cuadros desde su muerte, comprando únicamente decoraciones sencillas, pues aquella pintura no podía ser opacada por más nadie de la familia, ni él ni sus dos hijos.

—Ella era una gran hechicera, y le habría encantado verte cantar —decía mi padre cuando vió colgado el cuadro en el centro del recibidor. Era del tamaño de una puerta, y su sola presencia la hacía pieza principal entre las decoraciones—. Cada día te pareces a ella, y no puedo evitar pensar que tienes su alma —comentó, soltando algunas lágrimas de dolor.

Tomé su mano y lo miré, aunque era estricto, mi padre nunca había dejado de ser cariñoso y atento; siempre que avanzáramos en nuestras carreras, nos daba un regalo de cumpleaños sin falta a mi hermano y a mí, en una ocasión incluso le regaló cosas a Rozen; era una buena persona y no merecía sufrir tanto. Canté con suavidad una armonía lenta y triste, sin dejar de sostener su mano, y poco a poco él dejaba de llorar y sonreía, volviendo a su persona organizada y dando nuevas órdenes a la servidumbre.

Yo tomé el día para visitar a mis amigas, asumiendo que descansaban al igual que yo. Beck fue la única con tiempo libre y caminamos juntas por algunas de las plazas del barrio rico para pasar el tiempo. Como siempre, ella fue tranquila, con un libro pesado en sus manos el cual no paraba de leer incluso al hablar conmigo.

—¿Podrías soltar eso sólo unos minutos? —le pedí, molesta por su falta de atención, a lo que ella sólo se negaba.

—Te he escuchado cada palabra, no te ignoro —decía, mostrándome un pasaje del libro por simple gusto—. La escritura, como muchas otras, es un arte mágico ¿no crees? —mencionó al finalizar su lectura y cerrando el libro al marcar la página.

—Sólo si incluye poemas o historias, los libros como esos son para sacerdotes y viejos bibliotecarios, no para artistas —expresé, viendo que el libro era simple historia del arte del Reino de Schild—. Además, no mejoras en actuación si no practicas en lugar de leer.

—¡Pero leo sobre ello! —exclamó pacíficamente—. No sigo mis instintos como Karen, sólo me guío por los grandes maestros —aquello parecía tan contrario a lo que el Maestro Mesos nos enseñaba, que dudé por un momento que ella estudiara con nosotros.

—¿Qué clase de arte haces si sólo te dedicas a leer e imitar? —cuestioné, esperando dejarla fuera de sí.

—Una nueva forma de lo antiguo —respondió ella sin preocupación alguna en su voz o rostro—, es como tomar una historia clásica y dar tu toque ¡Eso es arte también! Si no lo fuera, Mesos no me habría pedido que modifique mi guión —la sonrisa en su rostro era leve, pero suficiente para entender que me había derrotado en la discusión. Suspiré al saber que tenía un punto a favor en sus palabras, pues era lo que yo hacía con mis magias.

—Eso igual no quita que lees más de lo que practicas —me burlé para cerrar el tema, pensando en lo último que mencionó ella, modificar el guión— ¡Espera! ¿Cambiaste algo?.

—Puse más diálogo en las peleas del comienzo, añadí un poco más de conexión entre la Mujer y el Caballero y cambié las espadas por lanzas para Karen —explicó cada cambio, cosas que ya estaban en el guión que me fue otorgado—, sigue siendo la misma historia del libro, así que no se pierde la escencia.

Ella decía eso, pero me quedé pensando. Era una historia que no leí más allá de lo que el guión me decía, sólo notas de los momentos en que Christopher y Beck debían actuar; y mi parte era leer el libro para narrar en prosa. No notaba ningún cambio. ¿Era algo así posible? Cambiar algo de forma que no pueda percibirlo, de formas ligeras que hagan de una copia tan única como la original. Era la escencia de la magia, pero nunca lo pensé de la escritura. Era algo que podía aplicar a mi composición, no tenía porque crear algo desde cero, cuando podía tomar mi propia versión de algo existente.

—No pienses en hacerlo ahora que festival es en tres semanas —mencionó—. Tus poemas y tragedias son buenas, y sé que estas terminando la del ángel y el hada que mencionaste —continuó, sabiendo a profundidad de la historia que les conté con anterioridad—, pero si empiezas ahora, no tendrás nada terminado a tiempo. Concéntrate —aquello sonó como algo que diría Rozen. No estaba desconcentrada, y escribía diariamente lo que venía a mi cabeza, aunque solía desviarme de lo que podría ser un buen material. Beck me sonrió y continuó hablando de otros temas, para distraerme un poco de la situación que ahora tenía en mi mente.

Al volver a casa, ví el cuadro de mi madre justo al frente; era una vista a la cual no estaba acostumbrada, y parecía tener un aire de cambio a todo el hogar. Rozen me recibió con la cena, expresando su preocupación por mi falta de logro en los hechizos.

—De hecho... quería dejar los estudios de lado e intentar algo nuevo —exclamé, recibiendo una mirada de desaprobación de mi padre.

—¿Abandonarás la magia? —preguntó él, con un tono de voz fuerte, casi conflictivo

—No. Me enfocaré en mi poemario para el festival, además de mi voz para la obra. La magia puede esperar —dije, intentando apaciguar el humor recién creado

—Señorita Alex, debe saber que la magia se debe practicar constantemente. Para su edad, está atrasada y sólo puede hacer trucos menores... —comentó Rozen, intentando poner un estándar que había perdido hacía pocos meses—. Sé que ha ignorado los libros y que su profesión es importante, pero entienda que esto le ayudará.

—Rozen tiene razón. Eres la última persona con magia en la casa desde que tu hermano abandonó ese camino, es algo que no puedes perder —decía mi padre, sin darme tiempo a expresar mis deseos. No quería abandonar, sólo quería crear; quería continuar mi propio camino sin tener que repetir lo que Rozen decía. Si Mesos fuera mago podría ayudarme...

—El amo Raphael tiene un punto. La magia siempre es buscada y sube tus posibilidades laborales —explicaba desde su posición. Era cierto, pues ella siendo una maga fue que llegó a una posición de confianza con la familia, pero no era mi punto

—Padre, Rozen ¡No voy a abandonar! —exclamé molesta—, pero no puedo dejar de lado el arte. Y quiero poder dar un buen acto en el festival, pues nadie me ha exigido magias —explicaba, tratando de mantener mi tono de voz adecuado, pero podía sentir esa presión en mi pecho, quería decir más—¡Mi madre lo hubiera querido así!

Aquello silenció a mi padre, y dejó los cubiertos en la mesa, retirándose a su cuarto. Rozen me miró con una cara de juicio, retirando la comida de la mesa y suspirando, como si lo que quisiera decir fuese callado por alguna norma, y sólo se retiró. Yo me mantuve allí, terminando mi comida y pensando en las palabras de Beck.

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora