Por el rabillo del ojo, Emilio sólo podía distinguir los pequeños rayos de luz que entraban por las rendijas de las persianas de su ventana. Ya era de mañana, pero no tenía idea de qué hora era, ni le importaba darse la vuelta para comprobarlo. Se quedó recostado sin dejar de mirar a Joaquín, mirando fijamente al pequeño moretón violáceo que estaba empezando a oscurecerse en su espalda. Cada vez que respiraba, la espalda se contraía y el color de la marca se aligeraba, y mientras exhalaba, la marca volvía a su color original. Espantoso.
Frunció el ceño al imaginar cómo se sentiría Joaquín cuando por fin despertara. Se sentía muy mal por él, porque había sido su culpa. Prácticamente lo empujó contra las estanterías, pero en ese momento estaba totalmente fuera de control, estaba poseído de deseo.
Supo que lo lastimó, lo vio en sus ojos, era la razón por lo cual, lo llevó a la pared después. Sin embargo, eso no demostró ser mejor, porque incluso en la penumbra de su habitación, pudo distinguir los rasguños, el enrojecimiento de la piel sobre los hombros, causada por la fricción de ser empujado hacia arriba y abajo contra la pared.
Estaba enfadado consigo mismo por causa de su dolor. Parecía ser algo común en su relación. Por algún motivo desconocido, no podía entender por qué era, y, además, no podía entender por qué nunca Joaquín lo hacía pedir disculpas, aunque siempre lo hacía. Joaquín nunca le hizo pedir perdón, como lo hacía con otros.
Él suspiró mientras su mano buscó a Joaquín y comenzó a frotarle suavemente el hombro. Se acercó más, para poder usar ambas manos para frotar en la piel tensa. Apretó los dedos suavemente contra la piel rojiza, moviendo la otra mano hasta la contusión en la espalda inferior. En el momento punta de los dedos presionaron en el hematoma, Joaquín se agitó, emitiendo un quejido.
—¿Emilio? —preguntó algo atolondrado, apoyando su hombro en los movimientos de la mano de Emilio.
—Buenos días, Joaquín —susurró, sin querer asustarlo por hablar demasiado alto.
—¿Qué estás haciendo? — Murmuro Joaquín
—Estoy tratando de darte un masaje. Me siento muy mal porque te empujé en contra de los estantes anoche. Tu espalda se ve terrible. Hay un gran moretón y tus hombros están muy rasguñados.
—¡Emiliano! No tienes que hacer eso —protestó Joaquín, alejando sus manos. —No te detuve anoche, ¿verdad? Yo quería que fuera así, lo más áspero y rudo como sea posible, queria que me follaras duro y así lo hiciste ¿No es eso lo que escribí en la ficha? Hiciste exactamente lo que pedí. De hecho, debo de agradecértelo —se río Joaquín.
—De nada, supongo. —Emilio se unió a la diversión de Joaquín hasta que él se intentó dar la vuelta para mirarlo. Gruño contra la cama. Fue saludado con la expresión de dolor de Emilio.
—¿Estás bien? —preguntó Emilio.
—Algo así —respondió Joaquín con los dientes apretados. —¿Es realmente tan malo?
Emilio asintió con la cabeza, sus labios apretados. —Tengo miedo de levantarme.
Emilio hizo una mueca de inmediato inclinando su cabeza hacia adelante.
—Lo siento, Joaquín, realmente lo siento —se disculpó él, tan sinceramente como le fue posible.
—Emiliano, ya basta. No hiciste nada malo —argumentó Joaquín tranquilamente, dejando a un lado sus disculpas.
Emilio sonrió, con fuerza, mientras Joaquín le devolvía la sonrisa, eso lo tranquilizaba un poco. Quería decirle que lo hiciera rogar por su perdón, pero él sabía que no iba a funcionar. Joaquín siempre lo perdonaba.
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Tentación incontrolable [Emiliaco] ADAPTACIÓN
FanfictionEl saco el sombrero del cajón, lo sacudió dos veces y se lo tendió a Joaquín. Ellos sabían cual letra era, pero esa era la forma en que en que habían llevado el juego desde los cuatro meses atrás donde habían empezado.