Capítulo 3: "Una menos, Veinticinco más por ir." (Parte 2/2)

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Emilio fue el primero en despertar, aunque eso era común. Incluso durante la semana para trabajar era el primero. Su cuerpo no lo dejaba dormir después de cierto tiempo. Era frustrante porque a veces sólo conseguía tres horas de sueño.

Eran las diez, lo más tarde que Emilio se había levantado alguna vez, pero la noche anterior había terminado agotado. Había sido extraño por lo menos. Estar en el personaje había sido difícil. Había querido quitarse los colmillos en el mismo momento en el que se los pegó, pero viendo la cara de Joaquín, le hizo cambiar de opinión.

Toda la semana entera después de que Joaquín recogió la letra, Emilio se había estado debatiendo entre ir a su habitación y acabarlo todo. Era estúpido. Uno de ellos podría salir lastimado al final de esto, pero Emilio no quería terminarlo. Le emocionaba explorar esto... o lo que fuese con su mejor amigo.

No le avergonzaba decir que su mejor amigo era hermoso, él era impresionante, en verdad, tenía el cabello castaño y siempre se peinaba con el pelo todo revuelto, tenía el pelo más suave que el de Emilio, y unos ojos cafés en los que siempre se perdía, tenía un cuerpo pequeño pero bien tonificado, tenía buen físico, y Emilio no lo podía negar, era sumamente sexy, además era inteligente y divertido. Era su mejor amigo. Era una parte importante de su ser. Joaquín estuvo allí cuando su abuelo murió, y cuando recibió su carta de aceptación para la escuela de sus sueños.

Emilio fue a la cocina para hacer el desayuno, tratando de distraerse a sí mismo de la situación, pero había un picor inquietante en él que lo hacía querer ir a la habitación y coger la próxima tarjeta. Quería tener la oportunidad de impresionar a Joaquín y era difícil cuando la tarjeta tenía que ser escogida al azar. Aunque se detuvo. Sería injusto, además de que no había forma de que pudiese tomar la tarjeta sin despertar a Joaquín en el proceso.

Joaquín entró a la cocina veinte minutos después mientras Emilio cocinaba la última tortita.

— ¿Son con chispas de chocolate? —preguntó Joaquín atontado.

—Sí, tus favoritas —replicó sirviéndole unas cuantas en el plato y tendiéndoselo. Él tomó unas para sí mismo y sirvió dos vasos de jugo de naranja para los dos.

— ¿Alguna vez duermes, Emilio? —preguntó Joaquín entre un bocado de tortitas.

— ¿Y tú mamá no te enseñó a no hablar con la boca llena de comida? —Joaquín se burló, tragó y le hizo obscenidad con el dedo a Emilio, al mismo tiempo.

—Qué caballero eres, Bondoni.

—Dios, eres un idiota, Emilio, y pensar que iba a traer el sombrero para que tomaras la tarjeta y no estuvieras lloriqueando todo el día, pero creo te haré esperar un poco más.

— ¡No, Joaquín, lo siento! ¡Déjame sacarla! ¡Por favor! —suplicó Emilio, de rodillas. Vio el sombrero en las rodillas de Joaquín. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que llevaba puesto. Todo lo que llevaba era un par de bóxers. Sonrió un poco; no pudo evitarlo. Es sólo que había algo increíblemente sexy en ese hombre.

—Te ves sexy con eso —dijo, masajeando su pierna izquierda.

—Sé lo que estás haciendo, Marcos, no va a funcionar —trató de mantener la voz firme, pero esto le era difícil. Sus manos subieron más y Joaquín se estremeció cuando él rozó con sus dedos la parte posterior de su rodilla. Saltó un poco y Emilio aprovechó la oportunidad para tomar el sombrero.

—Ah! Gané —animó, victorioso, agarrando el sombrero encima de su cabeza. Joaquín saltó de la silla y comenzó a saltar para alcanzar el sombrero. Emilio sólo se quedó mirando divertido.

—Vamos Emiliano. Dame el sombrero. Te dejaré tomar la letra —negoció Joaquín, sonriendo malignamente. Sabía que ganaría. Emilio dejó el sombrero en la mano de su amigo.

— ¿Cómo supiste donde encontrarlo? —preguntó mientras metía la mano en él. Pensó que había escondido el sombrero bien, pero Joaquín se las había arreglado para encontrarlo. Quiso encontrar la pieza más grande, pero Joaquín se las había arreglado para que fueran todas iguales.

— ¡Tengo mis maneras! —Emilio alzó una ceja con curiosidad mientras sacaba una letra. Desplegó el papel, colocando una mano enfrente del papel, para que Joaquín no pudiese leerlo. Estudió el garabato desordenado. ¿Qué se supone que debo de hacer con esto? Se preguntó.

— ¿Es buena letra? —preguntó Joaquín, levantando su cabeza para echarle un vistazo al papel. Emilio lo notó y rápidamente dobló el papel, asintiendo.

—Una menos, y veinticinco más por ir Bondoni.

—A por todas, Osorio.

Tentación incontrolable [Emiliaco] ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora