¿Qué más se le podría ocurrir?, pensaba Jack, que seguía apoyado en el alféizar de la ventana sin intentar siquiera apagar el fuego. No tardaría en extinguirse solo y, además, en esa posición estaba bastante alejado del humo. Después de lo que había sucedido con la cena la noche anterior, debería haber estado más atento y haber captado la importancia de la aparición de un gallo fugado del gallinero y de un desayuno frío y mal cocinado. Sin embargo, había necesitado que el humo de una chimenea atascada le abriera los ojos. O más bien que se los irritara.
Esa mujer pensaba que podía espantarlo.
La vigorosa cabalgada de esa mañana había disipado la furia de que lo hubieran despertado a una hora tan intempestiva. Y una tostada, aunque fría y un poco quemada, siempre le había bastado para desayunar. Las chimeneas atascadas solo eran un desafío. Y solía tomarse bastante bien las bromas, como la de la amenaza de la ternera estropeada y de las moscas a la que se enfrentó la noche anterior. De hecho, le tentaba la idea de subirse al carrusel y poner en marcha unas cuantas bromas de su cosecha para convencer a la señorita Elsa Arendelle de que en el fondo no era nada cómodo compartir alojamiento con un hombre soltero. Podía dejar la casa llena de barro, o crear el caos allá por donde pasara, hacerse con unos cuantos perros maleducados, vagar por la casa a medio vestir, dejar de afeitarse... En fin, que podía ser infinitamente irritante si se lo proponía.
El problema estribaba en que la situación no era un juego.
Y lo peor de todo: esa mañana se compadecía de ella. Y se sentía culpable, ¡por el amor de Dios! Como si fuera el villano de la historia. Las absurdas travesuras de esa mañana y del día anterior demostraban hasta qué punto estaba desesperada Elsa Arendelle.
No le había parecido en absoluto interesada en aceptar su ofrecimiento de enviarla con Toothie, la duquesa de Tresham, su cuñada. No había dado saltos de alegría ante la posibilidad de trasladarse a Bamber Court. No había sugerido ninguna alternativa propia. Parecía decidida a no enfrentarse a la realidad. ¿Qué otra cosa podía sugerirle él? Tendría que encontrar una solución. Pero algo estaba muy claro: no tendría estómago para echarla por la fuerza ni para obligarla a abandonar la propiedad por orden de un juez o de un alguacil. En ese aspecto siempre había sido el miembro más débil de los Frost, concluyó con cierta inquietud. Le faltaban arrestos. Pero ¡maldita fuera su estampa, esa mujer le daba lástima! Era una joven inocente que no tardaría en verse privada de una vida segura y cómoda por la fuerza.
Jack decidió desentenderse por el momento de su dilema y se apartó del alféizar de la ventana. Necesitaba hacer las cosas de forma ordenada. Puesto que no había café caliente que lo tentara a sentarse de nuevo a la mesa (y, además, la presencia del chuletón de ternera le estaba revolviendo el estómago), había llegado la hora de subirse al tejado.
Después de bajar a la cocina para acordar el menú del día con la señora Walsh, Elsa fue a la biblioteca, donde pretendía pasar la mañana poniendo al día la contabilidad de la propiedad. No obstante, en el escritorio había una carta que debía de haber llegado con el correo matutino. La cogió y examinó la letra. ¡Sí! Era de Anna. Sintió la tentación de romper el sello para leerla sin demora, pero la casa ya no era solamente suya, recordó. Ese hombre podía entrar cuando menos lo esperara y hacerle alguna de sus impertinentes preguntas, tal como había sucedido durante el desayuno.
«¿Adónde va?», le había preguntado.
Era denigrante, como poco.
Se guardó la carta sin abrir en el bolsillo de su vestido mañanero. Dispondría de más intimidad si se alejaba de la casa.
Sin embargo, el exterior no le pareció especialmente íntimo cuando salió por la puerta principal, donde no vio a ningún criado ocupando su puesto. El jardín de los setos, sin embargo, estaba a rebosar de gente: el mayordomo, el encargado de los establos, el jardinero jefe con sus dos ayudantes, un lacayo, Rose, Hannah y dos criados que no conocía y que debían de trabajar para lord Jack. Todos estaban plantados frente a la casa, mirando hacia arriba. Rose se protegía los ojos con una mano, un gesto inútil ya que tenía los dedos totalmente separados.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomansaElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...