Día del Titán Eros II - Empatía

1 0 0
                                    

Durante varios minutos, mi hermano se mantuvo en silencio. Sentado en el banquillo de la iglesia, sólo observaba la estatua del Titán Miguel. Su mirada estaba concentrada, pero a la vez ida en esa figura. Rozen me acompañaba, y yo ya no sabía qué pedir a mi Diosa, o si quiera pedir algo en ese momento. No había dejado que me acercara, y no podía culparlo. Después de como mi padre lo ha tratado ¿Cómo podía sentir que era parte de nuestra familia? Mi intento por ocultar aquel detalle y que siempre fuera mi hermano fue en vano, y la sensación de vínculo que teníamos se desvaneció por completo, junto con la barrera. Ambos estábamos al descubierto para ser heridos por palabras.

La presencia de otras personas hacía difícil cualquier cercanía que hubiera querido tener con él, y ante todo, Rozen misma me sostendría y no iba a dejar que hiciera una tontería, sólo quedaba esperar a que él volviera a casa. No había que ponerse de ese modo, y menos con palabras sin sentido, nuestro padre cometía un error al llamarlo demonio o creer que mi amor por él era sólo una ilusión de la lujuria del Dragón Azul. Mi amor por él trascendió la barrera del vínculo familiar, y ahora ese mismo amor es el que mantiene vivo ese leve puente colgante.

Luego de un tiempo, ví a mi hermano levantarse y caminar hacia el centro del altar, donde los veintiún símbolos sagrados se mostraban, y se arrodilló ante aquel perteneciente a Rin, para sorpresa de alguno de los clérigos que recibían a los visitantes de los servicios eclesiásticos. Chris se notaba con lágrimas en sus ojos, y una fuerte presión en sus manos hechas puño, que trataba de contener en esos pocos segundos de rezo.

Al terminar, ambos nos retiramos juntos del recinto, caminando en silencio hacia nuestro hogar. Un silencio que sólo hacía más dolorosa la situación, habría bastado con unas pocas palabras para saber que todo estaría bien, y estaba dispuesta a entregar esas palabras, pero aún tenía la presencia de Rozen conmigo. Suspiré, y decidí desviarme para ir con Beck, a quien le prometí una visita antes de la fiesta, y porque necesitaba desahogar toda la situación.

—Alex, un placer verte —me dijo, soltando los libros en sus manos, como siempre, y hablando con su padre para permitirse un tiempo para descansar de su labor bibliotecaria—. Te ves triste, melancólica diría yo.

—Asuntos familiares —expliqué, sin ánimos de contar todo aquello. Contar el problema no iba a arreglar nada, necesitaba una solución ante mi padre, mi hermano, mi mentora y cualquiera que se opusiera a nosotros.

—Puedo notarlo, has estado tensa, incluso Mesos lo nota —dijo con su voz tranquila, viendo a sus alrededores—. Es la falta de presencia... ¿No es así?

No tuve que preguntar a qué se refería, asentí con la cabeza para hacer entender que, de un modo u otro, el no tener a nadie de la familia de mi lado hacía pesada toda mi situación.

—Sabía que eras muy apegada, pero no de este modo —mencionó, dejando un leve silencio en el que posiblemente su mente divagaba—. ¿Por qué te aferras?

—¿¡Eh!? —expresé mi confusión.

Aferrarme, parecía por un momento que ella hablaba del incesto con mi hermano, pero su pregunta sonaba a la falta de comprensión de todo el asunto. No me aferraba a nada, más que a mi propio deseo impulsado por el amor, a mi corazón. Incluso al comentarlo, ella sólo negó con la cabeza, cerrando sus ojos levemente.

—Desde que tu hermano llegó has estado más poderosa, atenta, creativa. Igual que las veces que tu padre está presente... Pero sin ellos, estás ida, confundida, desviada... —aquellas palabras parecían no tener sentido para mí en ningún aspecto, pues tenía a ambos conmigo ahora, y no veía cambio alguno en mi sentimiento—. ¿Qué te ha alejado de ese amor que dices buscar?

—Una revelación, supongo —dije, sin ánimos de querer contar el secreto a todas partes. Ella pareció comprender, y rápidamente cambió de tema, aún con su expresión tranquila.

—A mí me aleja de mis libros, sólo mi familia —dijo, soltando una leve sonrisa—, crear historias, leer nuevas, compartir estas con mi padre y madre... ¿No te sucede?

—He abandonado mi historia hace un tiempo —admití, recordando a Salis y Trois, al igual que el Ángel y el Hada—, no tenía mucho sentido de todas formas...

—No eres de contar historias de todos modos —sus palabras parecían de burla, pero su tono fue más de calma ante la situación—. Eres cantante, y yo una lectora. Por eso nuestras magias distan...

Magia, un concepto que he estudiado toda mi vida al lado de Rozen, y que ahora empezaba lentamente a ignorar y dejar de lado a cambio de enfocarme en el amor de mi hermano, y en todo el conflicto con mi familia. Rozen ni si quiera se mantenía estricta con ello, y yo seguía a mi corazón en todo momento en cada hechizo lanzado, sin tener que recordar formas, conjuros, componentes o palabras. Sólo tenía que quererlo, y aún así, ahora que más necesitaba, nada venía a mí.

—Tu magia es instintiva, no es científica sino artística —señaló ella, a modo de crítica—, por eso no puedes repetir bien un conjuro, y por eso no estabas preparada para el canto mágico que ofreciste.

—¡El canto mágico! —me dije, notando que olvidé por completo aquella oferta que le hice a Karen sobre su cumpleaños—, no he practicado nada...

—Mesos se encargó, Karen no es tonta, sabía que ni tú ni yo podíamos con algo así —expresó en su misma sonrisa—, menos con todos los problemas de tu corazón.

—Sigues mencionando eso... ¿Acaso sabes qué me sucede? —le cuestioné, mirándole a los ojos.

—Se que hoy no eres tú, sino una tú que el mundo se le vino abajo, una tú egoísta que ni si quiera recordaba el motivo de su visita o el regalo de su amiga, una tú cargada de dolor... Una tú que me preocupa —admitió, levantándose de su sitio para caminar alrededor de aquella pequeña mesa de estudio y colocar su mano sobre mi hombro—. Ustedes los nobles tienen muchas cargas, y tú no has desahogado ninguna desde el festival...

Al escuchar sus palabras, sólo solté otro suspiro y desvié mi mirada, pues no deseo afrontar eso con ella. No es una mala amiga, pero ella no entendería el contexto detrás de toda la situación ¿O sí lo haría?, parecía más comprensiva que Karl, y era alguien en quien podía depender. ¿Debía revelar la verdad de las dudas de mi corazón?

—¿Sabes? Yo... —iba a decirle, pero me interrumpió con un leve «shh» de su parte.

—No cuentes, no es necesario... Puedo ayudarte, como agradecimiento por lo de hoy —dijo con una suave sonrisa de sus labios—, no lo has olvidado. ¿O si?

No lo había hecho, ella necesitaba un vestido y algunos adornos para verse bien en la fiesta, y no tenía el suficiente dinero para tener uno a tiempo. Decidí regalar uno de los míos, junto con algunas joyas que Mesos y yo tomamos en cuenta para su presencia; nuestro deber era que se viera bien, y no habíamos pedido nada a cambio... Pero ella ahora ofrecía su ayuda a mí con mis emociones.

—¿Puedes con eso? ¿Cómo? —cuestioné, incrédula, viéndola sentarse justo frente a mí, sin la mesa de obstáculo entre nosotras.

—Hay un encantamiento, Einfühlsam, puedo tomar tus dolores y pasarlos a mí; sanaría tus heridas, y luego sólo debo desahogarme personalmente. —explicó de una forma sencilla y lógica—, lo hago porque no tengo nada y mi padre puede ayudarme. No intentaría esto si tuviera problemas...

Bajé la mirada, sintiendo que no merecía aquella ayuda, y con un suspiro, la rechacé. No tenía ningún dolor, sólo preocupación por mi hermano, y aquello se iría tan pronto supiera que estaría bien y que nuestro amor se quedaría intacto a pesar de nuestro padre. Agradecí, y ofrecí que fuésemos juntas a mi casa, para buscar el vestido que le entregaría y que ella podría ponerse poco antes de la fiesta. Ví su mirada de aceptación, y sonreí con tranquilidad al saber que al menos, podía contar con mi amiga, aún en medio de aquel rollo entre mi familia.

AdolescenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora