Ordalia

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Mis pasos me llevaron a la iglesia, donde en silencio, varios clérigos y adeptos apartaron el lugar frente a la estatua del Titán Miguel. Su figura era inconfundible: un escudo levantado, evitando el aliento tenebroso de un ser con cuernos, y abajo, a sus pies, pequeñas figuras de humanos que él protegía. A quien él entregaba su vida por salvar de todos los demonios. El primer caballero de Lucifer, quien ahora vagaba las profundidades del infierno, buscando la divinidad perdida en la humanidad. Ahora es a él a quien debo pedir piedad por mi vida, ahora es como debo enfrentar la realidad de mis actos. Luna no estaba para protegerme, Ágama no interviene en actos humanos, sólo estaba él entre la vida de mi hermano y la mía.

Uno a uno, escuché los pasos de una persona que se acercaba a mí, y se arrodillaba en mi compañía. Una pequeña niña que se arrodilló en el símbolo de Ágama, tal como yo haría días anteriores, y pedía en murmullos secretos por lo que supuse sería un ser amado.

Me alejé de la estatua del Titán y me acerqué a esa niña, la había visto antes: la protegida de la Marquesa Irene, quien ahora estaba frente a mí. Un susurro de maldad invadía mi corazón, pidiendo que tomara en ese momento a la niña de rehén. Podía usarla para mi libertad, pero a cambio estaría maldita para siempre por hacerle eso a una joven inocente. Maldije por lo bajo, y esperé que terminase su oración para hablarle.

—¿También sigues a Los Amantes? —pregunté, notando su inocente risa responder.

—Tengo ocho años haciéndolo. Lady Madre dice que es de buena suerte mantener tus oraciones en tu prometido... —dijo ella, ante mi ligera sorpresa.

—¿Prometido? —pensé inmediatamente en el joven Francis, quien estuvo a su lado en la fiesta, y la ví asentir a mi pregunta.

—Un Príncipe de una tierra lejana, que se fué a una guerra por su trono. Salvó mi vida cuando sólo era una bebé —respondió, mostrando ante mí una brillante joyería en su cuello, cuyo centro poseía una esmeralda fina y pura—. Lady Irene dice que debo ser una digna princesa para él.

Sonreí al ver su ingenuidad, y le dí una leve caricia en su cabeza como ánimos. Me recordaba a mí, pues mi oración siempre estaba con Christopher, y eso me había traído la mejor de las suertes. Para ese momento, noté que aún poseía mi libre albedrío, que sólo era detenido por mi presencia en la iglesia. Si había algo por qué rezar, no era por mi vida, sino por la suya. Esperé un turno para rezar, pero ella no se movió de su lugar.

—Puedes rezar conmigo, hay espacio —dijo, quedando a la orilla del símbolo, de tal modo que aún estaba dentro del punto del círculo que correspondía a la imagen de Ágama. Acepté su propuesta y me arrodillé a su lado—. Por Marcos Esmeralda, protégelo de villanos, demonios, ángeles, hadas y aberraciones que puedan alejarlo de su lugar.

Al escucharla murmurar, noté como ella rezaba, y decidí acompañarla para no hacer silencio.

—Por Bluend, protégelo de reyes, titánes y hechiceros que puedan causar su muerte —mencioné en mi rezo, sintiendo la herejía de mis palabras, pero acompañando a la niña—. Por Marcos, protege su vida y entrega a los amantes una unión eterna en felicidad.

La ví voltear hacia mí, y rápidamente y en nervios, intentó acompañar mis palabras.

—Por Bluend —dijo tras intentar pronunciar aquel nombre dracónico—. Que esté siempre al lado de su amada y vivan felices por siempre.

Una leve risa compartida se mantuvo entre la niña y yo, antes de ser interrumpidos por la presencia de paladines que entraban al lugar. Al sólo cruzar la puerta de la iglesia, se sintió un frío viento que llenó el lugar, mientras cargaban a mi hermano de los brazos, hasta el centro del recinto sagrado. Una clérigo se encargó de alejar a la niña de mi lado, aunque mis ojos se enfocaban en la presencia de mi hermano, quien caía arrodillado frente a mí.

Lo sostuve entre mis brazos, viendo las heridas que se había hecho. Su rostro había sido golpeado, y moretones y ligeras manchas de sangre llenaban mi corazón de dolor. Sus ojos, aún bestiales, se abrían lentamente hacia mí, viéndome fijamente antes de abrazarme con anhelo.

—Toma mi anillo... —susurró, buscando respirar con dificultad. No me interesó su petición, y bese su rostro repetidas veces, una y otra vez, incluyendo sus labios cada tanto. Aún ante sus gestos de dolor, o los gestos de asco de los paladines, continué con aquello—. Alex... No... Mi anillo...

—Por favor... Es mi último día a tu lado, déjame... —quise repetirlo, pero me empujó y con un brusco movimiento, se sacó el anillo de su dedo, entregándolo a mí.

—Póntelo... —dijo con una suave sonrisa aún entre sus heridas.

Miré aquella joya con recelo. Era la muestra de traición que él mismo provocó, y la dragonita seguía intacta en el centro. No entendía por qué quería que lo hiciera, como si fuese la cosa más importante del mundo. A pesar de su insistencia, lo rechacé, pues no era correcto, yo ya tenía una joya de compromiso, y esa era la daga que él me había entregado. Lo abracé con fuerza una vez más, y esperé por el momento en que empezara nuestro juicio. Aún tenía miedo, pero fue lo que me había prometido a mí misma, estar a su lado en la muerte, y hasta que la muerte nos separe. Lo ví a los ojos y miré a mis alrededores, sabiendo que era mi última oportunidad para cumplir mi deseo.

—Cásate conmigo —le pedí, como última petición en mi vida.

—Alex, sólo... —lo callé de nuevo, no quería arruinar los últimos minutos de mi vida escuchando quejas, sino con algo que pudiera hacerme feliz.

—Lo haré, si me lo entregas en matrimonio —le dije, aunque siguió negándose, sólo mirando a los clérigos alrededor, quienes observaban con atención nuestras acciones. Miré junto con él a cada uno, y me levanté para hablarles— ¡En nombre de Ágama, pido a ustedes que nos unan como hombre y mujer!

—Eso es un pecado —anunció uno, quien dió un paso al frente—, incesto, por una unión entre hermanos está prohibida ante los ojos de los Titanes.

—¿Y por qué Luna protegió a los Gemelos Davies? —cuestioné, mirándole a los ojos. Se quedó en completo silencio, sin mediar otra palabra, dejándonos en medio de aquel lugar lleno de símbolos de dioses.

Mi hermano se levantó luego de mí, viendo al mismo clérigo a los ojos, con esa mirada de Dragón dispuesta a protegerme de cualquier cosa.

—¿Por qué entregan a mi hermana? Si siendo yo un Dragón, ella es inocente del pecado... —admitió, frunciendo el ceño y escuchando los murmullos de clérigos y acólitos por igual. Él se mantenía en pie como podía, y aún así se enfrentaba a aquellos hombres de túnica sagrada en cuyas manos yacían nuestras vidas—. Temen por la Orden, por la ciudad, por la gente a quien he protegido. He sido fiel y leal a Gladio toda mi vida, y ahora soy castigado bajo falsos pretextos... Y osan herir a mi amada.

Lo observé decir esas palabras. Siempre supe que él era capaz de defenderme, aunque no pudiera enfrentarse a nuestro padre, era obvio que no le gustaba aquello tanto como a mí. Sostuve su mano con fuerza, y me dispuse a enfrentar del mismo modo que él a lo que viniera, incluyendo a la mujer que ahora entraba al recinto, acompañada de varios caballeros a su alrededor.

—Mientras ella posea la semilla maldita, no podemos dejar que nazca —dijo una de las mujeres que la acompañaba, estando al igual que los demás caballeros, en una armadura completa.

La Marquesa dió lentamente pasos hacia nosotros, que aún nos tomábamos de las manos, y con su báculo en frente, nos miró a ambos. La única reacción de mi hermano fue arrodillarse ante ella, acción que acompañé para seguirlo con respeto.

—Incesto, traición a la corona, traición a la fé, subterfugio, secuestro y obstrucción a la ley —sus palabras fueron claras, directas y concisas. Sin un momento de duda ni de temor. El zafiro del báculo aún giraba con fuerza, y lo plantó frente a nosotros—. En nombre de Gwendolyn, los sentencio a la Ordalia de la Valquiria.

Mi hermano levantó su mirada hacia ella, apretando mi mano con fuerza, y sonriendo al verle el rostro.

—Amor, lealtad a Su Majestad, fé ciega y devoción a mi orden, amistad pura y temor humano. En nombre de Gladio, me declaro humano, inocente de sus acusaciones, y pido la libertad de mi amada... —no terminó sus palabras, cuando un rayo de luz atravesó el recinto, golpeando su cuerpo con todo su esplendor, dejando salir de su boca un grito de dolor mientras veía la muerte directo en sus ojos.

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