Capítulo 9: "C es para Control" (PARTE 1/2)

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Quien controla el presente, controla el pasado. Quien controla el pasado, controla el futuro.

-Book One, Chapter III, 1984, George Orwell, (1903-1950)

Emilio amaba tener el control en todo. Su trabajo, su vida diaria, su vida sexual; si existía alguna manera para tomar las riendas del asunto las tomaría. Le encantaba el control de todo. Estaba en su naturaleza desde una edad temprana.

Cuando Emilio tenía cinco, fue hecho el líder de su grupo por los otros niños en su pandilla de amigos. No es como si él mismo se hubiese apuntado para líder, sino sus amigos, sus conocidos en sus años de formación, le eligieron como si cabecilla por así decirlo.

Cuando estaba en el preescolar, su profesora había divido el grupo en tres grupos uniformemente emparejados. Cada grupo tenía tres niños y tres niñas.

A Emilio se le había roto el corazón cuando Joaquín no fue escogido para estar en su grupo, y entonces él miró cómo su grupo prácticamente lo ignoraba todos los días. Joaquín era su mejor amigo y lo miraba sentarse en la esquina solo, acurrucado en la alfombra para leer el ejemplar de Clifford en su pequeño regazo. Y desde allí, supo que su trabajo era mantenerlo feliz.

Tomó el control de la situación.

Después de que su grupo lo nombrara el líder, le dijo a Joaquín que se sentase con ellos. Aun a los cinco años, Joaquín era igual de testarudo como una mula. Él protestó profusamente sobre cómo se meterían en problemas por romper las reglas y cómo su grupo se molestaría por meterles en problemas también.

Le dijo que no se preocupara.

Cuando Joaquín se unió a su grupo durante la hora de juego, la profesora de inmediato lo notó, ella caminó a través del salón, hacia la mesa en donde estaban sentados y preguntó a Joaquín el porqué estaba compartiendo silla con Emilio, cuando su grupo estaba del otro lado del salón. Antes de que Joaquín pudiera responder, Emilio contestó por él. A los cinco, ya era encantador.

—Bueno, señora Martínez, su grupo sigue ignorándole. Así no es como un grupo debería de funcionar. Así que le invitamos a unirse a nuestro grupo, ¿eso está bien? —preguntó, lo más tímido y dulcemente que podía, lo cual funcionaba como magia. Era un hermoso niño, con la gloriosa mata de rizos castaños, mejillas sonrosadas, ojos verdes hipnotizadores.

—Tienes toda la razón, Emilio —dijo, un rastro de orgullo en su voz. La señora Martínez había visto cómo el grupo del pequeño Joaco lo habían marginado. Ella también había visto como Emilio y su grupo lo miraban, especialmente Emilio.

Mantuvo su mirada en Joaquín durante toda la semana en la que su grupo lo ignoró. La señora Martínez había visto la sombría mirada en su rostro mientras limpiaba sus lágrimas de su pequeña cara. Ella sabía que sería cuestión de tiempo para que Emilio lo invitara a su grupo.

Esa fue la primera vez que Emilio tomó el control del asunto, pero no fue la última.

Aquel día le había dado una probada el poder del control. Desde entonces, Emilio trató de tomar un papel de control. En la primaria, era el líder de su clase. Después había sido presidente del quinto grado y en la secundaria, fue casi todo: capitán del equipo de futbol, presidente del cuerpo estudiantil, presidente de la sociedad nacional de honor, e incluso presidente del Club de Ciencia y Tecnología al cual asistió a las reuniones arduamente.

Cualquiera podría decir que hasta controlaba su amistad con Joaquín, pero no en una mala manera... quizás. Él había sido el que había calmado a Joaquín en el supermercado en el día en el que se conocieron. Había persuadido para que él estuviera en su grupo, y le había convencido para que fueran al onceavo cumpleaños de Roy, y sí, había sido su idea también la de perder su virginidad entre los dos y hasta ahora, también fue su idea la de empezar este alfabeto demente y lo estaba torturando lentamente.

Él comenzaba a acostumbrarse a tener sus liberaciones durante los fines de semana. Temía que cuando todo esto terminara y estuviera hecho no sería capaz de vivir sin el sexo, por más bárbaro que pareciera. Carajo, era un hombre, y le gustaba follar, lo más frecuentemente posible.

Su primer error durante todo el juego había sido iniciarlo, pero su segundo error había sido tener a Joaquín caminando desnudo durante toda la semana. Era una tortura pura, inusual y cruel.

El cuerpo de Joaquín era impresionante, y siempre lo había sido. Aun cuando comenzaba a pasar por las etapas difíciles de su pubertad, desarrollo un cuerpo bien marcado y tonificado. Él tenía una espalda increíble y su pecho era demasiado tentador, tenía unos abdominales bien marcados, le gustaba hacer ejercicio, y sobre todo le gustaba jugar a el futbol. Actualmente lo sigue haciendo.

Pero ahora, Joaquín era un hombre imponente, con piel bronceada, su cintura perfecta, y un gran trasero, del cual no tenía idea de cuándo había aparecido. Él había estado sorprendido por ese aspecto durante la primera noche. No podía creer que nunca lo había notado.

El lunes fue terrible, y no sólo por el trabajo, porque, aunque el trabajo casi le había quitado todas las ganas de ver a Joaquín desnudo en casa, al entrar al apartamento en la noche del lunes, sólo hizo que su humor de mierda se solidificara, porque allí estaba su amigo usando sólo un delantal mientras cocinaba.

Tortura. Pura estúpida tortura.

Allí estaba mostrando su trasero, los tirantes amarrados del delantal estaban arriba como si fuera un regalo a él para desenvolver.

—Creo que un delantal es ropa—bromeó él mientras entraba a la cocina, tomando rápidamente un pedazo de pollo que ya estaba cocinado.

—No toques la comida. Ni siquiera te has lavado las manos —le reprendió, golpeándole la mano con la cuchara de madera que tenía en la mano.

—Lo siento, papi —dijo él, robando otra pieza de pollo, cuando Joaquín giró su atención al arroz en la estufa.

—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó Joaquín, pareciendo cómodo con todo esto de la desnudez, pero Emilio se hacía creer que probablemente era porque traía el delantal puesto.

—Horroroso, ¿y el tuyo?

—Mejor que el tuyo, supongo —se río, mientras alcanzaba vasos del gabinete. Emilio observó cómo los músculos de sus piernas se estiraban, tuvo que suprimir el gruñido que quería escapar de su boca.

—¿Qué con el delantal? —dijo él, alcanzando para quitarlo.

—No quería quemarme mientras cocinaba —dijo, encogiéndose de hombros mientras apagaba la estufa. Emilio asintió con el razonamiento.

—Aww, y lo hiciste por mí, ¿verdad?

—¿Por ti? ¿Cómo haría eso para ti? ¡No quería quemarme con el aceite que salpicara! —argumentó, agarrando una cuchara y sirviendo arroz y pollo en dos platos para Emilio y él. Se dirigió hacia la mesa y colocó los platos. Emilio agarró las tazas y utensilios.

Martes y miércoles se fueron igual que el lunes, pero el jueves, el maldito jueves casi mataba lo mataba.

Él entró a su departamento después de un largo día de trabajo para encontrarse a Joaquín haciendo ejercicio en el salón, era una cosa ver a Joaquín haciendo esas cosas con pantalones, pero verlo haciéndolo desnudo, para él era como ver pornografía en vivo. Con la manera en caían las gotas de sudor por todo su cuerpo, lo estaba volviendo completamente loco. Tuvo que olvidarse de las bromas aquella noche porque podría haberlo tomado allí mismo y eso hubiera sido en contra de las normas.

Las normas eran claras. Los sábados serían los únicos días en los que pasaría la acción, no los jueves. Pero maldición, todo el asunto de Joaquín desnudo lo estaba pateando duro en el trasero. Cada día lo que él quería hacer era atacarlo. En las mañanas, lo quería recargar sobre la mesa de la cocina, en el suelo, contra el frigorífico. Por las noches quería tomarlo en el sillón, en la mesa del comedor, contra la pared izquierda, la pared lejana, contra todas las paredes.

Era una tortura y se lo había hecho él mismo; era un idiota.

Tentación incontrolable [Emiliaco] ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora