32. Te necesito.

9.4K 836 774
                                    

Dos semanas después.

Narrador.

Dos semanas habían pasado ya desde la ruptura de Emilio y Joaquín.

Y al parecer las cosas seguían mal.

Emilio no había asistido a clase la primer semana y la segunda semana se la había pasado evitando a Joaquín o saltándose las clases que compartía con él.

Joaquín por su parte se encontraba enfocado en sus materias, en los trabajos y en actividades con su mejor amigo que lo hicieran distraerse de todo lo que sentía por Emilio.

—Hey, ¿qué pasa? —dijo Niko al ver a Joaquín mordiéndose el labio para evitar soltar el llanto.

Joaquín corrió a abrazarlo y en cuanto sintió cómo los brazos de Niko lo rodeaban, no pudo más.

—¿Joaquín? —dijo Niko.

—Terminamos, Niko. —dijo Joaquín— Emilio me terminó. —el llanto salió de sus ojos.

Niko no dijo nada más.

No lo cuestionó ni le dijo cosas para hacerlo sentir mejor. Solo permaneció abrazándolo hasta que su llanto cesó.

Joaquín trataba de ser fuerte y de aparentar que estaba bien.

Pero ver a Emilio triste con sus ojitos hinchados todos los días, lo hacía más difícil.

Los dos estaban sufriendo. Pero para Emilio no había vuelta atrás.

Emilio.

—¿Estás seguro de lo que hiciste? —dijo Diego mirándome fijamente.

Negué.

—¿Entonces por qué lo hiciste? —preguntó.

—Porque es lo mejor para él, Diego. —dije—Quiero lo mejor para él.

Diego me miró y puso una mano en mi hombro.

—¿Lo mejor según quién, Emilio? —preguntó— ¿Según tu cabeza?

Me alejé molesto.

—¡Es lo mejor, Diego! ¡Es lo que tengo que hacer! —dije— ¿Tú crees que disfruto ver cómo Joaquín se muere porque mi miedo por gritarle al mundo que lo amo, se vaya? —pregunté molesto— ¡No puedo hacerlo! ¡No puedo!

—¿Y por qué mierda en vez de hacerte sentir miserable y débil tu mismo, no buscas la manera de aceptar lo que eres, Emilio? —dijo.

Lo miré asustado.

—Necesitas ayuda, amigo. —dijo Diego— Y no lo digo en mal plan. Lo digo porque en serio lo necesitas. —dijo mirándome a los ojos— Si tú quieres, podemos buscar a un psicólogo que...

—¡No! —dije— ¡No quiero nada! ¡No quiero la maldita ayuda de un psicólogo! —grité.

Y claro que me moría por que alguien me ayudara. Moría porque alguien pudiera ayudarme a aceptarme tal como era.

Pero el recordar a Martín, recordar sus golpes, sus constantes acercamientos hacia mí a pesar de ser un niño, me daba tanto miedo. Tanto asco.

No. Definitivamente no volvería a pasar algo así.

Dejé mis pensamientos a un lado y reaccioné cuando noté como me miraba Diego.
Estaba preocupado.

El niño de la sonrisa bonita. | Emiliaco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora