30. Fiesta, drama y amor.

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Emilio.

¿Se puede saber qué estabas haciendo en el auto de ese imbecil? —gritó papá.

Los nervios invadieron mi cuerpo rápidamente. Era increíble el miedo que podía causar papá con solo un grito.

—Yo... yo

¡Contéstame Emilio! —gritó.

No supe de donde saqué el valor para contestarle pero lo hice.

—Nos vinimos juntos de... la escuela. —dije.

—¡No te quiero cerca de ese bastardo! —gritó.

—Papá pero... somos amigos.

Su mirada se llenó de coraje y antes de poder hacer algo, me tomó del brazo.

Me sujetaba fuertemente y comenzaba a lastimarme.

—Papá me...me estás lastimando. —susurré.

Me tiró al suelo y comenzó a gritarme.

—Ponte de rodillas. —dijo— ¡AHORA!

Me puse rápidamente de rodillas y fue en cuestión de segundos cuando sentí como el cinto de su pantalón impactaba en mi espalda.

Las lágrimas no tardaron en salir y sollozaba silenciosamente.

—¡POR ÚLTIMA VEZ TE LO VOY A DECIR! —gritó— ¡No te quiero cerca del mocoso ese! ¡No vas a ser un maldito maricon como el! —gritó y dio el último golpe.

Caí de boca hacia el suelo. Dolía tanto.

Papá tomó sus cosas y salió de la casa. Y cuando escuché como su auto se alejaba, las lágrimas comenzaron a salir.

Todo el dolor, todo el llanto acumulado, comenzó a salir.

¿Y mi héroe dónde había quedado?
¿Dónde había quedado el papá que se interesaba en mi? El que se preocupaba por mi. El que sólo quería lo mejor para mi.

¿Dónde había quedado?

Mis manos comenzaron a temblar y mi espalda dolía como el infierno.

Pensé en mamá. Pensé en sus abrazos. Pensé en algunas palabras de consuelo.

Y quise pensar lo mejor.

Quise pensar positivo. Si mamá hubiera estado, ¿me hubiera defendido?

Seguramente si. Seguramente se habría metido en la discusión y le hubiera dicho a papá que me dejara en paz.

Seguramente.

Pero las dudas me consumían. El dolor y la tristeza se apoderaba de mi.

Pues, ¿a quién quería engañar?
Sabía que mamá no hubiera hecho nada.

Una vez más mamá no había estado ahí.
Una vez más mamá me había fallado.

Mis mejillas estaban bañadas en lágrimas y a cómo pude, me levanté y me dirigí a mi habitación.

Me recosté y ahogué mis lágrimas en la almohada.

Ser gay no estaba mal. Amar a un chico no estaba mal. Mi relación con Joaquín no estaba mal.

¿O si?

Las malditas dudas me invadían y me dolía tanto el corazón de pensar y pensar.

Mi celular comenzó a sonar.

Lo tomé y observé la pantalla para ver quién estaba llamando.

Joaquín.

Ignore la llamada.

El niño de la sonrisa bonita. | Emiliaco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora