La señorita Arendelle leía cuando la encontró. Al menos Jack la vio doblar una carta, seguramente la misma que había visto antes sobre el escritorio de la biblioteca. Estaba sentada sobre la hierba, en la orilla del río que discurría por la parte norte de la propiedad, con las piernas cubiertas por el ligero vestido de muselina y peinada con su pulcro rodete. A su alrededor había margaritas, ranúnculos y tréboles. Era la personificación de la belleza y de la elegancia, fundida con el entorno.
Jack se sentía fatal. Tenía entendido que el difunto conde de Bamber era un tipo decente, aunque no lo había conocido en persona. Sin embargo, era evidente que el hombre había sido tan inmoral como su hijo.
Ella no levantó la vista cuando se acercó, aunque seguro que lo había escuchado. Se estaba metiendo la carta en el bolsillo. ¿Acaso creía que iba a quitársela de las manos para leerla? Volvió a enfadarse.
—¿Se esconde de mí, señorita Arendelle?
La aludida volvió la cabeza para mirarlo.
—¿Cuando no hay ni un solo árbol tras el que ocultarme? —preguntó ella a su vez—. Si decidiera esconderme de usted, milord, no me encontraría.
Jack se colocó a su lado mientras ella clavaba la vista más allá del río y se rodeaba las piernas dobladas con los brazos. Habría preferido pasear con ella, pero no parecía dispuesta a ponerse en pie. No podían mantener una conversación razonable mirándola desde arriba. De modo que se sentó no muy lejos de ella, con una pierna extendida hacia delante mientras se abrazaba la otra, que había doblado.
—Ha tenido un día entero, con su correspondiente noche, para pensar —le dijo él—. Ha tenido la oportunidad de hablarlo con sus amigos y sus vecinos. Aunque he pedido que nos manden una copia del testamento, creo que a estas alturas ya debe de haberse dado cuenta de que Pinewood Manor nunca fue suyo. ¿Ha tomado una decisión sobre su futuro?
—Me quedo aquí —declaró ella—. Es mi hogar. Aquí está mi sitio.
—Sus amigos tenían razón anoche —replicó—. Su reputación corre grave peligro mientras permanezca aquí conmigo.
La escuchó soltar una suave carcajada al tiempo que cogía una margarita. Acto seguido, partió el tallo con el pulgar y tomó otra margarita para engarzarla con la primera.
—Si le preocupa el decoro —repuso ella—, tal vez deba marcharse usted. No tiene derecho alguno sobre Pinewood Manor. Lo ganó en una partida de cartas en un antro de juego. Sin duda alguna, estaba tan borracho que ni siquiera se enteró hasta el día siguiente.
—El antro de juego era Brookes's —precisó él—. Un club para caballeros muy respetable. Y hay que ser muy tonto para jugar borracho. Yo no lo soy.
Ella rió de nuevo, una carcajada ronca y desdeñosa, y la guirnalda adquirió otra margarita.
—El testamento tardará una semana en llegar —continuó él—. Siempre y cuando Bamber decida enviarlo o mandar una copia, por supuesto. Es posible que se desentienda de mi petición. Debe comprender que no puedo permitir que siga aquí eternamente. —Bien sabía Dios que su reputación quedaría hecha añicos, si acaso no lo estaba ya. La gente esperaría que la resarciera. Y sabía muy bien lo que eso implicaba. Iba a acabar casado con ella si no se andaba con mucho cuidado. La mera idea del matrimonio bastó para provocarle sudores fríos, por muy caluroso que fuera el soleado día de mayo—. ¿Por qué está tan segura de que el difunto conde quería dejarle Pinewood Manor? —le preguntó—. Salvo por el hecho de que al parecer prometió hacerlo, claro.
—Por el hecho de que prometió hacerlo —lo corrigió ella.
—De acuerdo, se lo prometió —aceptó—. ¿Por qué iba a prometerle algo así? ¿Era su sobrina o su prima preferida?
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...