Elsa estaba sentada en la lujosa berlina del conde de Bamber, con su madre a un lado y el conde en el asiento de enfrente. Iban de camino a Frost House.
Había sido una semana muy ajetreada. La duquesa de Tresham había ido a El Caballo Blanco al día siguiente de que Jack le impidiera marcharse en el coche de postas. Les entregó una invitación formal para que asistieran a la recepción que iban a celebrar su marido y ella. Se quedó veinte minutos y demostró mucho interés por Anna, que en ese momento estaba trabajando en la planta baja. Su Excelencia mencionó de pasada que su madrina, lady Webb, estaba pensando en contratar los servicios de una dama de compañía para que viviera con ella. Añadió que lady Webb pasaba la mitad del año en Londres y la otra mitad en Bath. La duquesa se preguntaba si a Anna le interesaría el puesto.
Al día siguiente, Anna acompañó a su madre, previa invitación expresa, a casa de lady Webb, y quedaron encantadas la una con la otra. Anna comenzaría en su nuevo trabajo al cabo de dos semanas, y llevaba unos días delirante de felicidad.
—Es un gesto muy amable por su parte, milord —le dijo la madre de Elsa al conde.
Su hermanastro estaba muy elegante con la ropa de gala, que le confería un porte poderoso y refinado. Debía de ser unos ocho o nueve años mayor que ella, supuso Elsa. No le había preguntado a su madre cómo pasó de ser la institutriz del muchacho a convertirse en la amante de su padre. Esa era la vida secreta e íntima de su madre.
—En absoluto, señora —replicó él, que inclinó la cabeza con gesto tenso.
Él también había ido a verlas a lo largo de la semana. Había tratado a su antigua institutriz con cierto distanciamiento, pero no se había mostrado descortés. Con Elsa había sido escrupulosamente amable. Les había pedido a ambas el honor de acompañarlas a la recepción del duque de Tresham. Elsa se preguntó en ese momento por qué lo hacía. Su madre había sido la amante de su padre, y ella era el fruto de esa relación ilícita. Sin embargo, él contestó la pregunta mientras se la formulaba.
—Mi padre quería que la señorita Arendelle fuera reconocida como una dama. No pienso contrariar sus deseos en modo alguno.
—Es una dama —replicó su madre—. Mi padre...
Sin embargo, Elsa no les prestó atención. Estaba nerviosa. Sí, por supuesto que lo estaba. Sería una tontería negarlo. Aun sin su pasado escarlata, y aunque hubiera sido la hija legítima de Clarence Wilding, jamás habría aspirado a asistir a una fiesta de la alta sociedad. Si bien su padrastro y su madre pertenecían a buenas familias, no ocupaban un puesto lo suficientemente alto en el escalafón social para relacionarse con la flor y nata de la sociedad.
No obstante, se negaba a dejarse llevar por los nervios. Había decidido pensar que Jack y su familia sabían lo que estaban haciendo. En cierto modo, era un alivio que todo hubiera salido a la luz. Adiós a los secretos. Adiós a los miedos más profundos. Y adiós a las dudas.
Llevaba un vestido de satén blanco, con un delicado dobladillo festoneado y una cola corta, pero ningún otro adorno. A lo largo de la semana había tenido que soportar las tediosas pruebas del vestido, llevadas a cabo por una de las modistas más prestigiosas de Londres. El vestido, al igual que los escarpines, los guantes y el abanico plateados que había escogido para la ocasión, fueron costosísimos, pero el préstamo que le había pedido al tío Wesley hasta que pudiera enviarle el dinero de Pinewood Manor se había convertido en un regalo. Su madre se lo había contado todo y su tío se había enfadado con ella, pero fue un enfado teñido de lágrimas y de abrazos cariñosos. Le dolió que ella se hiciera cargo en solitario de las deudas de su padrastro en vez de acudir a él.
Apenas había visto a Jack en toda la semana. Les hizo una visita formal para pedirles su mano a su tío y a su madre, aunque ella ya tenía veinticinco años y no hacía falta. Desde aquel día solo lo había visto una vez, muy brevemente. Apretó con fuerza el abanico, y sonrió.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
Lãng mạnElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...