Jack se levantó al día siguiente más tarde de lo que pretendía. Claro que se había pasado la mayor parte de la noche en la calle, arrastrando a John Leavering y a unos cuantos amigos más de fiesta en fiesta (y no precisamente el tipo de fiesta a las que solía asistir) e incluso a dos de los antros de juego más famosos. Sin embargo, no encontró a Kirby por ninguna parte.
Su intención era pasar el día en Tattersall's y en un par de sitios más que Kirby frecuentaba. Decidió que debería armarse de paciencia, aunque no era una virtud que le gustara cultivar. Si Kirby estaba tanteando clientes para Elsa, tendría que hacerlo en esos lugares que él pensaba controlar.
Estaba acabando el desayuno cuando el mayordomo anunció que tenía visita y le tendió una tarjeta.
—¿Bamber? —Jack frunció el ceño. ¿Bamber levantado antes de mediodía? ¡Qué extraordinario!—. Hazlo pasar, Hanstley.
El conde entró en el comedor al cabo de unos instantes, tan malhumorado como siempre y con peor aspecto que nunca. Tenía el pelo alborotado y los ojos enrojecidos. No se había afeitado. Seguro que aún no se había acostado, pero la ropa que llevaba no era la apropiada para las veladas nocturnas. Iba vestido con ropa de viaje.
—¡Vaya, Bamber! —Jack se puso en pie y le tendió la mano derecha.
El conde la desdeñó. Se acercó a la mesa al tiempo que se llevaba una mano al bolsillo de su gabán. De él sacó un fajo de documentos que soltó sobre la mesa con brusquedad.
—¡Ahí tienes! —dijo—. Frost, en mala hora fui aquella noche a Brookes's. Ojalá no hubiera puesto un pie en ese sitio, te lo digo de verdad. Pero lo hice y no hay marcha atrás. Maldito seas por todos los problemas que me has ocasionado —añadió al tiempo que metía la mano en un bolsillo interior—. Esto podrá fin a todos los problemas, y espero no volver a escuchar ni una sola palabra más sobre el asunto durante el resto de mi vida. Ni tuya ni de nadie.
Jack se sentó de nuevo.
—¿Qué es esto? —preguntó, señalando los papeles y el dinero.
Bamber cogió uno de los documentos y lo desdobló, tras lo cual se lo plantó a Jack debajo de la nariz.
—Esto es una copia del codicilo que mi padre añadió a su testamento unas semanas antes de morir y que dejó en York, en manos del abogado de mi madre. Tal como podrás comprobar por ti mismo, le legó Pinewood Manor a esa muchacha, a su bastarda. La propiedad nunca fue mía así que tampoco es tuya, Frost. —Le dio unos golpecitos al dinero—. Y esto son quinientas libras. La cantidad que depositaste en la mesa al apostar contra Pinewood Manor. Es el pago de mi deuda. ¿Estás satisfecho? Por supuesto que es una mínima fracción del valor de la propiedad. Si deseas más...
—Es suficiente —lo interrumpió Jack, que cogió el documento para leerlo. Sus ojos se demoraron en cuatro palabras concretas: «mi hija, Elsa Arendelle». El difunto conde de Bamber había reconocido públicamente su paternidad. Jack miró a Bamber con curiosidad—. ¿Acabas de volver de Yorkshire? Pareces haber pasado toda la noche viajando.
—Ya lo creo —le aseguró el conde—. Frost, puedo ser un tipo desenfrenado. Con fama de disoluto. Pero me niego a que me impliquen en algún fraude o en una conspiración. En cuanto la muchacha me dijo que se encontró con mi padre poco antes de que muriera...
—¿La señorita Arendelle?
—Tuvo la desfachatez de presentarse en mi casa —le informó Bamber—. Verla me dejó pasmado. Ni siquiera sabía que existía. De cualquier forma, en cuanto ella me lo dijo, supe que si mi padre quiso modificar el testamento, no pudo hacerlo durante la semana que pasó aquí. Lo recuerdo porque le pedí que fuera a ver a Westinghouse e Hijos para aumentar mi asignación. Por el amor de Dios, tenía que mantenerme con mera calderilla, y el bueno de Westinghouse siempre me soltaba un sermón cada vez que iba a pedirle un anticipo del siguiente pago. A lo que iba, mi padre me dijo que había ido a hablar con Westinghouse el día anterior, pero que no pudo verlo porque no se encontraba en la ciudad. Creo que su madre, que vivía en Kent o en algún sitio igual de inconveniente, había muerto y él había ido al entierro. Mi padre se marchó de Londres ese mismo día. A veces recurría al abogado de mi madre para cuestiones de poca monta. Así que pensé que podía haber arreglado este asunto con él. Y el otro asunto que mencionó la muchacha. De hecho, me pareció más preocupada por ese tema que por el testamento. —Le dio unos golpecitos al otro papel que seguía doblado.
ESTÁS LEYENDO
Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...