38. Cumpleaños de Joaquín.

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Emilio.

—¿Bueno? —dijo papá contestando la llamada.

—Pa. —dije— ¿Me puedo quedar a dormir con Diego? La fiesta está muy buena.

Escuché como papá soltaba un suspiro.

—No me gusta que estes mucho tiempo con ese niño, Emilio. —dijo molesto— Pero está bien.

Sonreí y miré al cielo en señal de gracias.

—Hijo. —dijo llamando mi atención— Arregla las cosas con Mariana. O si ya no hay solución, consíguete a otra niña, campeón. —dijo serio.

Rodé los ojos.

Estaba hasta la chingada de qué mi propio padre solo buscara la manera de emparejarme con una niña.

Y el corazón se me rompía cada vez más en imaginarme cómo reaccionaría si se enterara de la verdad.

Me despedí y colgué.

Después de la mentira que le había dado a papá, volteé al frente.

Eran las diez de la noche por lo que supuse que Joaquín seguía despierto.

Así que me acerqué y toqué la puerta.

Nadie abrió.

Decidí mandarle un mensaje.

Emilio.

Estoy afuera. ¿Podemos hablar?

En cuestión de segundos la puerta se abrió. Y pude ver a Joaquín con sus ojitos rojos e hinchados.

Había estado llorando.

No dijo nada y solo me hizo un ademán indicándome que entrara.

Cuando entré y cerró la puerta, volteé a verlo. Quedando frente a frente.

—Perdón. —dijimos al unísono.

Soltamos una ligera risa.

—Amor, yo... —dije.

—No. —dijo— Bebé, en serio perdóname. —dijo mirándome fijamente— Tengo que entender que tienes más amigos. Que puedes salir con ellos. Que solo me quieres a mí y que no tengo que desconfiar de ti.

Me acerqué y lo tomé de la cintura.

—Shh. —dije— Todo está bien.

Joaquín sonrió.

—Voy a confiar más en ti. —dijo— Voy a confiar en Alex.

Se acercó a mí y antes de poder decirle algo, me besó.

Era un beso necesitado.

Posó sus manos en mi cuello. Y yo en su cintura.

Mordía mi labio y llevaba sus manos hacia mi pecho.

Cada beso, cada caricia, era único.

Sin perder más tiempo, dejo sus manos en mi camiseta y trató de levantarla.

Le ayudé a quitármela e hice lo mismo con su camiseta.

Teniendo nuestros torsos desnudos, comencé a acariciar su espalda.

Sus labios viajaron hasta mi cuello donde comenzó a repartir algunos besos húmedos.

—Be-bebé. —susurré.

—Shh. —dijo.

No resistí más y mis manos viajaron a su pantalón.

Con su ayuda, se los quite rápidamente.

El niño de la sonrisa bonita. | Emiliaco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora