Jack se encontraba ya en el segundo día de búsqueda. Iba de posada en posada y estaba convencido de que también sería infructuoso. Se pasaría más de una semana buscándola hasta que por fin la viera (en el teatro o en el parque) o tuviera noticias suyas a través de sus conocidos. Lilian Talbot había vuelto, correría el rumor, tan guapa, tan incitante y tan cara como siempre. Lord Tal había tenido la suerte de adquirir sus servicios en primer lugar y lord Cual sería el segundo...
Si fuera listo, se repetía una y otra vez, volvería a la oficina de Selby, haría trizas los documentos de la cesión de la propiedad de Pinewood Manor y después regresaría a ese lugar... y viviría allí el resto de sus días.
Nunca había sido muy listo.
Había llegado a El Caballo Blanco en el peor momento, pensó al entrar en el patio adoquinado. Un coche de postas se estaba preparando para partir. Había personas, caballos y equipaje por todas partes, así como mucho ruido y jaleo. Sin embargo, uno de los mozos de cuadra reconoció que era un caballero y se apresuró a acercarse para preguntarle si podía encargarse de su caballo.
—Tal vez —contestó Jack al tiempo que se inclinaba en la silla—. Pero no estoy seguro de estar en la posada correcta. Busco a un posadero apellidado Arendelle.
—Está allí, señor —le indicó el muchacho, señalando hacia el grupo de personas arremolinadas cerca del coche de postas—. Está ocupado, pero puedo llamarlo si quiere.
—No. —Jack desmontó y le dio al muchacho una moneda—. Lo esperaré dentro.
El posadero era grande, tanto por su altura como por su corpulencia. Estaba charlando con el cochero. Se apellidaba Arendelle. ¿Eso quería decir que su búsqueda había terminado tan rápido?, se preguntó.
Se agachó para pasar por la puerta y se encontró en un vestíbulo oscuro con vigas de madera. Una muchacha delgada y bonita con una bandeja de platos sucios le hizo una genuflexión y se habría ido si él no le hubiera hablado.
—Busco a la señorita Elsa Arendelle —le dijo.
La muchacha lo miró a la cara.
—¿A Elsa? —preguntó—. Está en el salón de café, señor. ¿Quiere que vaya a buscarla?
—No —contestó. La cabeza casi le daba vueltas. ¿Estaba allí?—. ¿Cómo llego hasta el salón?
La muchacha le ofreció las indicaciones precisas y lo observó alejarse.
Aún debía de faltar bastante para que saliera el coche de postas, pensó al llegar a la puerta. El salón de café seguía medio lleno. Sin embargo, vio a Elsa de inmediato, sentada en el extremo más alejado de la estancia, de cara a él. Al otro lado de la mesa se sentaba un hombre, con quien estaba hablando.
Jack los observó, dividido entre el alivio, la rabia y la incertidumbre. No había llegado a decidir qué haría si la encontraba. Podía acercarse a la mesa en ese momento, si quería, dejar los documentos junto a su plato, hacerle una reverencia y marcharse sin decir nada. Así podría retomar su vida con la conciencia tranquila.
No obstante, sucedieron dos cosas antes de que tomara esa decisión.
El hombre volvió la cabeza para mirar por la ventana. Jack no podía verle toda la cara, pero sí vio lo suficiente para darse cuenta de que lo conocía. No personalmente, pero pocos caballeros de su categoría no reconocerían a Daniel Kirby. Era un caballero, sí, pero no pertenecía a la alta sociedad. Merodeaba por sitios como Tattersall's, el club de boxeo de Jackson y varias pistas de carreras; lugares frecuentados por hombres. Aunque tenía un rostro regordete de expresión jovial, todo el mundo sabía que era una criatura rastrera. Era un prestamista, un extorsionador y muchas cosas más. Si se podía ganar dinero por métodos turbios, Daniel Kirby estaba metido.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...