—Seguro que no se lo ha pasado bien durante el ensayo del coro —dijo Elsa—, ¿verdad, Hannah?
—No lo sé, señorita Vi —contestó la aludida mientras deslizaba el cepillo por el pelo de su señora desde la coronilla hasta las puntas, que le llegaban por debajo de la cintura—. La verdad es que no lo sé.
—Pues yo sí lo sé —replicó Elsa con firmeza—. Los caballeros como él no disfrutan frecuentando al tipo de gente que forma el coro, Hannah. Ni mucho menos disfrutan cantando himnos religiosos con un coro como el nuestro. Seguro que estaba muerto de aburrimiento. De hecho, creo que en el fondo ha sido estupendo que decidiera asistir al ensayo. Después de la experiencia es posible que comprenda que este rinconcito de Somersetshire no tiene nada que ofrecerle a un libertino londinense sofisticado y disoluto. ¿Tú qué crees?
—Lo que creo, señorita E —contestó Hannah—, es que ese hombre es tan simpático como guapo, y que sabe sacarles partido a ambas cualidades. Y creo que es un hombre peligroso, porque jamás claudicará. Si usted no hubiera estado aquí cuando él llegó, lo más probable es que se hubiera marchado por donde vino al cabo de una semana. Pero aquí está usted, retándolo. ¿Me entiende? Eso es lo que yo creo.
El análisis de Hannah era tan parecido al suyo que Elsa no añadió nada. Se limitó a suspirar mientras su doncella le apartaba el pelo de la cara con el cepillo para hacerle la trenza con la que solía dormir.
—Señorita E —siguió Hannah, que estaba a punto de acabar con la trenza—, el problema es que me parece que lord Jack se fijó en usted el otro día en el pueblo. De hecho, estoy segura de que lo hizo porque apostó para quedarse con sus margaritas y después la sacó a bailar alrededor del palo de mayo. Y a la mañana siguiente se presentó aquí como si fuera obra del destino, sin saber que esta era su casa. Y ahora, como usted está haciendo todo lo posible por ahuyentarlo, ha decidido aceptar el desafío y demostrarle que es un digno rival. Creo que se lo está pasando en grande con este reto. Porque está batiéndose contra usted, señorita Vi. Tal vez debiera cambiar sus tácticas y en vez de intentar ahuyentarlo...
—¡Hannah! —Elsa la interrumpió de modo que no acabó la frase—. ¿Qué me estás sugiriendo? ¿Que engatuse a ese hombre para que se enamore de mí? ¿En qué sentido me ayudaría eso a librarme de él, en caso de que pudiera hacerlo o de que deseara hacerlo?
—No estaba pensando en que se librara usted de él precisamente —apuntó Hannah mientras ataba una cinta en el extremo de la trenza de Elsa.
—No me digas que...
—Señorita E —repuso Hannah, que se volvió para llevarse el vestido y el resto de las prendas que se había quitado Elsa—, el asunto es que me niego a aceptar que su vida haya acabado. Todavía es joven. Todavía es preciosa, cariñosa, amable y... Y su vida no ha acabado, punto.
—Sí que ha acabado, Hannah. —A Elsa le temblaba la voz—. Aunque aquí al menos he conseguido llevar una existencia tranquila. Ese hombre está decidido a echarme. Y si lo consigue, no me quedará nada. Nada. No tendré vida, ni hogar, ni sueños. No tendré ingresos. —Tragó saliva de forma compulsiva. El pánico le había provocado un nudo en la boca del estómago.
—Si se enamora de usted, no la echará —dijo Hannah—. Ya está medio enamorado. Si usted se lo propone, se enamorará del todo.
—Los caballeros no alojan a sus amantes en sus propiedades campestres —replicó Elsa con brusquedad.
—No estoy diciendo que sea su amante, señorita Vi.
Elsa se volvió sin levantarse del taburete y miró a su doncella con incredulidad.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomantikElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...